‘La historia interminable’: un autor angustiado, una ilustradora inspirada y un traductor en apuros
La historia interminable nació en Casa Unicornio, la morada italiana a la que se mudó Michael Ende cuando se dio cuenta de que en Alemania rechazaban la literatura fantástica por considerarla un género meramente escapista. Allí fue vecino de estrellas como Anthony Quinn o Anita Eckberg en un pueblo, Genzano, que había puesto en el mapa literario otro cuentista: Hans Christian Andersen, que ubicó en él parte de su primera novela, El improvisador.
En esa localidad próxima a Roma vivió Ende hasta que murió su esposa, la actriz Ingeborg Hoffmann, y se acabó de convertir en una celebridad de las letras. “Cuando me encargó el trabajo de ilustrar La historia interminable ya era muy famoso”, explica a Vanity Fair Roswitha Quadflieg, la artista que convirtió la novela en un objeto único del que se han vendido, y aún se venden, millones de copias en todo el mundo.
Efectivamente, el éxito del escritor ya era considerable gracias a títulos como Momo y Jim Butón y por eso su editor, Hansjörg Weitbrecht, viajó hasta Genzano para negociar el tema y los plazos del siguiente libro. Ende se lo vendió como la historia de un niño atrapado en un mundo de fantasía. No le hizo falta mucho más para convencer al representante del sello Thienemanns Verlag de que debía publicar la historia que tiene como protagonistas a un crío del mundo real, Bastián Baltasar Bux, y a otro de Fantasía llamado Atreyu cuyos mundos se entrelazan a medida que avanza la trama.
Una escritura complicada
El anecdotario sobre el proceso creativo que recoge la web dedicada al autor explica que Ende se quedó colgado de esa historia, que hacía peticiones extrañas a Weitbrecht, a quien le escribía para contarle que si no cumplía los plazos de entrega era porque Bastián se negaba a salir de Fantasía. Lo más preocupante era que Ende afirmaba no poder hacer nada, pues como escritor sentía la obligación de seguir a su personaje hasta donde le llevara.
Visto de forma aislada, puede parecer que la escritura de La historia interminable volvió loco a su creador, pero no era la primera vez que el comportamiento de Ende preocupaba a las personas de su entorno. Unos años antes, abandonó de manera abrupta y traumática su carrera de actor de teatro sin causa aparente. Su amigo y biógrafo Peter Boccarius habla de “una crisis artística”, pero no da más detalles. La cuestión es que lo apartó de los escenarios para siempre y fue entonces cuando se volcó en la literatura, donde tampoco aterrizó con buen pie, pues hasta diez editoriales rechazaron sus primeros manuscritos.
En una crisis parecida se encontraba cuando entregó La historia interminable en 1979, casi dos años más tarde del plazo acordado. El retraso se debió también a sus exigencias sobre el aspecto que debía tener el volumen, que obligaron al editor a regresar a Genzano para negociar con Ende. El autor quería tapas de piel y una portada con incrustaciones de nácar aunque tras una dura negociación todo lo que consiguió es que se respetara su decisión de que fuera Roswitha Quadflieg la encargada de ilustrar los entornos y a los protagonista de La historia interminable. “Me pidió que me uniera al equipo porque tres años antes habíamos hecho juntos dos libros infantiles en la editorial Urachhaus”, explica la artista a Vanity Fair. Y la elección no pudo ser más acertada.
Roswitha Quadflieg, en rojo y verde
Quadflieg fue una artista precoz: en 1973, con 24 años, abrió un taller editorial en Hamburgo donde se dedicó a editar clásicos de la literatura universal con sus propios dibujos, estampaciones y encuadernaciones. Cuando Ende la llamó, sus obras ya formaban parte de colecciones públicas y privadas de Alemania y de otros países europeos.
