Taylor Swift o cómo pasar de ser la reina del country a pelearse en redes con Trump y sacar (¡dos!) discos durante la pandemia que la han devuelto a lo más alto

“Adiós 2020. Ha sido raro”. Con ese escueto mensaje y una foto en la que aparecía vestida con un aparatoso disfraz de oso y cara de circunstancias, Taylor Swift despedía el año de la pandemia. Raro sí, pero no necesariamente malo. En un momento difícil para la industria musical, ella solo ha cosechado éxitos: dos discos sorpresa en apenas seis meses, toda la crítica especializada rendida a sus pies, seis nominaciones a los Grammy y una imagen nueva y rehabilitada de la tóxica sobreexposición que le hizo tocar fondo en 2016. Swift se ha reinventado dosificando sus apariciones y su actividad en redes sociales. También reclamando su propia voz, tanto en la industria musical como en la escena política. Más madura e interesante, se parece más a sí misma.

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Al inicio del confinamiento, se dedicó a cocinar, leer, escuchar música y ver una película cada noche. Acostumbrada a una agenda frenética, el parón sobrevenido despertó su imaginación. Y empezó a componer. Esta vez, el proceso creativo fue totalmente diferente. Para empezar, lo hizo en secreto. Solo su familia, su novio y un reducidísimo número de colaboradores sabían que estaba trabajando en un nuevo disco. Por primera vez, no era la única protagonista de sus canciones.

“Llegó un momento en el que, como compositora que solo escribía canciones confesionales, sentí que esa vía era insostenible para el futuro”, le contó a Billboard en diciembre. “Estábamos acostumbrados a los grandes hits para la radio y las canciones sobre exnovios, pero esta vez ha inventado historias y personajes más imaginativos. No es que haya hecho algo nuevo a nivel artístico, sino también a nivel comercial. Ahora tiene más control sobre su carrera”, explica el periodista especializado en la industria musical y colaborador de Forbes Hugh McIntyre.

Su equipo informó a la discográfica apenas una semana antes del lanzamiento de que Taylor tenía un nuevo álbum.

Es una de las pocas artistas que pueden poner un tuit, anunciar que va a lanzar un nuevo disco en cuestión de horas y estar segura de que se convertirá en el número uno

Las fotografías de la portada y el interior, que suelen implicar a decenas de personas, se hicieron con un único fotógrafo. Ella se encargó de peinarse, maquillarse y se vistió con su propia ropa. “Esa sencillez no es revolucionaria, pero Taylor ha tenido la habilidad de adoptarla en un momento en el que el mundo lo necesitaba. No sé si lo sentía así o era consciente de que la gente iba a responder a eso, pero ha conectado”, explica McIntyre.

En julio, la cantante lanzó folkore (sin mayúscula), que la crítica recibió como obra maestra. Cinco meses después, cuando nadie se lo esperaba, apareció evermore, “un disco hermano” del anterior y que doblaba la apuesta.

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Es una de las pocas artistas que pueden poner un tuit, anunciar que va a lanzar un disco en cuestión de horas y saber que se convertirá en el número uno y que tendrá ocho temas en el top 40. Esa estrategia demuestra que quizá sea la mayor artista del planeta. Es una declaración de independencia, poder y también de intenciones a partir de ahora”, razona McIntyre.

No ha sido fácil llegar hasta aquí para ella.

Swift consiguió trascender a la etiqueta de niña prodigio del country para convertirse en una estrella del pop. En 2016, la cantante se convirtió en víctima de una sobreexposición que ella misma se había encargado de crear. Tenía demasiados frentes abiertos. Protagonizó sonados rifirrafes públicos con otras divas de la música, como Nicki Minaj y Katy Perry, y su antiguo enfrentamiento con Kanye West resucitó cuando el rapero la llamó “puta” en una canción.

