Rubén Olmo, director del Ballet Nacional de España: bailar en tiempos en pandemia
Rubén Olmo (Sevilla, 1980) abre la puerta del despacho, me ofrece una silla y pone la suya frente a la mía. Sin mesa ni otro mueble que nos separe, se sienta con los brazos relajados y las piernas muy abiertas en un gesto que no sugiere ni dejadez ni dominio: es apertura. Lleva espardenyes atadas a los tobillos y camiseta de manga corta, pero pronto se cubre con una media capa para evitar enfriarse debido a la ventilación a la que obliga la pandemia. Más que para hablar -es parco en palabras– parece que está listo para expresarse, algo que hace del mismo modo que baila: concentrando la fuerza en unos brazos que ondea para acompañar lo que dice, y en los ojos, con los que parece escuchar, pues apenas parpadea.
La mascarilla intensifica los gestos y la mirada de un hombre que nació el mismo año que Antonio “El Bailarín” empezó a dirigir el Ballet Nacional. En 2021, aquel artista de enorme talento y autoexigencia que llevó una vida social tan intensa como la creativa sería centenario. También se cumplen 25 de su muerte. Por las efemérides y el legado que dejó, su homenaje fue uno de los primeros proyectos que Olmo empezó a fraguar cuando en septiembre de 2019 accedió almismo puesto que ocupó el maestro en el Ballet Nacional.
Como la mayoría de la compañía actual, Rubén no conoció a Antonio, pero todo en este espacio donde ensaya, piensa y prepara a su equipo recuerda al genio. Desde las fotos de Gyenes que se ven al entrar en sus instalaciones hasta la disciplina por la que era conocido y también muestran los artistas que preparan un tributo que estrenarán los días 15 y 16 de abril en el Teatro de la Maestranza de Sevilla. “Se han hecho otros antes, por ejemplo el de Antonio Najarro en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela. Pero esta vez queríamos usar la Sinfónica y hacerlo en su tierra, además de incluir obras como Fantasía Galaica, que era la favorita de Antonio, y otras que no se habían vuelto a hacer. Por ejemplo, las Sonatas del Padre Soler”.
Esa pieza no se representa desde 1982, pero Olmo no quería dejar pasar la ocasión de recordarla, menos teniendo en cuenta el archivo y el almacén con el que cuenta. Un “lujo” que dirige Chus García, jefa de vestuario del Ballet y responsable de la conservación de más de 4.000 piezas que son historia escrita en tela de la institución y la danza en este país. “Ese trabajo increíble que hace Chus nos ha permitido usar las vestimentas originales con las que se estrenaron las sonatas”, explica el director, Premio Nacional de Danza en 2015, con una impecable carrera que incluye una doble formación en danza española y en clásico.
Además, es flamenco, uno que transita entre lo clásico y lo contemporáneo y que lo mismo clava un baile con mantón bailado con zapatillas que le dedica una obra taconeada al escritor Edgar Allan Poe. Con esa variedad en el gusto y consciente de la complejidad del personaje al que rinde tributo estos días, quiso incluir en el homenaje un guiño a Hollywood. “Para recordar a Antonio y Rosario, su compañera en aquella gira por Norteamérica que duró 12 años, dos chavalillos que se fueron a Estados Unidos y los contrató la Warner”.Efectivamente, la major firmó con ellos el primer fichaje de unos artistas españoles no actores y les dio un sitio de honor. “Lo novedoso y lo importante es que sus números no eran, como sucede muchas veces con la danza en el cine, un relleno. Eran largos y muy completos”.
Antonio, como Rubén, era sevillano aunque como recuerda el actual director, su escenario fue el mundo. Por ese motivo, él mismo se calzará las zapatillas junto a Miriam Mendoza para recordar un número muy especial: El Vito de Gracia que interpretaron Antonio y Rosario en Hollywood Canteen (1944), película protagonizada por Bette Davis. Esa curiosidad, como la inquietud y la disciplina, son cosas que Olmo comparte con su antecesor, que se trajo algo más que el aire de Broadway de regreso a España: “La vuelta de avión, por ejemplo, que hacemos aquí como si lo hubiéramos inventado nosotros, pero es un giro que cogió del claqué y que él captó al instante lo bien que encajaban con la danza española y el flamenco”.
La influencia más evidente en Antonio es Gene Kelly, aunque bebió también de Fred Astaire y Ginger Rogers. Ellos también lo imitaron: “Se quedaron con su parte más flamenca: la colocación de sus pies o algún zapateado”, informa Olmo, a quien le cuesta creer que la causa alegada para despedir a Antonio fuera, como se arguyó en su día la indisciplina. “Es imposible. Cualquiera puede contarte lo severo que era, la autoridad que imponía. Lo que es cierto es que era un hombre de carácter y todos dicen que si tenía un buen día, todo iba bien, pero como lo tuviera malo… Pero indisciplinado, cuesta mucho creerlo”.
La charla en el despacho dura poco. Donde Rubén está cómodo es en la sala de ensayo. Observa mucho y da pocas indicaciones pero muy concretas a los bailarines. La mayoría de los cambios los enseña haciendo el giro, marcando el paso, sobre el terreno. Si alguien conoce las dificultades de las obras que preparan y de la danza en sí misma es él, que baila desde los nueve años. “Aún hay gente que cuando le dices que te dedicas a la danza española te contestan que ellos también bailan sevillanas”, cuenta riendo y algo resignado por el escaso conocimiento general que sobre su disciplina hay en España. Él entró en este ballet que hoy dirige con 18 años y llegó a ser solista, pero lo dejó para hacer una carrera propia y crear su compañía además de dirigir entre 2011 y 2013 el Ballet Flamenco de Andalucía. Regresó a casa rozando los 40, maduro y cargado de premios.