“El de La historia interminable fue un trabajo estupendo: yo no había cumplido aún 30 años y M.E. estuvo presente en todo el proceso, muy pendiente de todo y eso fue un privilegio para mí”. Su recuerdo de aquella etapa es muy positivo, pero insiste en algo: todo lo referente a las ilustraciones y el aspecto fue idea de ella. “Sí, también lo de imprimir el texto en dos colores”, confirma la creadora sobre uno de los aspectos que hizo tan especial el libro para sus primeros lectores.
“En La historia interminable había dos niveles: nuestro mundo y el mundo de Fantasía. Y pensé que sería buena idea ayudar al lector e identificar el primero con el rojo y el segundo con el verde”, dice una mujer que tras cerrar su taller en 2003 se dedicó a escribir y lleva publicadas ya 19 novelas.
Otra de las propuestas de Quadflieg fue la de abrir cada capítulo con una letra capital ilustrada con muchos detalles. No imaginaba que eso supondría un problema para los traductores: Miguel Sáenz, encargado de la versión española, se las vio y se las deseó para encontrar siempre la palabra que empezara con la misma letra que el texto original.
Roswitha cuenta que también su tarea fue larga y delicada, pues Ende no era el único que estaba pendiente de todo: también el editor la supervisaba. A Weitbrecht lo define como “parsimonioso” y lo recuerda algo reticente por lo que podía suponer económicamente imprimir los textos en dos colores. “El libro, como objeto, se sigue apreciando mucho”, opina Marta Latorre, editora adjunta de Alfaguara Infantil y Juvenil, sello que tiene los derechos en España y para quien no cabe duda de que la impresión en dos tonos y el cuidado que se puso en todos los detalles tuvieron mucho peso en el impacto que causó La historia interminable.
La edición en España
“Cuando te llega un libro así, donde ha habido un trabajo de equipo evidente y se ha calculado y mimado todo, hay que ser muy respetuoso”, dice Latorre sobre el trabajo de su editorial, que comercializó el libro en España en 1983. Ese respeto pasaba por elegir un buen traductor y el entonces director de Alfaguara, Jaime Salinas, junto a la editora Michi Strausfeld tuvieron claro que Miguel Sáenz, responsable de textos en español de Thomas Bernhard, Franz Kafka o William Faulkner, debía ser el elegido.
Así lo explicó el aludido en 2014 en una charla celebrada en la Casa del Lector de Madrid, donde habló con su colega Noemí Risco sobre las dificultades que le planteó el libro. Una de ellas fue trasladarlo a español sin que perdieran sentido ni fuerza nombres propios como Fantasía o Fújur. Otro, la multitud de referencias a otras obras literarias que había a lo largo de toda la novela. Pero el esfuerzo valió la pena pues la traducción le dio a Saénz el Premio Nacional de Traducción de Literatura Infantil y Juvenil de 1983.
Las ventas también fueron muy bien aunque las cifras en España no son fáciles de obtener porque cuando Random House compró Alfaguara, ésta se separó de Santillana, que se quedó la versión del libro para colegios, y por eso Latorre sólo puede facilitar a Vanity Fair los ejemplares vendidos desde la última edición, que data de 2007. “Unos 55.000 libros”, informa la editora sobre un volumen que aunque salió hace 40 años sigue apareciendo en el top 100 de los más solicitados entre el público infantil y juvenil. “Sólo Momo, también de Ende, y algunos títulos de Roald Dahl como Matilda, Las brujas o Charlie y la fábrica de chocolate se le pueden comparar”.
Cambio de colores
La última edición se reimprimió en 2015, pero las letras ya no eran rojas y verdes como en el original. “Se hizo en granate y azul por una cuestión de legibilidad”, informa la editora sobre una cuestión que suscitó alguna decepción entre los lectores que ya conocían el libro. No se hizo por una cuestión económica, dice, pues a dos tintas cualquier libro es más costoso independientemente del tono que se elija.
