Miriam González: "Los presidentes tienen menos poder de lo que creen"

Su vida transcurre entre aviones y aeropuertos. De Los Ángeles a Nueva York, y de allí a Londres. De Londres a Madrid, escala técnica antes de ir a Olmedo (Valladolid), su localidad natal. Luego de vuelta a Londres, antes de regresar a Los Ángeles. Miriam González Durántez, abogada y fundadora de Inspiring Girls, vive desde hace un año en Silicon Valley (EE.UU.), donde se mudó cuando su marido, el exviceprimer ministro británico Nick Clegg, fue nombrado vicepresidente de Asuntos Globales y Comunicaciones en Facebook. Ahora ella trabaja en una prestigiosa firma de abogados y pese a la distancia, sigue al día de la actualidad española… y no duda en mojarse con sus opiniones.

Mujerhoy Su vida ha dado un giro radical: nuevo país, nuevo trabajo, nuevos proyectos…

Miriam González Ha sido más un cambio personal, porque sigo dedicándome al asesoramiento sobre comercio internacional y reglamentación europea. Cuesta adaptarte a una nueva cultura, pero estamos aprendiendo mucho. Sobre todo Nick y yo, porque ya tienes una edad en la que dejas de aprender [Risas].

M.H. ¿Qué están aprendiendo?

M.G. Sobre todo, cómo ven ellos la vida. La distancia entre Europa y California es la distancia entre un museo y un laboratorio. En el fondo, la vida en Silicon Valley es casi provinciana, pero piensan a lo grande. Tienen una actitud respecto a correr riesgos que no tenemos en Europa. Aprendes muchísimo simplemente viendo cómo actúan. Y allí puedo seguir muy de cerca cómo se aborda la reglamentación de la tecnología, que me interesa muchísimo.

M.H. Antes de irse a EE.UU., su familia afrontó la enfermedad de su hijo mayor, una leucemia. ¿También fue un periodo de aprendizaje?

M.G. Cuando te ocurre algo así, no tienes tiempo para pensar; tienes que actuar. Desde el diagnóstico, te centras en lo que hay que hacer. Es después cuando te das cuenta de lo que ha supuesto. Y siempre considerándote afortunada, porque no había que ir más que a la planta de quimioterapia para darme cuenta de la suerte que tuvimos de pillarlo a tiempo. La vida te pone en tu sitio cuando ves a niños con esa fuerza y optimismo. En ese momento piensas: “Ya sé lo que es importante y no se me va a olvidar nunca”. Pero luego te ves haciendo las mismas cosas. Creo que, en el fondo, es un mecanismo de defensa.

M.H. ¿Es posible olvidar algo así tan pronto?

M.G. Quizá te das más cuenta de la importancia del presente, pero de verdad se te olvida. Todo el que ha pasado por una experiencia traumática vuelve a las rutinas de siempre. De vez en cuando, la mente te juega una mala pasada, sobre todo cuando tocan las revisiones, pero luego vuelves a tu sitio.

M.H. ¿Qué fue lo que más le ayudó entonces: la familia, la religión…?

M.G. Lo que más nos ayudó fueron los equipos médicos. Estoy muy en contra de presentar el cáncer como una batalla personal contra la enfermedad. El de mi hijo no era de los peores, pero te das cuenta de que dependes de la ciencia. Por eso, cuanto más se avance, mejor.

M.H. En aquel momento residía en el Reino Unido, pero ahora vive en EE.UU. ¿Cómo se ve desde allí la salida de Gran Bretaña de la UE, que se votará en el Parlamento Europeo el 29 de enero?

M.G. He pasado unos días en Londres y otros en España, y veo que ambas sociedades están en una situación muy parecida: la mayoría de la gente no está contenta con lo que ocurre, pero hay cierta resignación y letargo. La gente encoge los hombros y dice: “¿Qué podemos hacer?”. Me parece muy peligroso y espero que, sobre todo en España, no siga, porque cuando las sociedades llegan al punto de sentirse impotentes ante los que les ocurre, es cuando pasan todos los desastres. El Brexit va a ser difícil. La única manera que tiene el Reino Unido de que sea un éxito es debilitando a una Europa que ya está débil. Nos quedan cinco años de abrocharse el cinturón. Es fundamental que nos centremos en que la economía funcione; si no, no podremos competir. Si, tras el Brexit, Trump gana las elecciones, seremos receptores de muchas hostilidades. Por eso no podemos distraernos con cosas domésticas. Tenemos que estar centrados en este proyecto, sobre todo desde el punto de vista económico; si no, la siguiente generación de europeos tendrá una calidad de vida mucho peor que la nuestra. Por eso me preocupa que España esté ahora neutralizada, centrada en el problema catalán, sobre el que vamos a vivir un tira y afloja en los próximos años.

