Del rechazo frontal a la posibilidad de que sea reina: ¿cómo se llevan Guillermo y Harry con Camilla?
En 1997, poco antes de la muerte de Diana, Carlos tenía un plan: presentar oficialmente a sus hijos, los príncipes Guillermo y Harry, a Camilla Parker Bowles. El accidente parisino de Diana truncaría ese plan original, que, como todo en la familia real británica, se hizo con tremendo sosiego: Diana y Carlos llevaban casi un año divorciados, cinco separados, y la relación entre Carlos y Camilla aún no había pasado de oficiosa a oficial, pese a que Inglaterra ya conocía hasta sus conversaciones íntimas, gracias a los tabloides.
Las concesiones durante esa década infernal fueron múltiples: para que los dos novios pudieran casarse en 2005, Carlos necesitó la aprobación de sus hijos, de su madre, la promesa pública de que Camilla no sería reina consorte (algo que ahora mismo, con la ley británica en la mano, no se cumpliría si Carlos subiese mañana al trono), y un papel terriblemente secundario durante años para Camilla, como duquesa de Cornualles.
A cambio, Camilla ha sido el mayor apoyo de Carlos y, viendo la evolución de las encuestras y de la opinión pública en estos años, hasta se podría decir que uno de los mayores avales de Carlos para que el longevo heredero pueda, a sus 72 años, seguir aspirando al trono algún día. Sin embargo, todo eso podría saltar por los aires en unos meses, gracias a la publicación de las temidas memorias de Harry.
Ahora mismo, en todos los palacios dependientes de Buckingham, existe un miedo nada infundado a que el príncipe, con la ayuda del exquisito Pulitzer J. R. Moehringer, decida ajustar cuentas con Camilla, pese a que en 2005 Harry aseguró que Camilla "no es la madrastra malvada". En una serie de entrevistas al filo de cumplir los 21 años, Harry aseguraba que Camilla era "una mujer maravillosa", que "ha hecho muy, muy feliz a nuestros padre", y que "Guillermo y yo la queremos con locura". Las declaraciones formaban parte de esa campaña para rehabilitar a Camilla ante la opinión pública –y al propio Harry, que todavía era el díscolo fiestero que se vestía de nazi para ir a una fiesta y hablaba sin tapujos de que no se veía a sí mismo sin un pitillo o una cerveza en la mano–.
Pero la realidad era otra: Guillermo fue el primero en conocer extraoficialmente a Camilla, en 1998, en una de sus múltiples visitas a palacio, mientras Carlos intentaba planear un encuentro con sus dos hijos para hacer las cosas más oficiales. Esto muchos años después de que Guillermo le hubiese preguntado a su madre si él era la razón por la que Carlos y Diana se estaban separando, y ella le contestó que la razón era que "había tres personas en ese matrimonio". Ni Guillermo ni Harry vieron con buenos ojos durante los primeros años esa relación, narrada jugada a jugada por los tabloides, pero el paso del tiempo ayudó a engrasar las cosas.
Guillermo integró rápidamente a Camilla en la parte más oficial de la familia (ayudado por la cercanía y cordialidad que Kate Middleton y la duquesa de Cornualles han mantenido más o menos desde la boda en 2011 de Guillermo y Kate), mientras que Harry, simplemente, optaba por no tener relación con ella en las celebraciones familiares, fuera de los focos. En realidad, ninguno de los dos hijos de Diana ha llegado a mantener una relación de cercanía con la duquesa de Cornualles. Pero Guillermo ha guardado bastante mejor las formas, tanto en público como en privado. Su estatus sucesorio tampoco le dejaba muchas más opciones que aceptar la realidad: su padre y Camilla ya llevan más años juntos de los que estuvieron Carlos y Diana.
El Megxit ha agravado las cosas: todos los rumores que llegan de Clarence House en las últimas semanas es que Camilla está enfurecida con Harry por haber hecho daño a su padre, que a su vez ha encontrado en la duquesa el mayor apoyo en estos tiempos turbulentos. Para Carlos, el impacto de la marcha de Harry y Meghan y la caída en desgracia del príncipe Andrés vuelve a ser la pesadilla de los noventa: la sombra de exroyals aprovechando la lejanía con Buckingham para que entre ellos y la prensa puedan sacudir a gusto a la institución y a sus miembros. Y, peor: las memorias de Harry (hay todo un cruce de acusaciones entre las dos partes sobre si Harry avisó o no a Carlos de que pretendía escribirlas) llegan en el momento en el que, tras más de 15 años de duro trabajo, los ingleses parecían conformarse con la idea de Camilla acompañando a Carlos en el trono. Ya fuera como reina o como princesa consorte.
El plan b para la monarquía (una rápida abdicación en Guillermo) parecía ya innecesario, especialmente teniendo en cuenta que Carlos se ha hecho con las riendas de la institución tras sus tres grandes mazazos durante la pandemia: la muerte de Felipe de Edimburgo, la decisión de alejar a Andrés de la esfera pública y los constantes ataques de Meghan y Harry (que encima les están haciendo millonarios) desde la excolonia norteamericana.
La peor pesadilla de Carlos y Camilla ahora mismo es la perspectiva con la que Harry, más alejado que nunca de la familia real británica, pueda rememorar cómo fueron los años en los que Camilla fue "la otra", la mujer que rompió el matrimonio entre Carlos y su adorada madre. La diferencia es que, esta vez, Guillermo, que un día fue el que más se rebeló contra la idea de que su padre y Camilla estuviesen juntos, está ahora firmemente del lado de la familia real. Mientras, Buckingham está contratando los mejores abogados posibles para ver cómo defenderse de la ofensiva del exmilitar pelirrojo.
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