Ángela Molina: un Goya de honor
Cada arruga en su rostro y cada cana en su cabello son muescas que la vida ha dejado en Ángela Molina, de 65 años. O mejor dicho, de las vidas, porque son más de 200 las que la actriz ha vivido en la piel de otras mujeres a lo largo de 45 años de carrera cinematográfica salpicada de alguna experiencia televisiva y teatral. Y cada arruga y cada cana son de una sublime belleza porque acompañan un sentimiento que carga en cada personaje: «el amor es lo que me ha hecho actriz. Amo a mis películas como si fueran mis hijos. Todas son importantes porque sin ellas no sería quién soy».
¿Y quién es Ángela Molina, flamante ganadora del Goya de Honor que la Academia del Cine Español le entregará el próximo mes de marzo? Pues siguiendo una máxima que parece un cliché pero es una verdad como un templo —la cámara no miente—, hablamos de una mujer sensible, divertida, empática, bohemia, instintiva y pasional. Tercera de ocho hermanos, Ángela vino al mundo en el seno de un clan, los Molina, con un patriarca conocido por su arte —¿Quién no ha cantado alguna vez su mítico Soy minero?— en todo el mundo, para luego crear el suyo propio, con dos matrimonios y cinco hijos que también han crecido entre focos y portadas de revista: Olivia, su hija mayor, que la hizo abuela hace 8 años con Sergio Mur, es la que mejor sigue sus pasos ante las cámaras y los escenarios.
Nacida en Madrid, es ibicenca de corazón: allí ha podido desconectar del mundo y ha sabido conectar con las personas que han marcado su vida. Su primer marido, el fotógrafo Hervé Timarché —con quien tuvo a Olivia, Mateo y Samuel— y a su actual pareja, el empresario canadiense Leo Blakstad —Antonio y María—. Tuvo a su benjamina a los 47 años, un embarazo de riesgo por el que se hizo multitud de pruebas y tomar precauciones para llevarlo a buen puerto. Curiosamente, su hija tiene casi la misma edad que su nieta.
Ángela estudió ballet y danza en la Escuela Superior de Madrid, pero el cine se cruzó en su vida y la sacudió para cambiarla definitivamente. Hace cinco años, en una entrevista concedida al periodista cinematográfico Juan Luis Álvarez, la actriz confesó cómo empezó todo: «Tenía 17 años, estaba estudiando COU, y era un día de primavera en un pueblecito de La Mancha. Lo primero que debía hacer era beber agua de una fuente. Entonces dijeron «acción» e inmediatamente se creó una magia. El equipo, en silencio; todo era uno. Y vi el agua que tenía que beber y noté su sabor y su pureza y me llenó de una felicidad radiante. Entonces pensé: «Si el espectador va a ver y a sentir lo mismo que yo en este momento, merece la pena. Me voy a dedicar a esto toda mi vida». Fue un instante minúsculo de una intensidad increíble que me provocó una satisfacción única. Así fue. Todo comenzó por un mínimo acto, un detalle». Pero también la música forma parte de su vida: grabó un disco con Georges Moustaki, uno de los grandes cantautores mediterráneos, y puso voz a Las cosas del querer, en la que comparte un amor imposible y canciones inolvidables con Manuel Bandera.
A las órdenes de Buñuel fue ese oscuro objeto del deseo del cine español e internacional que la llevó a trabajar a las órdenes de los más grandes: de Gillo Pontecorvo y a los Taviani, de Gutiérrez Aragón a Pedro Almodóvar, de Alain Tanner a Ridley Scott. En 1985 se convirtió en la primera actriz extranjera en ganar el David de Donatello —el Goya italiano— por Camorra. Ese año estaban también nominadas Giuletta Masina y Liv Ullman, ahí es nada. Ahora, los suyos le reconocen el talento concediéndole lo que era suyo desde Demonios en el jardín.
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