Estoy en contra de presentar el cáncer como una batalla personal; con la leucemia de mi hijo me di cuenta de que dependes de la ciencia”.

M.H. En su reciente libro Devuélveme el poder, habla de la polarización política que estamos viendo en muchos países.

M.G. Esa manera de hacer política se ha extendido. Es difícil entender cómo en EE.UU. y en el Reino Unido, la sociedad está tan enfrentada. Me llama la atención, porque mi evolución ha sido la contraria: cada vez tengo menos clara la certeza sobre mis opiniones, pero más clara la certeza sobre mis valores. Sin embargo, creo que los ciudadanos son sabios, porque cada vez hay menos países donde hay mayorías claras. La ciudadanía lo está diciendo: van a tener que ponerse de acuerdo; dejen los dogmas y negocien.

M.H. Dice que debemos participar en la vida política, pero es muy crítica con los políticos.

M.G. Sí, me parece que tienen demasiado poder y muy pocos controles. Ni siquiera los partidos controlan a sus líderes. La distancia entre los políticos y los ciudadanos ha dado lugar a Gobiernos poco satisfactorios en España, muy distantes de la calidad de esta sociedad. Tengo simpatía por ellos, pero creo que hubo incompetencia en la gestión económica de Zapatero, desidia en la de Mariano Rajoy y, ahora, un presidente con una ética política cuestionable, porque no se puede poner tu beneficio personal por encima del interés de un país.

M.H. ¿Admira a algún político?

M.G. Sí, a muchos a nivel personal y ciertas facetas de sus gestiones. A Tony Blair no le perdonaré lo que hizo en Irak, pero admiro otra parte de su gestión. Lo que Rajoy hizo en la economía estuvo muy bien. Y de Zapatero admiro la valentía al darle un empujón a la política social.

M.H. ¿Y de los líderes europeos?

M.G. Sobre todo a Macron. Y envidio los conflictos sociales que hay en Francia. Sí, sí. Desde fuera se ven como problemas, pero ya me gustaría que en España la gente saliera a la calle porque el presidente hace cosas.

M.H. Cuando Nick Clegg, su marido, entró en el Gobierno, le convenció para seguir viviendo en su casa y evitar el aislamiento.

M.G. Allí es fácil aislarse sobre todo por el encontronazo entre los políticos y la prensa. Si no sales con una coraza, no puedes seguir adelante, y eso hace que muchos se aíslen. Creo que la decisión de seguir viviendo en nuestra casa fue muy positiva. A Nick le decía que yendo a dejar a los niños en el colegio y cogiendo el tren sabía cómo se tomaba la gente una decisión.

M.H. Usted propone reformas en el sistema político, como la apertura de las listas o la reducción de nombramientos a dedo. ¿Es optimista respecto a ellas?

M.G. Soy optimista por naturaleza, pero en ocasiones pienso que las cosas tienen que ir a peor para empezar a mejorar. Muchas veces decimos que es imposible hacer nada, porque tenemos que cambiarlo todo; la típica frase: “Lo que hay que hacer es echarlos a todos”. Como si no fueran a venir otros que harían lo mismo si el sistema no cambia. A veces, hace falta un clic en la sociedad. Por ejemplo, en un año, España ha avanzado 21 puestos en el índice del Foro Económico Mundial de Género. Si esto pasa con las cuestiones de género, por qué no con el sistema político.

M.H. ¿Ese clic podría haberse producido con la corrupción?

M.G. En la calle se habla más de la corrupción que lo que dan a entender los medios de comunicación. Me preocupa que, después de haber visto que faltan controles, el sistema siga siendo el mismo. Nos hemos contentado con que el poder judicial meta en la cárcel a quien pille, pero no lo hemos revisado. Sí ha desaparecido, al menos, el sentimiento de impunidad.

Creo que hubo incompetencia en la gestión económica de Zapatero; desidia en la de Rajoy; y ahora tenemos un presidente con una ética política cuestionable”.

M.H. ¿Qué responsabilidad tiene, a su juicio, cada ciudadano?

M.G. Si todos trabajamos para mejorar el sistema, lo conseguiremos. No hay una receta mágica. Yo he escrito un libro, pero otros pueden afiliarse a un partido, aunque sea al que menos les moleste; participar en foros; salir a la calle cuando les parezca que algo no está bien; dar su opinión en los medios de comunicación; escribir a sus parlamentarios… Cada uno debe encontrar su vía, porque si no… La sociedad que se deja hacer, al final le hacen.

M.H. Habla también en su libro sobre las fake news. ¿Hasta qué punto es más responsable el que miente o el que se deja engañar?

