Las dos caras de Letizia: así es su implicación en causas benéficas
Había optado por las tendencias de temporada para retratarse en la entrada de la catedral de Palma con la familia real. Camisa de lunares, pantalón de talle alto, un bolso en rosa intenso y los consabidos stilettos. La cita del primer día de abril en la misa de Pascua de Resurrección era importante: el rey emérito, Juan Carlos I, volvía a la foto familiar. Aunque de interés, nada hacía presagiar que su estudiado atuendo sería tan famoso como su traje de novia. Así vestida, la reina Letizia protagonizó los 20 segundos más intensos de su reinado cuando decidió boicotear la foto de la abuela Sofía junto a sus nietas. El rifirrafe real dio la vuelta al mundo.
Dos días después, Letizia reaparecía en Madrid vestida de negro, arropada con una sobria chaqueta de tweed, la mirada triste y los gestos serenos. Al abandonar la sede de la Organización Médica Colegial, tras asistir a la II Jornada sobre tratamiento informativo de la Discapacidad en Redes Sociales, la reina hubo de escuchar los abucheos que tanto detesta y la frase demoledora de una mujer: “¡Fuera! ¡Antipática! ¡Floja!”, y en esta ocasión no provenían del republicanismo militante.
En la Zarzuela sonaron las alarmas. Era evidente que la animadversión hacia la reina, que nunca se situó en los primeros puestos de valoración del núcleo duro de la familia, crecía por minutos a través de las redes sociales, los editoriales y las tertulias. Desde la institución entendieron que había que actuar con rapidez y atajar “la crisis de las reinas”. Había que pedir perdón públicamente sin caer en la humillación y salvaguardar a la heredera, afectada también por la salida de tono de su madre.
Aprovecharon la intervención de rodilla del rey Juan Carlos para devolver la imagen de unidad. Primero, visitaron el centro hospitalario de La Moraleja y, al bajar del coche, una Letizia desconocida abría la puerta del vehículo a la reina madre. Al día siguiente, sus hijas posaban sonrientes de la mano de Sofía. No hubo más abucheos. La siguiente cita de Letizia fue en Huelva. Vestida de rojo, se dio un baño de masas y selfies.
Tras el escándalo, la reina continuó con su agenda y con la línea de trabajo que arrancó 14 años atrás, cuando definió sus intereses en los ámbitos de la sanidad, la educación y la cultura, espacios que han evolucionado hacia el bienestar social, los buenos hábitos y la salud. Desde junio de 2015 es embajadora especial de la FAO para la nutrición. Es la otra cara de la reina Letizia, la solidaria, la menos conocida y la que queremos descubrir.
La vida sigue
Quienes comparten horas, proyectos y mesas de trabajo con la reina de España solo tienen halagos. “Es fantástica. Aporta mucho”, dice Esther Díaz, responsable de Comunicación de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), institución que Letizia preside desde 2010. “Le estoy muy agradecida por haber dado visibilidad a la violencia contra la mujer y al abuso de los derechos humanos”, declara Rocío Mora, de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (APRAMP). “Es cercana, se preocupa y se ocupa, y eso motiva a la gente”, asegura Javier Senent, presidente de la Cruz Roja Española.
Sin embargo, la cercanía, empatía y entrega que destacan quienes trabajan junto a ella no llega al resto de la sociedad. La ciudadanía percibe a una reina desconocida que parece obsesionada por su aspecto físico. “La imagen de la reina Letizia está compuesta, en la burbuja madrileña, de una suma de tópicos y de prejuicios, con un claro desequilibrio entre el panegírico y la crítica feroz, sobre todo oral y anónima”, cuenta Ana Romero en su libro El rey ante el espejo. El desconocimiento de su trabajo y su persona es evidente, pero las normas de la Zarzuela, su férrea discreción, no ayudan a desnudar a la reina.
Antonio Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación política y colaborador en medios como El País, La Vanguardia o El Periódico. “Humanizar la comunicación pública es conveniente siempre, pero también es un desafío y un reto en un entorno tan pautado. Letizia no puede abusar de la emocionalidad, pero eso es compatible con aumentar la sensibilidad y la calidez”, comenta.
Los que trabajan con la reina codo con codo lo tienen claro. “A Letizia le enviamos documentos de trabajo y llega a cada una de nuestras citas aportando ideas. No sé por qué se tiende a pensar que está dos minutos, se hace la foto y se va, porque la preocupación y el seguimiento son constantes”, explica Esther Díaz. Javier Senent asegura que las reuniones a las que asiste la reina pueden alargarse durante horas: “Es muy intuitiva y entra en detalle a los temas, qué hacemos, cómo lo hacemos, muestra gran sensibilidad hacia lo social”. Y añade: “Nos pide que la utilicemos para resolver temas sociales. Quiere que su intervención sea útil. Es muy práctica”.
