El otro ‘Augustus’ de la familia real: fue el primer duque de Sussex y tío de la reina Victoria
Cuando hace tres años la reina Isabel II empezó a buscar un ducado como regalo de bodas para su nieto el príncipe Harry –como es su costumbre cada vez que uno de sus descendientes varones se casa–, la monarca vio que la mayoría de los títulos vacantes tenían cierto gafe. Estaba por ejemplo el de Clarence, ejecutado uno de sus antiguos titulares por traición a su hermano; el de Connaught, sin titular después de que el último muriera tras caer borracho de una ventana; o el de Albany, afiliado el último de ellos al partido nazi. La reina optó entonces por el ducado de Sussex, aunque, como recordaba The New Yorker, este título concreto también encerraba una cierta carga profética que, para bien o para mal, el príncipe Harry ha acabado realizando.
Fue el príncipe Augusto Federico, noveno hijo del rey Jorge III y tío favorito de la reina Victoria, quien ostentó por primera y última vez antes de Harry el título de duque de Sussex. Su nombre, ahora lo lleva, además el hijo recién nacido de la princesa Eugenia y Jack Brooksbank, August Philip Hawke.
Nacido en 1773, al contrario que su descendiente Augusto nunca dejó de ser miembro de la familia real, aunque tras su muerte sorprendió su deseo de ser enterrado en un cementerio público de Londres –el de Kensal Green–, entre tumbas de plebeyos en lugar de la sepultura que le correspondía como príncipe en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. Según publicó entonces un periódico local, el príncipe se convirtió así en “el primero de su raza que ha elegido reposar sus huesos en uno de los cementerios del pueblo”, palabras que recuerdan un poco a la decisión del nuevo duque de Sussex de renunciar a la corte para empezar una vida como civil en Estados Unidos.
También al extranjero quiso escaparse por amor el príncipe Augusto Federico cuando su padre rechazó su matrimonio con lady Augusta, una aristócrata 10 años mayor que él con quien se había casado en secreto en Roma, sin el consentimiento del rey que en aquella época se necesitaba. Enterado luego de la boda, el monarca ni siquiera permitió que vivieran en el mismo país, y entonces el duque de Sussex apeló al arzobispo de Canterbury para que le permitiera residir fuera del Reino Unido con Augusta. Aunque para ello aceptó que los dos hijos que tuvo con ella no fuesen miembros de la familia real británica, el arzobispo se opuso a su deseo y el príncipe acabó casándose con otra mujer, lady Cecilia, a quien sin embargo nunca se otorgó el título de duquesa de Sussex.
La boda de los nuevos duques de Sussex fue mucho menos conflictiva, pero es indudable que el distanciamiento entre Harry y su familia coincidió con su relación con Meghan Markle.
Más feliz es la coincidencia entre la labor benéfica de los dos duques de Sussex. Como el príncipe Harry, Augusto de Sussex fue patrón de varias organizaciones benéficas y defendió distintas causas humanitarias como por ejemplo la abolición de la esclavitud o la igualdad de derechos de los judíos. Según recogió The New Yorker, el príncipe Augusto aseguraba que ese trabajo filantrópico le había permitido conocer mejor que a otros aristócratas la vida de la gente corriente, lo mismo de lo que suele presumir el príncipe Harry cuando habla del legado de su madre, la princesa Diana.
“La gente se sorprendería de lo corriente que es la vida que tanto Guillermo como yo llevamos”, dijo también el príncipe Harry en una entrevista de 2017. “Incluso si fuera rey, haría la compra yo mismo”.
El desafío de Augusto de Sussex a las convenciones de la corte, no obstante, no desembocó en una ruptura total con la Corona británica, y al igual que Harry ha prometido que siempre será leal a su abuela, el primer duque de Sussex permaneció fiel a su sobrina, la reina Victoria. Fue él, de hecho, quien acompañó a la monarca al altar el día de su boda con el príncipe Alberto.
Artículo publicado en Vanity Fair el 14 de abril de 2020 y actualizado.
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