Su vida personal era una sucesión de breves noviazgos (Harry Styles, Jake Gyllenhaal, Calvin Harris, Tom Hiddleston…) y una galería interminable de selfies con sus amigas famosas: Selena Gomez, Gigi Hadid, Cara Delevingne o Karlie Kloss. Ese año, se enfrentó en los tribunales al DJ radiofónico David Mueller, que en 2013 fue despedido después de tocarle el culo antes de un concierto. Él le demandó por difamación; ella a él, por agresión sexual. Y ganó.

Pero lo que más daño le hizo fue su equidistancia política.

En 2016, la cantante animó a votar, pero evitó criticar a Donald Trump y no apoyó públicamente a Hillary Clinton. Su silencio fue interpretado por muchos como cobardía. Ella confesó en una entrevista con The Guardian que aquel año “apocalíptico” le pasó una enorme factura y que sentía remordimientos por no haber tomado una posición más inequívoca.

Quizá por eso, en 2018, apoyó a los candidatos demócratas del Estado de Tennessee y Trump contraatacó tuiteando que su música le gustaba “un 25% menos”. Con la muerte de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis, Swift estalló en Twitter: “Después de avivar el fuego de la supremacía blanca y el racismo durante toda su presidencia, ¿tiene el descaro de fingir superioridad moral antes de amenazar con violencia? En noviembre votaremos para echarte”.

Así que en octubre pidió el voto para Joe Biden y Kamala Harris. “Bajo su liderazgo, creo que América tiene la oportunidad de iniciar el proceso de sanación que tan desesperadamente necesita”, dijo a través de sus redes sociales, posando sonriente con una bandeja de galletas decoradas con los nombres de Biden y Harris.

“Hablar de política o de actualidad te convierte en una persona relevante. Y cuanto más relevante sea Swift, más poderosa será”, explica la experta en liderazgo femenino Avery Blank. “Su influencia reside en su talento. Cuenta con la admiración y el respeto tanto de sus fans como de otros artistas por haber salido de su zona de confort. Cuanta más influencia tienes, más fácil es que otros te acepten en contextos diferentes”, analiza.

La estrella también está contribuyendo a transformar la industria de la música desde dentro.

Su cruzada empezó en 2015 con una carta abierta dirigida a Apple expresando su disconformidad con las condiciones en las que su música se reproducía en la plataforma de la compañía. La multinacional cedió y cambió su política para pagar a los artistas también durante el periodo de prueba que ofrecía a sus clientes. “Ha ayudado a destapar los trucos sucios de esta industria”, explica McIntyre.

Su gran victoria pendiente es por los derechos de sus canciones. Cuando firmó su primer contrato a los 15 años con la discográfica Big Machine cedió la propiedad de todos sus masters. Al cambiar de sello en 2019, Big Machine se los vendió a Scooter Braun, mánager de Justin Bieber y, desde entonces, archienemigo de la cantante. Swift prometió grabar todos sus antiguos discos para recuperar el control de sus canciones, pero en noviembre Braun vendió los derechos a una firma de capital privado por 300 millones de dólares.

Ha demostrado a las discográficas y los ejecutivos que no pueden seguir aprovechándose de los artistas, y en especial de las artistas femeninas

“Es la segunda vez que mi música se vende sin que yo lo sepa”, publicó Swift y acusó a Braun de querer silenciarla a través de un contrato de confidencialidad. El plan es regrabar aquellos tres primeros discos que le fueron arrebatados. Su debut aparecerá el 9 de abril con un paréntesis empoderador: Fearless (Taylor’s version). Ahora sí que puede decir que no tiene miedo.

“Su lucha por el control sobre su música es muy importante. Ha demostrado a las discográficas y a los ejecutivos que no pueden seguir aprovechándose de los artistas y, particularmente, de las artistas femeninas”, explica Blank. Ahora, empieza una nueva etapa para ella. “Tiene poder absoluto en su carrera. Está probando cosas nuevas y haciendo un poco lo que le da la gana. Podría estar dos años sin publicar un disco o grabar todas sus antiguas canciones de golpe. No sabemos lo que hará. Y nadie lo sabrá hasta que ella quiera que lo sepamos”, razona McIntyre.

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