M.G. Hay muchos políticos que mienten, y siempre lo han hecho; no creo que tenga que ver con la existencia de las redes sociales. La mayor mentira que vi en el Reino Unido, que se iban a poner 325 millones cada semana en el sistema sanitario, fue en un autobús que recorría el país. No tenemos excusa para dejar que nos mientan. Hay muchas formas de enterarse de la verdad. Yo jamás he estado expuesta a tal diversidad de opiniones como ahora.

M.H. ¿No se ha planteado dar el salto a la política?

M.G. Colaboré mucho con mi padre [José Antonio González, ya fallecido, alcalde de Olmedo y senador]. Ahora, me mojo con mis opiniones y pago cierto precio por ello. Pero que cada uno encuentre su manera. Cualquier cosa menos el letargo.

M.H. ¿Por qué es tan atractivo el poder político?

M.G. No todo el mundo lo persigue, hay gente que prefiere el económico y otros, ninguno. A mí me gusta implicarme en la reorganización de las sociedades, y eso no hay que hacerlo siempre a través de la política. Es lo que intento a través de Inspiring Girls. Y eso me parece más interesante que estar en la Moncloa o en Downing St., porque, cuando llegan allí, los presidentes tienen menos poder del que creen. Si te gusta tomar decisiones, lo atractivo es poder cambiar la sociedad.

M.H. ¿Qué deben hacer las mujeres para participar más en ese cambio social?

M.G. Creo que ya han hecho muchísimo. El cambio es imparable porque muchos hombres se han unido a esas reivindicaciones. A nivel personal, el trabajo tiene que continuar, aunque hay que atajar la falta de confianza que tienen las niñas, y que luego se manifiesta en cuestiones como no negociar bien tu salario o no decidirte a pedir un ascenso. En las empresas se están haciendo muchas cosas, pero hay que seguir. Pero donde queda más por hacer es en la política: sigue siendo tabú, por ejemplo, qué hacemos, como sociedad, con el cuidado de los niños y del hogar. Necesitamos que las mujeres estén en el mercado laboral para poder pagar nuestra sociedad del bienestar, pero no buscamos solución a ese problema. Que nos callemos y asumamos que las mujeres se sigan poniendo un plus de trabajo u organización no es una solución. Y ese tema no lo hemos puesto en la agenda.

M.H. ¿Por dónde debería pasar esa solución?

M.G. Es un asunto complejo, en el que influye el sentimiento de culpabilidad que las mujeres tenemos por nuestra educación. Me preocupa que no estemos poniendo ideas sobre la mesa. Deberíamos buscar soluciones fiscales y políticas, porque es una necesidad social.

M.H. Creó Inspiring Girls para dar referentes femeninos a las niñas, y está ya en 15 países. ¿Necesitan diferentes modelos niñas y niños?

M.G. No, pero estoy convencida de que las niñas no ven la cantidad de cosas que dicen y hacen las mujeres. Quiero que tengan un abanico amplio y luego decidan lo que quieren ser. Que lo hagan con libertad, no por presión social o desconocimiento.

M.H. ¿Hasta dónde cree que pueden llegar esta generación de niñas?

M.G. No tiene límites. Si mi generación, que teníamos unos lastres importantes, ha logrado que una mujer presida el banco más grande de la Eurozona, imagínate la suya, que tiene todo a su alcance. Si trabajas con ellas, te das cuenta de su ambición, sus ganas de hacer cosas… Lo mejor que puede ocurrir es que no lo estropeemos?

De Londres a Silicon Valley

Miriam González Durántez y Nick Clegg se mudaron a Silicon Valley hace un año, dejando atrás un país sumido en la crisis del Brexit. Cuando decidieron irse junto a sus tres hijos a Estados Unidos, los medios británicos más amarillistas criticaron a González por dejar su trabajo para seguir a su marido. “Es lo típico que nunca dirían de un hombre”, denuncia ella. Lo cierto es que mientras Clegg trabaja en Facebook, ella lo hace en la prestigiosa firma de abogados Cohen & Gresser, con sedes en New York, Washington D.C., Seúl, París y Londres. El jet lag, bromea, es su compañero más presente.

Pese a ser un destino conocido por la presencia de las empresas tecnológicas más importantes del mundo, a González no deja de llamarle la atención la desigualdad que se ve en la zona, donde funcionarios como los profesores tienen que vivir en caravanas. “No podemos perderlo de vista. Estamos yendo hacia una sociedad del conocimiento, donde unos se enganchan y otros no son más que proveedores de servicios”.

Esa desigualdad la ve también en la presencia de mujeres en puestos directivos. “Me llama la atención que hay mujeres que dejan de trabajar”. Sin embargo, la abogada cree que la sociedad está hoy más concienciada que cuando empezó con Inspiring Girls. “He notado un cambio sobre todo en la implicación de los hombres”. Eso le hace ser optimista: “Cuando nos involucramos todos, todo puede cambiar”.

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