De Rocío Jurado a Lola Flores: todas las veces que la muerte de la matriarca ha destrozado a las familias más importantes de España
La historia de Rocío Carrasco no podría entenderse sin saber de quién es hija. Una herencia envenenada, la niñez marcada por la ausencia de su madre y una serie de enemigos que la han perseguido durante décadas y con los que nunca se habría cruzado de no ser la hija de Rocío Jurado.
Rocío Carrasco adoraba a su madre. Se pasó la infancia llorando porque la echaba de menos y las giras continuas de la cantante le impedían pasar más tiempo con su hija. Así, conforme fue creciendo, dio paso a un lado rebelde que la Jurado trató de pacificar (y que se terminó por desbocar con la separación de sus padres).
Desde internados para que estudiara a charlas interminables e incluso alguna petición (jincá de rodillas, como explicaría la de Chipiona en alguna ocasión) pidiéndole que no dejara el domicilio familiar con 18 años para irse con Antonio David y, poco después, casarse. Cuenta Rocío Carrasco que su madre sabía que acabaría arrepentida de tomar esa decisión y que volvería “con una barriga”. Y, a día de hoy, la imagen de su madre, arrodillada y llorando, pidiéndole que no se fuera, todavía se le clava en las entrañas.
El día que Rocío Jurado anunció a los medios de comunicación que tenía cáncer de páncreas –la misma enfermedad que se había llevado a su madre- dijo que iba “a seguir luchando por seguir aquí, por los míos, que les hago mucha falta”.
Y esas palabras, casi proféticas, cobraron un nuevo significado cuando, poco después de su muerte (el 1 de junio de 2006), la fortaleza del clan comenzó a resquebrajarse. Ortega Cano empezó a beber para intentar olvidar y, años después, acabó teniendo un accidente de tráfico que acabó con la vida de una persona. Mientras esperaba el juicio, su novia –Ana María Aldón- se quedó embarazada.
Gloria Camila trataba sin mucho éxito de mantener las formas y la esperanza y su hermano José Fernando alternaba los líos con la justicia con una clínica de desintoxicación para superar las adicciones.
Todos ellos acabaron por romper la relación con Rocío Carrasco (o Rocío Carrasco con ellos, según quien lo cuente) y a las trifulcas se unieron también los Mohedano, los hermanos de Rocío Jurado, por un reparto de las fincas. Mientras tanto, “la niña” de la más grande libraba –y libra- una extenuante batalla legal con el padre de sus hijos que culminó con denuncias por malos tratos y la ruptura total con Antonio David y también con los niños Rocío y David Carrasco. Si habrá o no acercamiento, solo el tiempo lo dirá. De momento su hija, Rocío Flores, ya ha dejado caer que tiende la mano.
Los quince días más negros del clan Flores
Ella era distinta, fiera y libre, llena de arte. Consiguió sacar el flamenco de los tablaos y acercarlo a las plazas. Y sus ocurrencias acabaron por ganarse el corazón de una sociedad que disfrutaba viéndola desde la pequeña pantalla, una vez que conquistó la televisión. Cuentan que la relación que tenía con sus hijos era estrechísima, especialmente con Antonio.
Juntos se iban de fiesta (era habitual que ella lo llamara a él y a sus amigos y se acercara sola y bien arreglada hasta donde estuvieran para compartir una copa), juntos pasaban las noches y hablaban de la vida, del amor, del arte y de la muerte. Dicen que, si los veías mirarse, casi podías ver el fuego que había entre ellos.
El día que ella murió a consecuencia de un cáncer de mama (16 de mayo de 1995) todos los presentes en el Lerele –la casa de La Faraona- vieron cómo Antonio se partía el brazo izquierdo cuando le dio un puñetazo a una puerta tras recibir la noticia. El mismo brazo que aparece vendado en aquel ya mítico concierto de Pamplona, el último que daría, que dedicó a Lola Flores mirando al cielo.
Antonio era fiero, como su madre. Rebelde, inconformista, cargado de talento. Tenía una hija (Alba Flores) por la que quería seguir viviendo y muchas ganas de trabajar. Pero le faltaba “su luz”, su madre, y la vida se le hizo muy cuesta arriba. Lo encontraron muerto en la cabaña que Lola había mandado construir para él en el Lerele; sobredosis de barbitúricos y alcohol.
La misma comitiva que apenas 15 días antes había despedido a la Flores volvía a acercarse para dar el último adiós a su hijo un 30 de mayo. Esa vez no hubo declaraciones, solo un silencio espeso rodeándolo. Años después, Lolita contaría que cuando llegaron los sanitarios les pidió que lo dejaran a él que ya no tenía remedio y salvaran a Rosario “que daba botes de un metro”.
A partir de entonces vivieron uno de sus momentos más amargos: un año y medio en el que estuvieron “desquiciados”. Mientras Lolita vivió una explosión interna que la llevó a beber y a golpear las puertas a puñetazos (situación que consiguió reconducir gracias a sus hijos), Rosario ha llegado a contar que “quería matarme sin mi hermano. Pero a los 8 meses me quedé embarazada de Lola y se acabó destrozarme y maltratarme”.
Cómo la herencia de Rocío Dúrcal acabó con la familia
En el último adiós a Rocío Dúrcal en México (país en el que se esparcieron parte de las cenizas de la artista) se pudo ver a una familia destrozada por el dolor de la pérdida, pero también muy unida. Entre mariachis, periodistas musicales y fanes acérrimos se pudo escuchar una calurosa ovación y parte de la letra de Amor eterno. Nada hacía pensar en ese momento que la partida de Rocío Dúrcal, que dejó todo atado antes de marchar, se llevaría por delante a la familia.
La idea era que no hubiese pie a ningún tipo de conflicto familiar. Rocío Dúrcal repartió la herencia en vida y ordenó cómo debían disponerse el resto de bienes y pertenencias (joyas y vestidos incluidos). Todo quedaba, en teoría, resuelto. Sin embargo, sus hijos Antonio y Carmen descubrieron, mientras ordenaban papeles, una serie de propiedades que estaban en el extranjero y que no habían quedado reflejadas. Al compartir el suceso con la familia, su padre Junior se negó a incluirlo en el testamento y lo que debía haber sido una herencia sencilla en cuanto al reparto se convirtió en una bomba familiar.
Al distanciamiento de los hijos con el padre le siguieron problemas con la bebida, depresión y la sombra de un duelo que se volvió perenne. Mientras Carmen y Antonio mostraron una postura más beligerante, Shaila –la pequeña del clan- parecía intentar acercar posturas sin llegar a conseguirlo. Hubo abogados, cruces de acusaciones, soledad y muchas lágrimas. Dicen que Junior nunca volvió a ser el mismo y, con frecuencia, se le escuchaba quejarse de no poder ver a sus nietos a pesar de vivir a pocos metros de distancia. Sin embargo, casi de la noche a la mañana, Carmen Morales acabó con el problema.
Ante una boda inminente y un padre que no soportaba más la situación, la familia decidió enterrar el hacha de guerra. Resolvieron sus diferencias en la intimidad, sin abogados ni juicios, y puso fin a los años más tristes de una familia que nunca, hasta aquella herencia, había protagonizado un escándalo.
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