Albert Serra: Hoy en día las películas están formateadas para dar placer al público

Un grupo de nobles se reúne en un bosque. Se citan secretas conspiraciones políticas, se invocan fantasías sexuales libertinas. El clima se enrarece. Entonces cae la noche y comienza el banquete erótico. Hombres y mujeres de diversas edades, con distintos tipos de cuerpos, se enredan en una escalada de prácticas que avanzan con paso seguro hacia el terreno de la parafilia, donde se rompen todos los tabúes, incluso el que separa la vida y la muerte.

Esto ocurre en Liberté, la última película del director catalán Albert Serra, y el espectador puede contemplarlo en toda su explicitud gracias a una virtuosa iluminación nocturna. Meses después de haber sido premiada en la sección Un certain regard del último festival de Cannes, y de haber pasado por las salas francesas, la cinta se estrena este viernes en los cines españoles. Las imágenes de Liberté fueron antes una instalación de vídeo inmersiva en el museo Reina Sofía bajo el título Personalien, y aún antes de eso su guion se representó en Berlín como una obra de teatro.

Es una obra hipnótica y turbadora que, como el resto de las películas de Serra, ha provocado polémicas y desencuentros. El director se presenta a la entrevista vestido con una elegancia nada a la moda que lo emparenta con los nobles del siglo XVIII que tanto parece atraerle (allí ha ambientado también otras de sus películas anteriores como Historia de mi muerte o La muerte de Luis XIV), quizá porque es una época llena de tensiones en la que terminaba un mundo mientras otro comenzaba. De esa decadencia, y del caos y la irracionalidad que engendra la Ilustración, parece tratar Liberté, aunque la definición que nos da el propio Serra resulta más estimulante: “Es un poema sobre la noche. La noche no tiene memoria. El día te lo trabajas, hay que hacer planes, pero la noche es por definición estéril”.

Es una película ambientada en la llamada época de las luces pero que está en efecto rodada de noche, y en ella aparece el lado más irracional del ser humano. ¿Esa era tu apuesta una vez más?
Me centro en la pulsión del deseo. La pulsión, me gusta esa palabra. Esa pulsión que no entiende de leyes ni de consensos, y que nace como dices en mitad de ese pensamiento ilustrado. Eso es algo que siempre ocurre en Europa. Cuando sale un movimiento, inmediatamente aparece una subversión crítica. Es esa pulsión subversiva de la vieja cultura europea, donde cualquier forma de pensamiento lleva el germen de su destrucción casi inmediata. Esto no ocurre por ejemplo en Estados Unidos, que es mucho más naïf, o en Asia, donde hay más respeto a lo canónico.

Hay mucho sexo en la película, pero se trata de un sexo poco gozoso. Viéndola pensé en ese verso de Mallarmé que dice que “la carne es triste”. Encuentro mucha tristeza en la carne de Liberté.
Puede ser. He tratado de abordar el cuerpo desde la pura materialidad, es decir, filmando lo que la cámara tiene delante. Yo no discuto nada con los actores, no les cuento nada, no hay ni ensayos, y filmo con tomas muy largas. Todo se basa en la incomunicación con ellos. Así que la materialidad de la carne está muy expuesta y las cámaras la escrutan de manera salvaje y sin cortapisas, sin que el actor tenga ningún agarre. De ahí llega la tristeza.

Pero esa es la gran pesadilla de los actores, que su director no se comunique con ellos. No es extraño que casi siempre trabajes con intérpretes no profesionales.
Claro. Conmigo están totalmente abandonados, y además desnudos, así que la fragilidad es todavía mayor. Sobre la obra de teatro que antes fue esta película hubo una crítica muy negativa que sin embargo decía algo que me encantó: “dos horas y media de actores abandonados en el escenario”. Pues esa era exactamente la sensación que yo estaba buscando.

