Mujeres al mando: así fue cómo el liderazgo femenino se hizo con la Unión Europea

La pregunta es inevitable: ¿estamos ante una coyuntura, una coincidencia que posiblemente no se repetirá, o asistimos al vuelco de género en las instancias internacionales de la política occidental? Repasemos a las protagonistas de esta escalada hacia la cumbre del poder global. La búlgara Kristalina Georgieva es, desde octubre, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, la institución que supervisa las finanzas mundiales y en la que la india Gita Gopinath es la economista jefe. La francesa Christine Lagarde está al frente del Banco Central Europeo, el gestor del euro y la política monetaria de la Unión Europea. La alemana Ursula von der Layen lidera la tarea de la reconstrucción europea desde la Comisión, el órgano ejecutivo de la UE. A principios de mes, la canciller alemana, Angela Merkel, ha ocupado la nueva presidencia de turno de la Unión Europea, decidida a salvar este momento crítico para la Unión. Merkel se ha convertido en un respaldo fundamental para la vicepresidenta económica española Nadia Calviño, un valor al alza en la UE como la única ministra de finanzas del Eurogrupo.

“No, no es un fenómeno coyuntural”, responde Silvia Clavería, investigadora de la Universidad Carlos III especializada en élites políticas, comportamiento electoral y género. “Es el fruto de muchos años de lucha, de presiones por parte de la Unión Europea, de presiones a los partidos… Hasta ahora, las mujeres en la política eran pocas y con una mortalidad muy alta: el sistema las expulsaba rápidamente. Vivimos un momento histórico en el que, por primera vez, existe una generación de políticas muy preparadas, con muchas capacidades y carreras importantes que pueden competir en las candidatura. Además, ha cambiado cómo la sociedad recibe estos liderazgos: ya ha asumido que las mujeres tienen que estar en los puestos de poder”, reconoce.

Las cifras no dejan margen a la discusión: las mujeres llegan con brío a la zona media del poder, pero su acceso a la máxima responsabilidad es aún puntual. El Parlamento Europeo ha pasado de un 15,2% de representantes femeninas entre 1979 y 1984, a un 40,4% en el periodo de 2019 a 2024. Según el Women’s Power Index del Council on Foreign Relations que analiza el progreso hacia la paridad en la representación política, de los 193 estados miembros de Naciones Unidas, solo 19 están liderados por una mujer y únicamente 14 presumen de un consejo de ministros al menos paritario.

En el mundo empresarial, el panorama mejora, pero sin alharacas: las mujeres representan el 48% de los profesionales, el 42% de los cargos medios, el 38% de las posiciones de responsabilidad senior y el 30% de los puestos de dirección, de acuerdo con el informe When Women Thrive [Cuando las mujeres prosperan], elaborado por la consultora de inversiones Mercer. Además, opera el llamado “acantilado de cristal”: las mujeres llegan al poder en tiempos de crisis o cuando se vaticina el fracaso, mientras que la bonanza se la reparten ellos.

Conquistado el máximo nivel, la cuestión sobre la que suelen girar las objeciones a las líderes tiene que ver con su margen de maniobra: ¿resulta significativo el género en el liderazgo institucional al más alto nivel o, en esas alturas del poder, desaparece la diferencia entre hombres y mujeres y solo queda la ideológica? Las expertas como Clavería, que llevan décadas observando cada caso, son concluyentes: “La presencia de las mujeres es un factor importante tengan la ideología que tengan. De hecho, los estudios recientes ya no se detienen tanto en las políticas concretas que asumen las instituciones lideradas por mujeres, pues suelen ser decisiones colegiadas que implican a muchísima gente, sino en los procesos. Ahí podemos ver que tanto las líderes conservadoras como las progresistas introducen perspectivas, enfoques y problemáticas distintas a las de los hombres, que conducen a procedimientos de generación de políticas más inclusivas”.

Los titulares protagonizados por esta nueva élite global de mujeres poderosas respiran estas diferencias. Desde el Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, que antes fue presidenta del Banco Mundial, dice cosas como: “Podemos usar una crisis como una oportunidad de transformar el mundo en algo mejor” o “La renta mínima vital es apropiada y tiene lógica hacerla permanente”.

Desde la derecha cristiana, Angela Merkel considera que “es preciso que Alemania no solo piense en sí misma, sino que esté dispuesta a realizar un extraordinario acto de solidaridad”. Desde la Comisión Europea, Von der Layen ha propuesto los 750.000 millones de euros que, en caso de aprobarse en la cumbre de este mes, ayudarían a paliar la grave crisis económica postpandemia: “Europa necesita urgentemente este plan de reconstrucción. No vivíamos una crisis tan profunda desde la II Guerra Mundial”, reconoce. Al menos en el terreno de la comunicación, las declaraciones de este grupo de mujeres al mando de la peor crisis económica en lo que va de siglo apuntan a una colaboración solidaria más que a un “sálvese quien pueda”.

La comunicación se ha convertido en uno de los factores que más han marcado diferencias con los liderazgos masculinos durante lo peor de la pandemia de la Covid-19 y aún hoy. De hecho, la teoría de que ellas han sido más efectivas a la hora de luchar contra el virus se ha convertido, nunca menor dicho, en viral. Sin embargo, el análisis estadístico del contexto europeo realizado por María Teresa Corzo Santamaría, profesora de Finanzas de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Pontificia Comillas, concluye lo contrario: “No se encuentra soporte estadístico para la hipótesis de que las mujeres lleven a cabo una mejor gestión, ni de que los dirigentes políticos masculinos se manejen con exceso de confianza”. Estamos, por tanto, ante un fenómeno mediático: el contraste entre la actitud despreocupada de los presidentes Donald Trump o Jair Bolsonaro y la efectiva preocupación de Jacinda Ardern o Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwan, es sabrosa mediáticamente, pero no se puede generalizar sin datos.

Lo que sí se ha constatado es que “las mujeres líderes son más precavidas, en parte porque reciben más escrutinio por parte de sus pares y de la ciudadanía, y también por una cuestión de socialización [a los niños se les educa más en la aventura y a las niñas, en la responsabilidad]”, argumenta Silvia Clavería. “Esta característica la hemos visto también en las empresas: las compañías con mujeres al frente salieron mejor de la crisis de 2007 porque no había hecho apuestas tan arriesgadas y tenían menos deuda. Les interesa priorizar el bienestar y empatizan más con las personas que están en situación de vulnerabilidad. Precisamente porque son empáticas, su comunicación es mejor. Todo eso hace que desplieguen un liderazgo diferente, más cooperativo y menos agresivo”, explica. La investigadora insiste en la importancia de incrementar el número de mujeres líderes más allá de subrayar casos puntuales. “Sigue vigente lo que dijo Michelle Bachelet: cuando una mujer entra en política, cambia la mujer; cuando muchas mujeres entran en política, cambia la política”

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