Economía circular

Una de mis lecturas este verano ha sido “Fashionopolis”, de Dana Thomas (Editorial Superflua). Un interesantísimo libro para conocer los entresijos de la producción de lo que llamamos “moda rápida” (que tanto contamina) y las alternativas que están en marcha para solventar sus consecuencias.

Como todos los que nos dedicamos a las publicaciones con contenido de moda, tengo cierta base de conocimientos sobre el tema, pero no es, ni de lejos, mi especialidad. Me interesaba el libro porque quería ampliar esa base, que no me sonaran a chino mandarín los nombres de ciertos tejidos (que antes no existían y ahora están presente en muchos etiquetados), y porque la visión innovadora de algunos emprendedores le está dando la vuelta al modo en que se reutilizan los materiales. La clave es esa: reutilizar.

A punto estaba de terminar el libro (que es bastante denso y necesitas tomar notas, marcar páginas y subrayar párrafos enteros) cuando me llega un mensaje por WhatsApp de un número que no tengo en la agenda: “Hola! Te acuerdas de mí?”. Foto de perfil: un niño de unos 8 o 10 años, de pelo rizado y con las gafas de sol de un adulto. Ya empezamos -pensé- o es el niñato acosador otra vez o El Pajillero que ha burlado todos los cortabrasas que le he puesto. Una de las madres del cole no es, porque esas están recogiditas en el grupo de guasap correspondiente, así que a ver quién coño es…

“No sé quién eres”, respondí, mientras me apresuraba a poner el número en el buscador de Google, a ver si era una de esos números de estafa. “Jeje hace unos años, estuvimos a punto de quedar pero al final nada, yo vivía en X, pero ahora me he mudado a Y”. Justo en ese momento me aparece un perfil de LinkedIn en el buscador. Ya sé quién es. Escribo su nombre en el chat. “Buena memoria”, me contesta, imagino que halagado porque no me haya olvidado de él. Nada más lejos de la realidad, ni me acordaba ni de él ni de cómo se llamaba.

Os describo el asunto. El verano de mi divorcio. En pleno ataque de ansiedad no se me ocurre mejor idea para quitarme de en medio que llevarme a mi señora madre (que ya pasaba de los 80 años) y a mi hijo (que aún no había cumplido 6), a uno de esos hoteles-para-familias en la costa andaluza. De esos de pulsera todo incluido. En ese momento me pareció una idea estupenda. Un consejo: NO LO HAGÁIS. Menos aún si estáis con la ansiedad del divorcio. Os vais a ahorrar el asunto de limpiar y cocinar, sí, pero andar con un ojo en que no se te ahogue el niño y el otro en que tu madre no se resbale y se rompa la cadera, más lo tuyo, y sin poder tomarte ni un triste gintonic porque algún adulto responsable debe estar al mando, acabará con el poco equilibrio que os quede. En vacaciones se engorda. Yo perdí como 4 kilos en una semana.

¿Qué vía de escape me quedaba? Mi madre y mi hijo se turnaban la tele entre los programas de cotilleo y los dibujos animados, así que yo me tiraba de cabeza al móvil y al Tinder. En una de esas hice match con un muchacho que estaba de visita en un ciudad no muy lejos, aunque residía en otra que estaba lejísimos, y no era Madrid.

Empezamos a hablar. Parecía majo. También tenía un crío y también estaba separado. Más o menos de mi misma edad y con las mismas expectativas amorosas, o sea, cero. Seguimos hablando cuando yo regresé a Madrid. Quedamos en vernos porque él viajaba a menudo a la capital. Era complicado porque tenía que coincidir la visita con la semana que no tenía a mi hijo. Andábamos cuadrando agendas cuando de repente dejé de recibir sus mensajes. “Ya está, este ha pillado y me voy al banquillo”. Le mandé un mensaje preguntándole si se había echado novia. Me dijo que era “una brujilla” y que sí, que había ligado y estaba empezando con una chica, pero que eso no quitaba para que nos viéramos cuando fuera a Madrid. “Ah, no, -le dije- me parece muy bien que tú seas multitask pero a mí no me gusta montarme en taxis que ya van ocupados. Soy un poco victoriana, lo sé, pero no me va el rollo de fastidiarle a otra su relación. No me gustaría que me lo hicieran a mí”. Y ahí se quedó el asunto.

Seis años más tarde me manda un mensaje. Y una ya no sabe si es porque le dejé huella a pesar de que nunca nos vimos en persona (JA), porque estaba limpiando de números la agenda del móvil y se ha encontrado con mi nombre (JAJA), o que el tipo está tan concienciado con no tirar nada que está reciclando los match de Tinder (JAJAJA).

Como contaba Dana Thomas en el libro- “tenemos que acostumbrarnos a un sistema circular en el que los productos se reciclan, renacen y reutilizan continuamente. Nada, idealmente, debería tirarse a la basura”. Idealmente, no, pero tirar la caña again después de tanto tiempo no te deja en muy buen lugar, ni a ti ni a la persona que recibe el mensaje. Ya decía una amiga mía que volver con un ex no es amor, es reciclaje, o sea, economía circular.

pd (he informado al muchacho de que Amante y yo estamos muy felices como estamos, y que no hay na que rascar)

pd2 (NO PONGÁIS FOTOS DE LOS NIÑOS EN LOS PERFILES DE WHATSAPP, COJONA, QUE DESPISTÁIS A LA GENTE)

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