Su equipo da cuenta de que la trastienda de cada reunión que conocemos a través de los medios tiene muchas horas de informes y estudio. Sin embargo, su imagen opaca su labor. Si es evitable o no, si es inducido o no, lo sabe la protagonista. A escala personal podría resultar frustrante, como al parecer ocurre. Solo unos pocos conocen el trabajo que se esconde tras la foto. Si los discursos del rey tienen algún eco, los de la reina pasan desapercibidos. “La comunicación de la Zarzuela no está adaptada a los tiempos actuales, cuando las audiencias son más críticas. Es profesional, pero también rígida y encorsetada. Su exceso de celo fue eficaz en las décadas pasadas, ahora se precisa una comunicación más flexible y dinámica”, explica Enrique Marí, director de consultoría de posicionamiento de líderes de Thinking Heads, experto en comunicación institucional especializado en áreas de solidaridad, las de interés de la reina Letizia.
Su primera causa
Todo empezó con el apoyo a las enfermedades raras hace ya casi una década. En las audiencias, Letizia recibía asociaciones de enfermos. Tres millones de afectados peleaban contra una realidad tozuda que les negaba la investigación que un día podría sanarles. Atenderles significaba ponerles en el mapa, comprometer a la sociedad. “Nos faltan palabras para agradecer su compañía y su apoyo”, reconoce Elena Escalante, delegada de la Federación Española de Enfermedades Raras (FEDER) en Madrid. “A través de sus palabras seguimos transmitiendo la necesidad de que las enfermedades poco frecuentes sean una prioridad social y sanitaria”.
Escalante sabe bien de qué habla, su hijo Alonso padece el síndrome de Prader-Willi. Según me explicó Nieves Concostrina, periodista y vicepresidenta de Inquietarte, una fundación cultural que ha colaborado con FEDER, estos enfermos tienen un problema en el hipotálamo y no sienten saciedad. Esta enfermedad afecta a unos 2.500 españoles y es una de las 7.000 enfermedades minoritarias, prácticamente desconocidas hasta que la reina fijó su mirada sobre ellas. “Cada año, mientras me lo permitáis, estaré aquí o donde sea, convencida de que nada es más justo ni más necesario que cada una de esas tres millones de personas afectadas por una enfermedad rara se sienta acogida, comprendida y atendida”, les decía la reina en 2016.
Ese mismo año FEDER cambió de sede. Una placa hace mención a la Junta de Damas de Honor y Mérito donantes de ese edificio. Sin el apoyo real quizá el traslado no hubiera sido posible. “La reina habla, casi siempre, con gestos e imágenes”, afirma Gutiérrez-Rubí. Pero cuando escuchamos su voz y sus palabras, la percepción de su personalidad, su papel y su responsabilidad creo que mejoran mucho. Quizá, Letizia necesite más voz y menos foco”.
Tal vez sería bueno contar públicamente que la reina, como explican los protagonistas, conoce por su nombre a las personas que acuden a las reuniones. Que pregunta en estos encuentros, y pregunta mucho. Quiere saber los porqués y no se conforma con una sola respuesta. Insiste en buscar otras posibilidades, averiguar por qué se toman las decisiones, los objetivos perseguidos y también las dificultades que pueden encontrar. Ella las escucha, pero no hace comentarios en ese sentido. Luego constatan que algunos caminos se allanan.
La carta de Marga
“Princesa de Asturias: No sé muy bien cómo empezar esta carta, porque en realidad las palabras son lo único que tengo para dirigirme a usted, seguro que mirándola a los ojos me resultaría más fácil. Me llamo Margarita Arribas Izquierdo, tengo 45 años, resido en León, estoy casada y tengo dos hijos, Fernando, de 17 años, un adolescente de su época y lo más importante, un hijo sano. Y Blanca, de siete años, una niña alegre y despierta pero con una enfermedad terrible”.
Mientras Marga escribía a la princesa de Asturias, echaba un ojo a su hija, postrada en su silla de ruedas desde que a los 17 meses le diagnosticaran una atrofia muscular espinal, una enfermedad rara que avanzaba según crecía la niña. La madre se había topado con la noticia de que el empresario menorquín Juan Ignacio Balada legaba la mitad de su fortuna a los entonces príncipes de Asturias y a los ocho nietos de los reyes Juan Carlos y Sofía. “No dudé. Redacté a mano aquello que me salía del alma, le expliqué la vida de mi familia, la de mi hija Blanca y la falta de recursos para investigar. Le pedí que el dinero de esa herencia se destinara a la investigación”.
Fundame, la asociación de enfermos de atrofia muscular espinal, había perdido patrocinadores. Días después, la amiga que cuidaba a su hija cuando ella debía salir le comentó que había telefoneado un señor muy educado. “Será de El Corte Inglés”, pensó. Pero no llamaban desde el centro comercial. Lo hacían desde el palacio de la Zarzuela por expreso deseo de doña Letizia. “Un señor encantador me dijo que no sería posible atender mi petición porque las aportaciones iban a ser destinadas a FEDER y no a una de sus asociaciones”. Información que le ratificaron en dos cartas diferentes. La segunda llegó un año más tarde y daba cuenta del carácter social al que se dedicaría parte de la herencia del señor Balada. Los reyes crearían la Fundación Hesperia que, entre otros objetivos, investiga las enfermedades raras. En la Zarzuela se reciben muchas cartas pidiendo el apoyo de la reina para salir del ostracismo, también de organizaciones internacionales que precisan del brillo que ella aporta. Sin embargo, no ha aceptado presidir instituciones y liderar proyectos de los que no se pueda ocupar. “Aquí no se improvisa nada y vender motos no resulta creíble a día de hoy”, aseguran en su entorno, aunque no afirman, pero tampoco niegan, que doña Letizia mantenga actividades privadas relacionadas con los proyectos que defiende.
