El dilema de la monarquía británica: ¿será Camilla Parker la próxima Reina de Inglaterra?
El rey Faruq de Egipto comentó en cierta ocasión: «de aquí a pocos años solo quedarán cinco reyes: los de la baraja y la Reina de Inglaterra«. Pese a que su irónico vaticinio no se ha cumplido y varias son las coronas que relucen en la Vieja Europa, lo cierto es que Isabel de Inglaterra ostenta el récord: más de 67 años en el trono. Pero ya con 93, ha retrasado su edad de jubilación más allá de lo que cualquier detractor del estado del bienestar soñaría con que lo hicieran los plebeyos. Y la real señora se ha ganado un descanso.
Suenan vientos de sucesión en los mentideros de Buckingham e incluso se le ha puesto fecha: en 18 meses, que es justo cuando la monarca cumpla 95 años, edad a la que su marido, Felipe de Edimburgo, decidió también apartarse del mundanal ruido de la vida pública.
El sucesor sería Carlos de Inglaterra, que con 71 años tampoco se puede decir que sea un jovenzuelo y que lleva toda la vida esperando salir del banquillo y jugar el partido. O medio partido, aunque sea. Pero aún así, según los tabloides británicos, parece que la Reina seguirá en el trono y su hijo ejercería de príncipe regente, lo que viene a ser que haría todo el trabajo pero sin la corona.
Pero Carlos tiene unos cuantos escollos para reinar: su pueblo lo ve muy estirado y poco cercano y, además, no soporta a su mujer, Camilla Parker Bowles, que es para sus súbditos lo que Cruella de Vil a los dálmatas. Según una encuesta del diario The Independent, la idea de que la sustituta de Lady Di reine provoca el rechazo del 62% de los británicos mayores de 65 años. El 46% de la población de todas las edades preferiría que Carlos le entregara la corona a su hijo Guillermo, para insuflarle sangre joven y briosa a la institución.
Pero no parece que el príncipe de Gales esté por la labor de ceder el trono tan alegremente, con todo el tiempo que lleva persiguiéndolo. El sempiterno heredero parece uno de esos actores a los que con 40 años siguen calificando como la gran promesa del cine. Y resulta harto improbable que, cuando consiga calzar su real trasero en el trono, tenga prisa por levantarse. Sobre todo, teniendo en cuenta que últimamente está de uñas con sus dos descendientes y sus nueras. El hecho que las dos parejas estén a la greña y no tengan a bien disimularlo ante los medios de comunicación tiene a Carlos del humor de un bulldog inglés.
Tal vez para ganarse el beneplácito de su corte, se rumorea que en cuanto alcance el poder -si lo hace- va a ponerse de lo más austero y solo considerará familia real –y por tanto mantenida por las arcas de su país- a la propia: sus vástagos y sus esposas, pese a los quebraderos de cabeza que le ocasionan. Esta situación pondría en un difícil trance a sus tres hermanos, que no han mostrado hasta el momento ninguna habilidad especial para llevarse habichuelas a la mesa.
Eso le podía hacer ganas algunas simpatías, pues en una reciente encuesta realizada por el portal YourGov los británicos dijeron que deberían recortarse los gastos de la corona, que el año pasado de cifraron en 67 millones. Aunque tampoco están muy a favor de dar sustento a sus hijos, en especial a Harry y a Meghan, ya que el 44% de los encuestados estaba a favor el pecunio real. La razón, probablemente, se debe a que cogen aviones privados como si no hubiera un mañana y luego abanderan la lucha contra el cambio climático y muy coherente no resulta.
Pero, como era de esperar, al que más ganas tienen de perder de vista los británicos (un 67%) es al príncipe Andrés, que seguramente está detrás de toda la estrategia de renovar la monarquía mediante la sucesión. Porque el duque de York es el causante del deterioro galopante de la imagen de la monarquía británica. En los años 80 podía tener su aquel contar con un joven príncipe un tanto díscolo. Pero ahora no tiene la menor gracia que se descubra que mantuvo relaciones con una joven de 17 años que era la esclava sexual de su amigo Jeffrey Epstein, implicado en tráfico sexual de menores que se suicidó en la cárcel este agosto.
Tras el escándalo, el príncipe Andrés renunció en noviembre a trabajar para la corona y por tanto deja de cobrar por ello, aunque parece que no pasará estrecheces gracias a los negocios privados que hizo «por ser vos quien sois» y que amenazan con procurarle nuevos escándalos.
Así las cosas, es bastante comprensible que la Reina Isabel II esté hasta la corona de su familia y a la vez desee darle un lavado de imagen a la monarquía retirándose a sus regios aposentos.
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