La familia a la que Manchester odia y a la que el príncipe Bin Salman quiere arrebatar el United

La prensa inglesa afirma que el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, quiere hacerse con uno de los equipos con más pedigrí del planeta: el Manchester United. Es algo que ya ha intentado en dos ocasiones previas, ofreciendo cantidades cercanas a los 3.500 millones de euros… Pero siempre se ha encontrado con la resistencia de los seis hermanos Glazer, copropietarios del club desde que su padre, Malcolm Glazer, se hiciese con su propiedad en 2005. La mitad de la familia estadounidense fue recibida entonces con el cántico "Muerte a los Glazer", y buenas dosis de violencia, mientras una efigie del patriarca familiar colgaba de una horca improvisada.

La policía y los hinchas del Manchester concluyeron aquella primera visita con perros, cargas, barricadas y lanzamiento de todo tipo de objetos: un miércoles de junio como otro cualquiera en los alrededores del estadio de Old Trafford, mientras los tres hermanos Glazer encargados de gestionar el fútbol europeo (los otros estaban ocupados con la gestión de otro equipo campeón en la NFL americana), los grababan una entrevista antes de volar de vuelta a Florida. El verdadero dueño, Malcolm Glazer, siempre fue poco amigo de los focos. Incluso desde antes de que dos ataques en 2006 le dejaran parcialmente inmovilizado y con dificultades en el habla.

Sin embargo, han pasado casi 15 años y el club sigue en manos de la familia. Pero uno de los hermanos, Richard -que no tiene responsabilidades administrativas-, ha anunciado recientemente que pondrá a la venta su paquete de acciones, superior al 13%, abriendo la puerta a que el príncipe saudí pueda intentar hacerse con el club. Todo, en un escenario en el que los Glazer siguen afrontando la oposición de los mancunianos, en especial de Shareholders United, una asociación de hinchas y accionistas que representan más o menos el 20% del accionariado del club. Aunque Ed Woodward, el gestor del club y hombre de confianza de Avram Glazer -como antes lo fuera de su padre Malcolm-, ya ha dejado claro que los Glazer no piensan vender el club.

El motivo de tanto odio, que ha persistido todos y cada uno de los años desde que la familia se hiciese con el control, está primero en el origen estadounidense de la familia… Y luego en el dinero, claro. El dinero con el que los Glazer financiaron la compra del equipo salió de una serie de préstamos de alto riesgo que tenían al club como aval. Considerando que el United tiene una valoración hoy de unos 3.400 millones de euros, la adquisición entre 2003 y 2005 por unos 950 millones de euros salía barata. A los Glazer, claro. Al club, que paga unos 70 millones de euros al año sólo en intereses -han llegado a pagar más de 200 millones-, y al que todavía le quedan por restituir unos 300 millones. Se calcula que, en general, la famila se ha llevado más de mil millones de euros de las arcas del club, entre dividendos y deudas. También ha vendido un buen lote de acciones a compradores desconocidos.

Todo porque la primera medida que tomaron al llegar al club fue convertir al Manchester United en un entramado de compañías pantalla y empresas fantasma con sede fiscal en el paraíso ídem de las Islas Caimán. ¿Otro motivo más? El desembarco del jeque Mansour en Manchester City, desembolsando más de 1.500 millones de petroeuros para convertir al rival en una superpotencia de la Premier mientras comenzaba el declive deportivo del United. Un largo camino de desencuentros para una historia que empieza con un vendedor de relojes a domicilio convertido en milmillonario: Malcolm Glazer.

Malcolm Glazer murió en 2014, a los 85 años, y tras haber visto el último título de los Red Devils en la Premier de 2013 -no han vuelto a ganar una liga-, en la despedida de Sir Alex Ferguson. Unos 78 años antes, el niño Malcolm, el quinto de siete hijos de una familia de inimigrantes lituanos judíos residentes en el estado de Nueva York, aprendía por primera vez a desmontar y reparar relojes, el pequeño negocio familiar,de manos de su padre Abraham.

El negocio, un pequeño establecimiento-taller de venta y reparación de relojes y joyas, pasó a manos del joven Malcolm cuando su padre murió, en plena Segunda Guerra Mundial. A los 15 años, en 1943, el futuro patriarca tuvo que aparcarlo casi todo y echar una mano para sacar adelante a la familia, especialmente a su madre, Hannah Glazer. Eso implicaba ir puerta a puerta explicando las bondades de que los Glazer reparasen tus relojes.

Seis años después, el pequeño negocio ya era una empresa bastante rentable, y Malcolm decidió dejar los estudios para dedicarse íntegramente a la empresa familar. Una de esas puertas a las que llamaba le permitió dar el salto a un futuro de riquezas: una base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos se convirtió en su principal cliente a principios de los años 50. Con el dinero que el Tío Sam le pagaba para que los relojes de sus pilotos siempre funcionasen, Glazer descubrió las bondades del negocio inmobiliario: pequeños apartamentos, casitas destartaladas para la clase baja y, ya por debajo de la línea de la pobreza, los parques de autocaravanas. Alto riesgo, alto retorno.

El resto es historia: Malcolm Glazer terminó montando un holding, diversificando su dinero y buscando asociar su nombre a algún aura mítica. Su primer intento fue cuando quiso comprar -sin éxito- Harley-Davidson. En 1995, ya varias veces milmillonario y metido en el petróleo, pagó el precio más alto que nadie hubiera pagado jamás por un equipo de la NFL al comprar a los Tampa Bay Buccaneers. Que hoy son uno de los equipos con peores resultados del fútbol americano, pero que en 2002 ganaron una Super Bowl tras siete años de éxitos deportivos.

Malcolm pensó en hacer lo mismo con el gran negocio deportivo mundial: el fútbol. Y ningún equipo estaba más a mano o era más apetecible que el Manchester United. Una inversión que, desde 2005, ha venido acompañada de cinco ligas y una Champions, para contrarrestar el odio acérrimo a la familia Glazer. El último lustro ha sido peor: sus hijos no han sabido desde su muerte -en ninguna de las dos orillas deportivas- proporcionar éxitos y títulos a la hinchada. Claro que ahora la alternativa es que el príncipe heredero saudí, acusado de ordenar el asesinato de Estado de Jamal Khashoggi,se haga con la corona del fútbol inglés.

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