La llamada
“Buenos días, Rafael, soy la princesa de Asturias”, se escuchó al otro lado del hilo telefónico una mañana de trabajo. Rafael era Rafael Simancas, diputado socialista y hombre conocido del socialismo madrileño. El político había coincidido con la entonces princesa de Asturias en uno de sus primeros actos tras el nacimiento de la infanta Sofía. Esperanza Aguirre, en aquel momento presidenta de la Comunidad de Madrid, estaba presente en ese encuentro. “Aguirre le contó a Letizia que yo también acababa de ser padre y que la niña padecía un problema de insuficiencia cardiaca”, me explica Simancas. A su hija Lucía tuvieron que operarla del corazón días después de su llegada al mundo. Enseguida supieron el diagnóstico: síndrome de Williams, una enfermedad rara que afecta al cromosoma 7. Tras la presentación oficial, la princesa le buscó, quería saber más acerca de la enfermedad de Lucía. “Me preguntó por los problemas de la niña, las dolencias específicas, la evolución a corto plazo, qué teníamos previsto hacer y dónde la estaban tratando. No fue una curiosidad sin más, era interés”, recuerda hoy. Desde entonces, cada vez que coincidían en un acto público, Letizia preguntaba por Lucía.
Un día sonó el móvil del diputado socialista. Era la princesa. “Se interesaba por la evolución de la enfermedad. Le comenté que al día siguiente teníamos revisión en el hospital Gregorio Marañón”. Letizia volvió a llamar tras la visita para conocer los resultados. Dice el político que no ha habido una ocasión en que la reina haya pasado por alto la salud de la pequeña. La reina incluso le envió una felicitación de cumpleaños a Lucía que la familia ha colgado en el dormitorio de la niña. “Es cercana, sensible y amable, y solo puedo estar muy agradecido por la empatía que ha mostrado con mi hija”.
Mujeres
Letizia ha puesto el foco en la mujer. Ella misma lo confirmaba en Sevilla el Día Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna Roja del pasado año. “El progreso social se estanca cuando la mitad de la población del mundo no accede en las mismas condiciones a las oportunidades de crecer y de mejorar. El compromiso empieza en las políticas públicas, en las empresas, en las instituciones como la Cruz Roja, en la escuela, en cada casa, en cada uno de nosotros. El compromiso no termina nunca. Y el mundo será más pacífico, próspero y sostenible si la igualdad de géneros es un hecho”.
Pero ¿quién lee los discursos de la reina?”, se pregunta el consultor Enrique Marí. “Cierto que están disponibles, pero la mayoría no accede a ellos. Miren el número medio de reproducciones… Hay que comunicar en los formatos en los que los ciudadanos se informan. Si no, simplemente, no impactas, no inspiras”.
El pasado 8 de marzo la reina Letizia dejó libre su agenda. ¿Apoyo a las reivindicaciones de las mujeres? Podría ser. En cuanto fue posible, la reina se vinculó al Pacto de Estado contra la Violencia de Género. En esa mesa se sentaba Rocío Mora, directora de la ONG APRAMP, en quien la reina se fijó cuando en una primera reunión Mora anunció: “Somos el tercer país que más demanda de servicios sexuales tiene, tras Tailandia y Puerto Rico”. Y trazó un retrato demoledor sobre la mujer concebida como materia prima. La reina se quedó tan sorprendida que al finalizar su cita buscó a Mora: “De verdad, no dudo de tus palabras, ¿pero esos datos son así? ”. Aquel día los medios solo contaron cómo iba vestida Letizia. La directora de APRAMP se lamenta: “Ella es mucho más seria que eso. La reina no se limita a pasear por la reunión, se implica de manera coherente”.
Una reina sin fundación
En la Zarzuela no gustan las comparaciones, pero la realidad es que Letizia no tiene una fundación como Mary de Dinamarca, Charlène de Mónaco o su propia suegra. Victoria de Suecia es promotora para los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas 2030. La princesa Mette-Marit de Noruega celebró en Nueva York el último 8 de marzo con un mensaje reivindicativo en su camiseta: “Girl, you got this ”.
Letizia tiene una reducida agenda internacional y en la Zarzuela no han “considerado conveniente” que presida una fundación propia porque “encorsetaría su labor ”. La reina, dicen, continuará su trabajo sin pausa pese a inconvenientes propios y ajenos, respondiendo a una estrategia que, quizá, es la que reduce a Letizia a un papel rígido para los tiempos actuales.
*Texto publicado originalmente en el número 121 de la revista Vanity Fair España.
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