¿Quién vota a quién? La geopolítica europea explicada a través de Eurovisión

En realidad, como en los mundiales de fútbol, en Eurovisión no compiten los países en sí, sino las televisiones –las federaciones en el caso del fútbol–. Pero, también como en los mundiales, da igual lo que diga la teoría. Los que están en el ajo sienten que es todo el maldito país, con lo mejor y lo peor de sí mismo, el que está participando representado por una mínima parte de sus habitantes. Se emplea el plural de forma habitual. “Hemos perdido”. “A ver en qué puesto quedamos”. Incluso cuando el sujeto no tenga mayor interés en el deporte o la música pop-baladas-electrónica con toques de folk. En todo lo que implique competición entre representantes de distintos países, es inevitable que se produzca la identificación del todo con la parte.

Los conflictos políticos encuentran curiosos medios de manifestarse. La Guerra Fría se desarrollaba con frecuencia en escenarios como partidas de ajedrez o campeonatos de hockey sobre hielo. Así, repasar la trayectoria de Eurovisión supone navegar por la segunda parte del siglo XX europeo, una era en teoría de paz y armonía post segunda guerra mundial pero que, como quedará claro a continuación, ha sido y es convulsa y agitada. Las canciones, las votaciones, el guayominí, du pua, son el cascarón frívolo y musical que si se rasca un poco descubre conflictos enquistados, corrientes migratorias, crisis latentes. El verdadero #eurodrama está detrás.

CASO 1: EL AVISPERO DE LOS BALCANES

Año 2007, tertulia posterior televisión española tras la final de Eurovisión. Olor a tragedia en el plató, indignación y llamamientos a que se alce de nuevo el telón de acero. El grupo D’Nash acaba de terminar en un puesto 20, tras los puestos 21 de las Son de sol y las Ketchup en años anteriores. La ganadora ha sido la representante de Serbia, Marija Šerifović, con su canción Molitva, que ha recibido 12 puntos de Montenegro, Bosnia y Herzegovina, Croacia o Eslovenia. “Claro, es que se votan entre ellos”, se queja uno de los tertulianos españoles. “Ellos son muchos, así nunca ganaremos”, apunta otro resignado.

Es cierto que la política de bloques funciona, incluso cuando el bloque es un experimento llamado Yugoslavia que saltó por los aires en una Guerra Civil a principios de los 90. En el año 93 el representante de Bosnia dio sus votos a través de una conexión telefónica raquítica. Era uno de los años más crudos de la guerra y Sarajevo, ciudad sitiada, padecía bombardeos constantes. El público presente en el pequeño pueblo irlandés que organizaba la gala estalló en una ovación emocionada.

Aunque el año de la victoria de Molitva fue unánime, en los Balcanes se perciben dos bloques diferenciados: Serbia, Montenegro y Macedonia por un lado y Eslovenia, Croacia y Bosnia por otro. El fin de la guerra parece que ha dejado más resentimiento al oeste de los Balcanes. No obstante, Serbia se perfila como la Suecia del sur, pues siempre recibe más puntos de sus vecinos y es un país que manda propuestas más elaboradas. Serbia siempre vota con generosidad a Bosnia (¿culpabilidad?) mientras que el resto de los países a los que más puntos ha otorgado no pertenecen a su círculo cultural inmediato; sin embargo, sí recibe puntos de todos sus vecinos. A veces las simpatías funcionan en sentidos extraños.

CASO 2: ISRAEL (ISRAEL, QUÉ BONITO ES ISRAEL)

También aquí encontramos tragedia: tras la masacre de Múnich en los juegos olímpicos del 72, en los que varios representantes del equipo de Israel fueron tomados como rehenes y asesinados por el grupo terrorista Septiembre Negro, el país fue invitado a participar en Eurovisión en el año 73. Como consecuencia, varios países árabes se echaron atrás en sus planes de participar, y durante la primera victoria de Israel en el 78 con A-ba-ni-bi, es célebre que las televisiones de los países árabes fueron cortando la emisión conforme el recuento de votos iba dejando claro lo que iba a suceder. De hecho, en una fecha tan cercana como 2005, Líbano se presentó con una canción, Quand tout s’enfuit, ya elegida por la televisión libanesa, pero acabó retirándose porque las leyes del país prohíben emitir noticias sobre Israel, lo que incluía negarse a difundir su actuación.

La tercera victoria del país fue la de Dana International en el 98 , coincidiendo con el 50 aniversario de la creación del estado de Israel. Muchos vieron en ella una reivindicación de la parte joven, laica y desprejuiciada del país, capaz de enfurecer incluso a los sectores más conservadores del mismo con una declaración de intenciones y un llamamiento a la diversidad de género y sexual.