La película se llama Liberté, pero lo que realmente me transmite es la idea del deseo como un tirano. ¿Es entonces un título irónico?
Más que de tirano, tiene algo de injusticia y de abyección. Me gustaba que se pasara del capricho del principio, con esos aristócratas que quieren raptar unas novicias y nosequé, a lo arbitrario que penetra después. Ya entramos en la serialidad, en el intercambio de roles, que tiene un lado muy oscuro que nos subleva.

No se cita expresamente, pero la figura del marqués de Sade está muy presente.
Es que la película es como las novelas de Sade, algo muy higiénico. En lugar de darte ideas te las quita. Te vacía, es como si te limpiara la cañería con lejía. Y te quedas extenuado, como un limón exprimido. Esa sensación es difícil de encontrarla hoy en día en el cine, porque las películas están formateadas para dar placer al público. Por eso estoy muy orgulloso de esa atmósfera enrarecida de la película que provoca ese efecto en el espectador. Recupera la idea del cine como experiencia colectiva. Esta película interpela a la intimidad de cada uno de forma más directa que la mayoría.

El único actor profesional, Helmut Berger, está muy bien elegido. Él, que ha sido el hombre más bello del mundo y al que asociamos con una cierta noción de hedonismo, aparece sometido a la ley de la decadencia de los cuerpos. Encarna la propia decadencia de esa época.
Hay una renuncia en su personaje. De hecho por eso lo matan, porque es como la manzana prohibida pero al revés, porque se vuelve puritano y los demás no quieren que les contagie. Hay algo muy bello en eso, en que Helmut Berger, que ha sido tan hedonista, de pronto se haga puritano y lo maten por ello. Como algo de justicia poética pero al revés. La verdad, me sabe mal no haber hecho una o dos escenas más con él. Es un actor muy tranquilo y muy preciso.

La película adquiere además nuevas resonancias estos días, tras la subida de Vox en las últimas elecciones. Me pregunto si hay algo de masoquismo o de pulsión de muerte en que tanta gente vote a un partido que está claramente en contra de sus intereses, algo que resulta evidente detrás de un discurso populista muy endeble.
Bueno, a mí la política no me interesa mucho, pero esto lo interpreto desde el auge de la extrema derecha no ya en España, sino en todos los países. La gente está desesperada con esta creciente diferencia entre ricos y pobres, y el discurso consensual ya no les vale. La extrema derecha le habla a la gente desde un punto de vista antiliberal, nacionalista, desacomplejado, con valores en muchos sentidos nefastos, y eso hace que se sientan identificados. Porque se les hace ver que la gente es una prioridad frente al libre comercio y todo esto. Es la única explicación que yo le encuentro. Esto es lo que ha provocado el Brexit, ya te lo digo. Y la victoria de un freak como Trump en Estados Unidos.

Pero eso tampoco es una novedad, porque ya favoreció el triunfo de los fascismos en los años 20 y 30 del pasado siglo.
Es exactamente igual, sí. Piénsalo bien. Como explica Thomas Piketty, las diferencias entre ricos y pobres no han hecho más que aumentar de manera muy pronunciada en los últimos treinta años. Cuidado con este dato, que será fuente de muchas sorpresas.

Bueno, ya lo estamos viendo, también con reacciones populares violentas en diversas partes del mundo.
Todo tiene su caldo de cultivo. Seguiremos así mientras estas diferencias sigan ocurriendo y nadie las pare. Lo que me sorprende es que nadie haga una declaración fuerte al respecto. Alguien de la socialdemocracia, o incluso de la derecha moderada que apoya al pequeñoburgués, debería apropiarse de este discurso de defender a la clase media de manera radical y abierta. Y no. Todo son como pactos extraños y secretos. Ese es el tema del último libro de Houellebecq, Serotonina. Trata de la difuminación de las ideologías.

