Desahóguese, tuitee a Trump
Mi amigo Tahiche, como el médico le ha dicho que no puede beber, se desfoga en Twitter. La lata de Mahou azul, es un hecho, tiene infinita menos gracia que la verde y la roja. Y no es una cuestión de pantones. Tahiche dice que lo hace por eso, por desahogarse, pero también para poner en orden sus ideas.
A Trump lo tiene frito a mensajes. Tuitea el político, por ejemplo, que van a derrotar al virus chino invisible y Tahiche, en un perfecto inglés, le responde que el virus no es invisible, sino pequeño, como su talento. Siempre le replica, aunque el presidente no le haya respondido nunca, todavía, al menos, ni por deferencia, que ni eso tiene. Su novia, Noelia, le reprende diciéndole que resulta raro. No el silencio de Trump, sino su empeño y frenesí lanzándole mensajes como almohadillas a los toreros cobardes. Tahiche se sorprende, pregunta en voz alta si es absurdo, como si lo pensara por primera vez, concluye él mismo que sí y después se ríe. A la mañana siguiente vuelve a escribir a Trump.
Supongo que hacerlo resulta tan absurdo como chillarle al televisor con las noticias o al actor de una película para decirle que por ahí no vaya, que es peligroso. Pero supongo que, también, a veces es el único recurso que queda. El derecho al pataleo, a la queja, al desahogo, tan terapéutico en estos momentos inciertos.
Quejarse, en ocasiones, es válvula de escape; también voz de la conciencia que se queda ahí, latente e intermitente, como un mensaje de contestador; y gasolina con la que prenden los cambios futuros. Probablemente sea verdad que nos quejamos demasiado y por demasiado. Pero también que mientras hay queja, hay vida. Cuando uno deja de hacerlo o tiene un autocontrol gandhiano o una educación estoica, que son virtudes tan complicadas de adquirir como poco lucidas y apreciadas, o está muerto o a punto de que le piquen el billete.
En el caso de Tahiche la culpa es del médico, por supuesto. Y del pantone. Pero quiero creer que cada noche, con su pijama presidencial y su gorrito de dormir presidencial, tumbado en su cama presidencial con su teléfono móvil presidencial, Trump mira la pantalla y cierra los ojos pensando quién será ese Tahiche que tanta caña le da y que otra vez va a tener pesadillas presidenciales por su culpa.
David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.
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