¿Y cuándo ha llegado la cuarta y hasta el momento última victoria de Israel en el festival? En 2018, a tiempo para celebrar el 70 aniversario del nacimiento del país, después de haber lo propio en el 30 y 50 aniversario. Igual que ocurrió con Dana Internacional, el tema no podría adecuarse mejor al signo de los tiempos. En Toy, Netta hacía un canto al empoderamiento femenino a golpe de cacareo desde un cuerpo de cantante no normativo. Muchos símbolos y reivindicaciones en forma de hit que, sin embargo, fue opacado en popularidad final por la redondez pop de la muy normativa Eleni Foureira y su Fuego. Fuera casualidad o un acto de propaganda, la victoria de un país tan cuestionado internacionalmente como Israel no pasó inadvertida a nadie desde el momento en que Netta gritó “Nos vemos en Jerusalén” (donde ya se ha celebrado dos veces, en el 79 y 99). Las quejas y llamadas al boicot no han dejado de sucederse en el último año. Algunos acusan al país de pinkwashing, de intentar utilizar a la comunidad gay amante del evento para un lavado de cara internacional; otros, de aprovechar para reinvindicar la capitalidad de Jerusalén frente a la menos polémica Tel Aviv (unido a la reciente decisión de Trump de trasladar allí su embajada); muchos de los propios fans del festival se preguntan si no es hipócrita mirar hacia otro lado y disfrutar de la fiesta sin importar el conflicto secular con los palestinos y los territorios árabes adyacentes.A la espera de ver si esta polémica se traslada también al escenario, los que defienden que Eurovisión y política no tienen nada que ver lo tienen crudo este año.

Al año siguiente, cuando el festival se celebró en Jerusalén, Alemania redondeó su voto histórico hacia el país enviando una canción llamada Viaje a Jerusalén cantada en inglés, turco, alemán y hebreo, con un mensaje de entendimiento entre las naciones, tema clásico en el Eurovisión. En el 2000 el propio Israel tomó nota, cuando el grupo Ping Pong concurrió con un tema (una basura de canción) sobre un chico de Damasco que sale con una chica Israelí en plena negociación del país con Siria acerca de los altos del Golán. Al final de la actuación sacaron banderas de Israel y Siria a la vez que gritaban "paz, paz". La televisión israelí recibió cientos de quejas y el grupo fue denunciado por autoridades religiosas. Quedaron en un puesto 22 de 24 participantes. El líder de Ping Pong, Roy ‘Chicky’ Arad, declaró que sacar las banderas de Siria había sido el mayor motivo de orgullo de su vida.

CASO 3: TURQUÍA, GRECIA Y CHIPRE O EL CASO DE DOS CONTRA UNO

El odio secular al imperio otomano y el conflicto de la isla de Chipre encontraba cada año una manifestación preclara cuando Grecia y Chipre se intercambiaban los puntos y ninguneaban a Turquía, el otro estado beligerante. Sólo en 2003 se dignaron a votar (con 7 y 8 puntos) a la cantante turca que finalmente se alzó con la victoria. Macedonia es otro clásico ninguneado en votos por su vecina Grecia. ¿La razón? Nada menos que una disputa nemotécnica que se alarga tres décadas.

La ocupación de Turquía de Chipre en el 74 y su ingreso en el festival al año siguiente hizo que los griegos se retirasen de la lid, situación que se invirtió un par de años después.

Los movimientos migratorios explican buena parte de los torrentes de votos habituales de unos países a otros. Se ha explicado que Alemania fuera extremadamente generosa con Turquía por todos los turco-germanos que aprovechaban para premiar a la madre patria con 12 puntos. Esta práctica que permitía al llorado Uribarri usar sus poderes adivinatorios acabó en el año 2013, cuando Turquía dejó de participar supuestamente por estar en desacuerdo con el voto del jurado y la política de que los miembros del Big Five pasen directamente a la final. Ese mismo año anunciaron que iban a televisar el festival a pesar de no formar parte, pero tras ver el beso lésbico de la actuación finlandesa en la semifinal se retractaron. Muchos consideran que tras el abandono del festival se encuentra un giro hacia el conservadurismo islámico por parte del presidente Erdogan.

CASO 4: ESCANDINAVIA Y EL AMOR

Por una vez las tendencias de votos en Eurovisión no son síntoma de odios centenarios sino de armonía entre primos hermanos. Los países nórdicos se reparten los votos entre sí con un fervor casi religioso. La curiosa tendencia es que Suecia recibe más votos de sus colegas de los que "regala" a éstos. Hay una gran tradición festivalera en la población sueca –el Melodifestivalen de donde sale su representante es casi más importante que el propio festival– y se tiende a repartir el voto de manera menos política y más por gusto objetivo (todo lo objetivo que pueda ser el gusto) . Finlandia ha llegado a participar cantando en sueco en 2012.

