No es cine, es Margot Robbie

Cuando la crítica puso verde ‘Escuadrón suicida’ solo se salvó Margot Robbie («una fascinante muestra de salvajismo color rosa chicle»). La novia cotorra de Joker tuvo tanto éxito que los disfraces de Harley Quin se agotaron en Halloween. El personaje se veía un filón dentro del género de los superhéroes. Eso que Scorsese dice que no es cine. Sea lo que sea, sí es un nuevo medio de lucimiento de la actriz, también productora.

‘Aves de presa’ refleja la personalidad de Harley. Es divertida, subversiva e irreverente, pero también colorida, atrevida, tiene mucha acción, es impredecible. «La trama gira en torno a la emancipación de todos los protagonistas», dice Robbie. Claro, que no suena a ‘El año pasado en Marienbad’. Son tías que beben, disparan, pegan con bates y se cargan a todo villano que las cabrea. O sea, como Thelma y Louise quemando el camión, pero a lo grande y durante todo el rato. Ya saben que en cartel también está Terrence Malick.

La máquina prodigiosa

El cuerpo humano está agujereado. Tiene de dos a cinco millones de folículos y el doble de glándulas sudoríparas. Y si uno se lo dejara crecer, podría tener un pelo de más de 40 metros. En su último libro, ‘El cuerpo humano. Guía para ocupantes’ (RBA), Bill Bryson lo explica. A su manera, como en ‘Una breve historia de casi todo’, en ‘La casa’ o en su biografía de Shakespeare. Sintetizando el conocimiento y tirando de datos sorprendentes. El título tiene que ver con que el cuerpo pertenece a la evolución. «Nosotros lo ocupamos, pero mientras más conozco esta compleja estructura de cócteles químicos, impulsos eléctricos, huesos, piel y colonias de microorganismos menos claro me queda definir eso que cada uno llama yo”. El cuerpo es una máquina prodigiosa, la mejor tecnología, un milagro. El ADN de una persona, si se extendiera, llegaría de la Tierra a la órbita de Plutón. 16.000 millones de kilómetros de código genético. El autor sostiene que somos seres cósmicos, hechos de aluminio, cobre, oxígeno y helio. Seres con un corazón que late 3.500 millones de veces.

Al Pacino, caza nazis

Antes de que en marzo se estrene ‘La conjura contra Ámerica’, basada en la novela de Philip Roth, llega ‘Hunters’ (Amazon). Nueva York, 1977. Se descubre una conspiración de antiguos jefazos nazis para crear un Cuarto ‘Reich’ en los EE.UU. Un grupo de lo más diverso se dedicará a la búsqueda y eliminación de esos tiparracos. Aunque lo más atractivo sea el tema nazi, otra cosa remarcable es un reparto encabezado por Al Pacino, que vuelve a la televisión 17 años después de ‘Ángeles en América’. Diez episodios de un ‘thriller’ producido por Jordan Peele (‘Déjame salir’, ‘Nosotros’). Pacino es Meyer Offerman, el jefe de los cazadores. Está al mando de expertos muy variopintos. Josh Radnor es un maestro del disfraz y una estrella de cine con este otro trabajo secreto; Kate Mulvany, monja y espía; Saul Rubinek y Carol Kane, una pareja de judíos yasídicos expertos en armas; Louis Ozana Changchien, un soldado, y Tiffany Boone, la experta en cerraduras y cajas fuertes.

Las cartas del editor

La correspondencia del legendario editor Jaime Salinas a su amante, el escritor y traductor islandés Gudbergur Bergsson, es un apasionante e inteligente catálogo de malicia. El hijo de Pedro Salinas es historia de la edición literaria española (Seix Barral, Alianza o Aguilar). Su amigo Enric Bou se ha encargado de ordenar la correspondencia. ‘Cuando editar era una fiesta’ (Tusquets) saca a la luz unas cartas que no tenían que ser publicadas. En una de 1962 dice que Vargas Llosa era más civilizado y culto que los escritores de Barcelona. Que le puso «unas banderillas a Jaimito» (Gil de Biedma). De Camilo José Cela: “Su inmensa vanidad le lleva a decir las cosas más estúpidas, a contar las mentiras más transparentes y pueriles”. De Carlos Barral: “Creo que si algún día, por las razones que fueran, a Carlos y a mí, o a cualquier cono­cido suyo, nos pusieran contra una pared para fusilarnos, Carlos se ­levantaría de la tumba para contar al mundo que a él le habían matado con más balas que a los demás». De los editores, salva a Esther Tusquets y a Jorge Herralde. No olvida a la poderosa agente Carmen Balcells («locura de poder galopante, presa de una paranoia incontrolada»). También se lamentó cuando los editores empezaron a ser barridos por zafios tecnócratas. «¡Si por lo menos hubieran sido los proletarios!”.

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