Pero sí hay algo que ha cambiado de la primera edición a la última: los procesos de impresión. “Entonces eran más complicados y se necesitaba más personal para llevarlos a cabo”, explica Cristóbal Fernández, de la imprenta Cevagraf. El responsable de ventas explica que “en 1983 se usaba un sistema de planchas que no permitía imprimir directamente sobre papel y eso hacía el proceso más largo y más laborioso”.
Hoy, dice el experto, imprimir en dos pantones (colores) sigue siendo más caro, pero lo que eleva el precio de verdad en un libro como La historia interminable son los acabados. Fernández explica que ediciones como algunas que han hecho casas británicas o estadounidenses con adornos incrustados en la portada se hacen con siliconas que permiten impresiones en relieve “Eso sí sube el importe”, dice Cristóbal, que informa de que ese es un tipo de virguería que las editoriales sólo piden si tienen claro que el libro será un best-seller. “Y si es así, los tirajes son muy grandes y por tanto el precio tampoco sube tanto”.
Algunos de esos libros más peculiares o primeras ediciones como la que publicó el sello neoyorquino Dutton en 1983 pueden alcanzar en webs especializadas precios de hasta 650 euros.
La película, otro bajón para Ende
Ende acabó de convertirse en una estrella tras la publicación de La historia interminable y acaparó numerosos premios alemanes y europeos. Quedó contento con el resultado, pero no con el trabajo que le vino encima: cinco años de presentaciones, lecturas públicas y entrevistas que acentuaron su lado más sombrío. “No es bueno para el alma”, le confesó a Boccarius, a quien también le explicó que temía pasar a la historia sólo por La historia interminable.
Para colmo de sus males, llegó la película, de cuyo guion y apuesta estética no pudo cambiar nada por contrato, pero sí logró quitar su nombre de los créditos. La cinta se estrenó en 1984 y sólo unos días antes de que su esposa muriera y su tono, siempre algo apesadumbrado, un punto apocalíptico y algo sermoneador, se volvió aún más oscuro tras el fallecimiento de Ingeborg. Se pudo comprobar cuando visitó España en 1990 para inaugurar un curso de literatura en El Escorial al que lo invitó María Kodama. Allí dijo varias cosas como esta: “Cuando el mundo regrese al mundo, cuando sombra y luz se unan en claridad, entonces con una nueva palabra secreta desaparecerá toda la sustancia errónea”.
Misticismo y nazismo
Ninguna de esas ideas y expresiones eran nuevas en boca del hijo de Edgar Ende, pintor surrealista que educó a su primogénito bajo los preceptos del esoterista Rudolf Steiner. Con su progenitor compartió Michael charlas sobre religión y filosofía y heredó de él su afición por la literatura mística, algo en lo que les acompañaba la madre, Luise Bartholoma, una vendedora de joyas que tras el divorcio se recicló en masajista y también pintó algunos lienzos que se conservan en el archivo sobre Michael Ende que hay en Munich.
Muchos de esos conocimientos y preocupaciones que aprendió o tuvo de niño, los tuvo que ocultar con el auge del nazismo, pero muchos de ellos están en La historia interminable. Por ejemplo, la falta de imaginación entendida como una enfermedad del alma, que Eden identificó en la novela con la Nada, la misma que lo sacó de Alemania y lo llevó hasta Italia, donde le pareció que los males de la sociedad moderna que tanto le preocupaban tardaban más en llegar. Por eso una de las lecturas más frecuentes que se hacen de este libro es que Ende quiso hacerle un homenaje a la capacidad creativa del ser humano.
El autor, sin embargo, se negó siempre a hacer una interpretación definitiva de su obra más célebre porque creía que cualquiera que hiciera cada uno de sus lectores sería válida. La que hace la editora Marta Latorre explica por qué, 40 años después, sigue atrayendo a la gente: “Es un libro buenísimo y aunque marcó a una generación, sigue impactando a las nuevas. También a los adultos y creo que eso pasa porque La historia interminable habla de crecer, algo que no sólo hacen los niños”.
Artículo publicado en Vanity Fair el 2 de diciembre de 2018 y actualizado el 24 de noviembre de 2019.
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