“Llegué como todos los directores: con ganas de aportar algo a un ballet con 40 años de historia, con ganas de crear obras que queden en el tiempo y de lograr que los bailarines se proyecten en unos años, de sacar talento”. Pero a los seis meses, estalló la crisis del coronavirus. La sensación al oírle contar cómo manejó la situación es que Rubén trasladó la flexibilidad de su cuerpo hasta el despacho. “Con los teatros cerrados teníamos pocas opciones, porque el público que va a ver al Ballet Nacional quiere ver al ballet entero y son 47 artistas, con todo su vestuario, el equipo… no teníamos la opción de convertir las obras en otras de pequeños formato”. Lo que hizo por tanto, fue algo muy flamenco: improvisar. “Y decidí que aprovecháramos para hacer cosas que estando de gira es complicado encajar. Por ejemplo, investigar”.
Para hacerlo conectó por zoom con compañeros de otros estilos, por ejemplo, La Veronal & Marcos Morau Dukowshka, compañía de danza contemporánea que lleva al límite el cuerpo y las emociones de sus bailarines. “Pronto se verá el resultado de esos encuentros”, cuenta un hombre que quiere que este tiempo extraño deje su huella en la obra y la dinámica del ballet que dirige. “No se puede cubrir con un velo lo que ha pasado porque además, es algo histórico. Tanto es así que yo, que he pedido consultado muchas cosas a otros directores recurriendo a su experiencia, no han podido ayudarme con esta situación porque no había situaciones parecidas en las que fijarse”.
“Con los teatros cerrados teníamos pocas opciones, porque el público que va a ver al Ballet Nacional quiere ver al ballet entero y son 47 artistas, con todo su vestuario, el equipo… no teníamos la opción de convertir las obras en otras de pequeños formato”
En el aspecto que no ha querido que se notara esa influencia ha sido en la comunicación. “Al llegar, decidí abrir las puertas los viernes por la tarde para que la gente viera los ensayos y aprendiera, para hacer esa tarea de divulgación que me parece tan necesaria. Con la pandemia eso se acabó, pero aproveché el streaming para seguir haciéndolo, algo que permitió que actividades, como las clases de compañeros como la coreógrafa Belén López, se pudieran ver desde cualquier lugar del mundo. Eso nos permitió estar en contacto con el público aunque no hubiera actuaciones, pero también con el resto de la profesión”.
Además del peligro de lesiones cuando vuelven de un tiempo sin actividad, está el factor psicológico. “Hay que tener en cuenta que la responsabilidad, la concentración y la fuerza de voluntad la tienen, pero no todos disponían en sus casas de una sala de ensayo o un espacio suficiente para ensayar”. Lo que hizo Olmo fue hablar mucho con todos, para que no olvidaran que, a pesar de la situación, eran privilegiados. “Era necesario tener los pies en el suelo y ser conscientes de que a pesar de la incertidumbre estábamos trabajando, podíamos cuidar el cuerpo y no preocuparnos por no tener un sueldo, algo que la mayoría de compañeros en la danza no tienen”. Cree que eso les ha unido, que les ha hecho ser más solidarios con el resto de la profesión: “De alguna manera, ser más humanos, porque vivíamos cada uno en su parcela, todo muy individualizado”.
¿Y qué tal le va la incertidumbre, el miedo y la enfermedad a la creatividad?, le pregunto al director del Ballet Nacional y es la única vez en nuestra charla que suspira. “La gente fuera de aquí me decía: ‘Aprovecha, ahora tienes tiempo para crear’. Pero tener tiempo no implica necesariamente tener ánimo ni ganas. El momento era demasiado duro para pensar en crear, por eso intenté que potenciáramos otros aspectos de los que también saldrá fruto”. Lo observo observar, levantarse, quitarse la capa para corregirle un paso a Eduardo Martínez, el primer bailarín. Eduardo repite el paso, una dos, tres veces hasta que Olmo asiente y aún con la mascarilla cubriéndoles la cara puedo ver que ambos sonríen. ¿Y ahora, Rubén, sientes que es momento de crear? “Sí, ahora sí. Para un artista es importante tener una meta en el horizonte. La pandemia no ha acabado, pero se empieza a ver alguna luz”.
Con gente acostumbrada a vivir bajo una disciplina severa, parece evidente que han llevado mejor el encierro y las nuevas normas, pero Olmo aclara que no hay que olvidar la mella que hace en quien baila de manera profesional no subirse a un escenario durante mucho tiempo. Es algo que han comentado en este año muchos artistas, pero se entiende mejor al entrar en la sala donde el ballet ensaya las Sonatas el Padre Soler. Se reconoce al instante ese calor especial que tienen los lugares donde se cuece una obra. Es un calor especial, no necesariamente bueno, ni necesariamente divertido. Sólo es distinto, pero el regreso lo ha hecho más vibrante. No es algo que sucede sólo aquí: desde que los artistas pueden juntarse y compartir, esos encuentros no sólo son ensayos, también son celebración. Es lo que se ve en las caras de los hombres y mujeres que en esta sala, frente a Olmo y el espejo que fue Antonio, recuerdan las melodías del Padre Soler.
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