Para los que refunfuñan que es gracias a tener tantos países vecinos y en una órbita cultural semejante por lo que algunos países quedan siempre tan bien clasificados, hay que recordar que se podrá hablar de “islas del gusto ”, reparto de votos entre vecinos o bloques oficiosamente organizados, pero hay una verdad objetiva: esto no son matemáticas ni se le parecen, o siempre ganarían los mismos tres países. Cosa que, contra lo que pueda parecer, no ocurre. Si todas las televisiones se tomasen tan en serio el festival como las nórdicas y Suecia en particular, otro gallo cantaría.

CASO 5: LA EX URSS

Las antaño repúblicas soviéticas se consideran el tercer bloque junto al balcánico y el “vikingo”, pero una vez más, revolución naranja y conflicto de Crimea mediante, estamos viendo que todo está evolucionando. Cada vez le cuesta más a Rusia arañar votos entre los antiguos miembros del Pacto de Varsovia. Este año, ni siquiera va a tener que hacerlo.

En los países bálticos la población joven no es pro-rusa y el voto popular lo refleja. Un ejemplo de ello es cuando Rusia no recibió puntos de Lituania en 2015 cuando era una clara favorita para hacerse con el título junto al sueco Måns. Estonia funciona como otro país dividido entre la población mayor de corazón soviético y la juventud que se siente más próxima a la esfera escandinava.

Tampoco es muy querida Rusia entre los georgianos; en 2009 Georgia se presentó con un tema llamado We don’t wanna put in, que fonéticamente expresa “No queremos a Putin”, con el conflicto de Osetia del Sur fresquito en la nevera. Instada a limar cualquier tipo de referencia política por la organización y tras negarse a ello, el país fue descalificado.

El caso de Ucrania y Rusia con Crimea es el ejemplo más reciente de la politización del festival. Jamala ganó en 2016 con 1944, una canción medio en tártaro sobre la deportación, precisamente en Crimea, ordenada por Stalin. El timing no podía ser más –o menos- propicio, con el conflicto sobre la península al pil pil. Los jurados de Rusia y Ucrania se otorgaron de forma mutua 0 puntos, mientras el voto popular demostraba mayor amplitud de miras o espíritu conciliador votándose con 10 y 12 puntos.

Een 2017, a la concursante de Rusia se le prohibió la entrada en Ucrania por haber participado en conciertos a favor de la anexión de Crimea a Rusia; pese a los intentos de hacer una actuación a distancia, finalmente Rusia no participó y se negó a emitir el concurso por televisión. Es el estrambótico penúltimo episodio en una guerra no declarada que está cerrada en falso.

Una situación similar se vivió en 2012 cuando Armenia se negó a participar por sus disputas con Azerbaiyán al celebrarse ese año el festival en Bakú, evento que por cierto aprovechó el país para darse a conocer de forma internacional con un despliegue económico y uno de los escenarios más espectaculares que se recuerdan.

CASO 6: ESPAÑA, EL CASO PERDIDO

Nuestro país también ha tenido su ración de divergencias políticas que se encaran a golpe de gorgorito. Si Cuéntame elegía para empezar la victoria de Massiel y el La la La en Eurovisión fue porque este fue vendido como un triunfo del país tras décadas de aislacionismo y casi nulo papel entre la comunidad internacional. De todos modos, al año siguiente, Austria se negó a participar precisamente como protesta ante la dictadura franquista.

La emigración española de los cincuenta y sesenta se manifiesta en hechos como que sea Suiza, tradicional destino del emigrante de aquellos años el país que más puntos ha otorgado a España . En la actualidad son emigrantes de nuevo cuño desde Alemania o el Reino Unido los que siempre otorgan en voto popular alguna puntuación alta. Y, curiosamente, o no, Albania. Como la inmigración funciona también en este sentido, el país al que más veces hemos votado en los últimos años es Rumanía, después de las largas décadas votando a Alemania.

No sólo inercias poblacionales guían la participación española en Eurovisión. En 1982, en plena guerra de las Malvinas, tal vez no fuera casualidad que la delegada, Lucía, acudiese con un tango llamado Él que ha sido injustamente olvidado. El país anfitrión, redoble de tambores, era además el Reino Unido.

Un último dato que demuestra que Eurovisión no es sólo política pero desde luego es en gran parte política: el país que más acierta con el ganador no es otro que la neutral, blanca y no beligerante Suiza. Se diría que el gusto musical europeo es mucho más voluble de lo que parece.

Artículo publicado originalmente el 18 de mayo de 2019.

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