Hablando de ideologías difuminadas, resulta especialmente difícil de comprender el caso del procés catalán. Quizá siendo de allí tengas las cosas más claras al respecto.
Podría aplicársele el mismo esquema. Ocurre cuando el consenso pactista ya no da respuesta a los anhelos de la gente. Así que hay que ofrecer algo más, y sobre todo sacrificar algo. Como en un matrimonio que tiene problemas: hacer ver que el problema no existe y que se va a arreglar solo no funciona. Hay que proponer soluciones concretas, lo que a veces pasa por renuncias, como en tantas cosas en la vida. Pedro Sánchez, por ejemplo, creía que con convocar elecciones ya estaba todo solucionado. A él le parecía que le iban a votar más, pero luego pasan dos o tres cosas y se acabó el plan. Hoy las cosas van muy rápido, tienes que estar más en la calle. La tarea del estadista es mucho más compleja. Ya no puedes controlar a la gente con la información como antes. Ahora solo se les puede controlar con represión, pero la represión es un arma de doble filo y no sirve eternamente.

Por volver a tu siglo favorito, parece que describieras el caso del rey Luis XVI, que no supo reaccionar frente a lo que pasaba en la sociedad y la estalló la Revolución francesa en la cara.
Exacto. Yo a esto le veo el origen en la insatisfacción de la gente. Esa insatisfacción hay que reconocerla y captarla. Y darle a la gente satisfacción, joder. Esa la obligación del político.

Eres una especie de ovni dentro del cine español. Para empezar, ¿te identificas con esto que llamamos “cine español”, que casi parece un género más que otra cosa?
No quiero sonar pretencioso, pero nunca he formado parte de ello y no voy a empezar ahora. Prefiero aguantar así hasta el final. Me he inclinado más hacia las tendencias foráneas, como la literatura francesa, por ejemplo. Aunque yo estudié filología hispánica, y mi primera película trataba sobre El Quijote, y nada más español que eso. Pero incluso buenos realizadores como Berlanga o Bardem, o a su manera extraña Buñuel, siempre tienen una especie de folclorsimo que a mí no me interesa tanto.

El caso es que en el último festival de Cannes coincidíais tres de los pocos directores españoles que hoy en día pueden ser premiados allí. Almodóvar, que está en la elite de los autores mundiales, al mismo tiempo respetado por la crítica y apreciado por el público; tú, que partes de unas posturas digamos más radicales o minoritarias; y Oliver Laxe, algo más joven, y que está en un punto en el que parece debatirse entre ambos modelos.
Laxe tiene un tono más social que a mí me es totalmente ajeno. Lo artístico es lo único que me mueve, y todo lo demás no me interesa para nada. Mi propia vida es así, siempre he vivido mentalmente en el mundo del arte y la bohemia. Como ciudadano puedo tener mis pequeñas opiniones, pero la verdad es que no ocupan casi espacio en mi cerebro. Me da igual todo excepto lo mío.

Es una interesante declaración de principios.
Pero mira, esa posición me hace incorruptible sin pretenderlo. No me interesa ni el dinero, ni el éxito, ni nada similar. Y creo que en esta película hay algo de eso. Que digan “es la película más original y más pasada de Cannes”. ¿Sabes? Pues mira, es algo de lo que estoy orgulloso, por qué no. ¿Por qué voy a hacer algo convencional pudiendo hacer una película pasada de rosca?

¿Crees que el cine actual es conservador, que el público y los creadores no arriesgan?
El miedo al fracaso ha matado no solo el riesgo de las obras, sino incluso la curiosidad de la gente. Y de los propios realizadores. Todo es muy complaciente y las series de televisión lo han agravado. El cine es otra cosa. Nació para la poesía de las imágenes. Creo que aún queda un espacio para imágenes con fe, que son las imágenes del cine. Y si se destruye esto, tendremos que pasarnos al mundo del arte contemporáneo.

En una entrevista reciente hablabas del falso cine de autor que se da en España, al que tildabas de deshonesto.
No es ni eso. No pueden llegar a ser deshonestos porque tampoco han llegado a tener tanto éxito. Corrompiéndose tampoco es que hayan conseguido unos laureles de dinero o de gloria comercial muy grandes. Así que no tienen ni una cosa ni la otra, ni prestigio ni dinero. Y cuando tu mente es tan confusa que ya ni sabes qué es artístico y qué no, todo se tuerce.

