Luisa Isabel Álvarez de Toledo, la duquesa roja de Medina Sodonia que probó la cárcel y el exilio, se casó con su secretaria y dejó a sus hijos sin herencia
Luisa Isabel Álvarez de Toledo conoció a su mujer en 1983 en la boda de su hijo mayor. Sí, de su hijo mayor, porque Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, cabeza visible de tres de las casas nobiliarias españolas más importantes y tres veces grande de España (entre otros títulos) podía ser que se paseara en gayumbos por el palacio familiar en Sanlúcar de Barrameda de forma habitual, pero de puertas afuera, cuando se enamoró en aquella boda de una joven rubia veinte años menor que ella, seguía casada con José Leoncio González de Gregorio y Martí, el padre de sus tres hijos.
El segundo matrimonio de la duquesa roja: su último escándalo y el principio de la lucha por su herencia
José Leoncio y Luisa Isabel se casaron en 1955, tuvieron tres hijos y casi no se volvieron a ver. Pero el fin oficial del matrimonio entre la duquesa y el conde de la Puebla de Valverde no llegaría hasta 2005, cuando el marido solicitó judicialmente la separación. Llevaban tantos años haciendo la vida cada uno por su lado que el juez concedió el divorcio sin pestañear. Luisa Isabel Álvarez de Toledo ni se molestó en contestar a la demanda de divorcio: llevaba años compartiendo su tiempo con la mujer de su vida.
La joven que captó la atención de la duquesa en aquella boda de los años 80 se llamaba Liliane Dahlmann. Meses después de conocerse Liliane ingresó en el personal del palacio de Medina Sidonia en calidad de secretaria personal de la duquesa y desde 2008, cuando esta falleció, permaneció en ese mismo palacio como duquesa viuda en virtud de una boda exprés efectuada ante 12 testigos y una jueza dos horas antes de que Luisa Isabel Álvarez de Toledo muriera por culpa del cáncer.
Esta boda y esa muerte supuso el inicio de una lucha interminable por la herencia familiar. De un lado estaban los hijos del matrimonio anterior, que consideraron que su madre había recortado su herencia hasta lo insoportable, de otro la viuda reciente que heredó el palacio familiar y la gestión de la fundación en la que Luisa Isabel había colocado desde 1990 el vasto patrimonio documental de su familia: el mayor archivo privado de toda Europa.
La intención de la duquesa al crear su fundación y catalogar los más de 6.000 legajos de más de mil años de antigüedad fue, precisamente, alejarlos de su hijos y acercarlos a los investigadores e historiadores. Con este fin ya solicitó en 1977 que se declararan bien de interés cultural por parte del estado: así evitaría que sus herederos pudieran despedazar la colección y venderla.
“Como mis hijos no parecen inclinados a sacrificarse por conservar este patrimonio, aunque sí a disfrutarlo, transformando el cuadro y el documento en ‘bien vendible’, quisiera pedirle que, con el fin de evitar nuevas pérdidas, lo declarase monumento histórico-artístico”, solicitó en aquel momento al director de Patrimonio Artístico Nacional. Pero esta no fue la primera ni la única vez que la duquesa prefirió compartir lo que tenía con el pueblo antes que con la clase privilegiada a la que pertenecía por cuna.
Cómo se ganó Luisa Isabel Álvarez de Toledo el apodo de “duquesa roja”
Puede que naciera en Portugal pero el sitio donde siempre fue feliz fue Cádiz. Su vida se desarrolló por las vías tradicionales (equitación en el club de campo, puesta de largo vestida de tules…) hasta que esa mujer con tantos títulos nobiliarios decidió no dar la espalda a la pobreza que vivía la población que la rodeaba.
La “duquesita”, como la llamaban en Sanlúcar, apoyaba la lucha obrera, la huelga de los trabajadores en la Andalucía empobrecida del franquismo y acabó en las cárceles de Alcalá de Henares y de Ventas en Madrid, en 1969 durante ocho meses por organizar una manifestación contra el estado y el gobierno de Estados Unidos para reclamar las ayudas prometidas a los agricultores arruinados tras el accidente nuclear de Palomares en Almería.
De la cárcel salió más sabia y con las mismas ganas de denunciar la desigualdad que la rodeaba. Aún tenía pendiente la resolución de una demanda por injurias que le interpuso el estado porque escribió una novela titulada “La huelga” en la que denunciaba el caciquismo y las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores del campo en la Andalucía de los 60. Tampoco le costó nada posicionarse a favor de la guerra de independencia cubana y a favor de Fidel Castro y su revolución y en contra de Estados Unidos… A pesar de que eso significó que a su familia se les expropiara todas las posesiones que poseían en la isla. Y nada más salir de la cárcel publicó una serie de artículos en Sábado Gráfico denunciando la deplorable situación de las cárceles femeninas españolas.
Entre una cosa y la otra en menos de un año se ganó el apodo de la duquesa roja en la prensa… y el odio del régimen franquista. Cuando la Guardia Civil acudió a arrestarla de nuevo a su casa no la encontraron. Había huido a Francia tres días antes para eludir la pena de 10 años que pedían desde el Tribunal de Orden Público por la publicación de su novela. Como ella advirtió al guardia de la prisión de Alcalá cuando la abandonó: “Si la próxima vez quieren pillarme, van a tener que ser ágiles, puedo correr rápido”.
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