En esta escalada tuya particular, parece que vas a dirigir una película sobre el toreo.
En este debate de los toros entiendo las posturas de todos los bandos, no tengo ningún problema con eso y respeto todas las opiniones aunque yo tenga la mía. Creo que es la gente la que debe decidir si los toros siguen o no. Pero a mí no me interesa tanto lo del sufrimiento del toro que está tan a la moda como el propio torero.

¿El torero como figura trágica, de pronto?
Sí, con una perspectiva histórica. No sé si se está viviendo un crepúsculo de los toros, no me gustaría que fuera así. Pero creo que hay algo de ocaso en ello. Los toros tienen algo, por su crudeza o quizá por su autenticidad, que no es asimilable al mundo contemporáneo. Además no hay ninguna película buena sobre los toros, y mira que las he visto todas. Filmar la corrida es complicado y además es gente muy hermética y muy supersticiosa. Esas dificultades son lo que ha impedido que se hagan buenas películas, pero pienso que yo estoy en condiciones de salvar algunas de ellas. Estoy muy ilusionado con este proyecto, aunque no es el próximo.

¿Y cuál es el próximo, entonces?
Pues después del sexo vuelvo al amor. Bueno, no es que vuelva porque nunca he estado ni creí mucho en él. Y ahora menos que nunca. Lo abordaré desde una perspectiva muy contemporánea: el amor a tres.

¿El poliamor?
Exacto. Será un melodrama relativamente clásico, pero con estas cosas capciosas que pueden conectar con la sensibilidad de la gente que está a flor de piel. Y hay algo que liga con Liberté, y es que la gente ya no puede sumergirse en lo desconocido. Antes enamorarse de otra persona era eso, a nivel de cuerpos pero también sentimental, porque no tenías ninguna información de la otra persona.

Pero hoy en día, con las aplicaciones para ligar, puedes estar acostándote con una persona a la media hora y sin haberla visto antes.
Aún así. Cuando haces eso ya estás comparando con unas determinadas expectativas, o prejuzgando. Antes eso era imposible porque ante lo desconocido poco puedes prejuzgar y solo te queda tirarte a por ello. Y eso, tanto en la fase de la relación que incluye el encuentro de los cuerpos como en esa otra inicial que es la de la ilusión romántica que todos hemos podido sentir, hay una pureza que no sé si hoy esta maltrecha. Es lo que intentaré investigar con mi película. Todas mis películas son investigaciones porque solo me interesa lo que hay delante de la cámara, no tengo ninguna idea previa. Así que esto es lo que mi metodología abrasiva intentará dilucidar esta vez.

¿Y qué fue de tu película sobre el mundo del arte contemporáneo, I am an artist?

Ese es mi proyecto más querido, pero el protagonista tiene que ser un actor americano y he tenido ya dos grandes desilusiones. Cuando hay americanos de por medio todo es más complicado. He hecho ya dos viajes a Los Angeles, y tenemos productores franceses grandes, pero el tema va para un poco más largo. Trata sobre el rol del arte contemporáneo, en toda su pequeña verdad y su pequeño esnobismo. Lo que pasa es que se me atragantó un poco The Square.

¿El estreno de esa película frenó tu proyecto?

Es que nadie había hecho una puta película sobre el mundo del arte, y de repente sale aquella… Yo ya tenía el guion escrito e íbamos a empezar a rodarla, y me quedé un poco desilusionado. Pero ahora empieza a ser de nuevo el momento. Va para largo, pero es que todos los que han leído el guion me dicen que es genial. Pero cuidado, que es un problema tener un guion genial, porque la gente se conforma con ello. Y yo no quiero hacer un guion genial. Yo quiero hacer una película genial, joder.

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