Cuando ser la mejor no es suficiente: auge y caída de Elizabeth Warren

"Elizabeth Warren, que un día fue la favorita, cometió el clásico error de campaña de poder terminar una oración coherente y no tener un pene". Con esas palabras el humorista y presentador Stephen Colbert comunicaba en The Late Show que la senadora Elizabeth Warren había abandonado la batalla por la nominación del partido demócrata. Jimmy Kimmel de la ABC ahondaba en ese argumento: "A pesar de su experiencia, su trayectoria y sus habilidades en los debates, los votantes estadounidenses finalmente decidieron que simplemente no tenía lo que estaban buscando en un presidente, que es un pene". Hillary Clinton que hace cuatro años se enfrentó al mismo escenario, también apuntó en la misma dirección en una entrevista para Vanity Fair con motivo dela presentación de su documental Hillary . "Creo que hemos progresado un poco, pero todavía había muchos prejuicios inconscientes y el lenguaje de género que se ha utilizado en torno a las candidatas", afirmó. "Creo que afectó a todas las mujeres que se presentaron". Porque Warren no estaba sola, al inicio de esta carrera por la nominación demócrata hubo opciones muy diversas y tan sólidas como la senadora por California Kamala Harris y la senadora por Minnesota Amy Klobuchar, que al igual que Warren fue respaldada por The New York Times. Sin embargo, al duelo final, tras el que como en Los Inmortales sólo puede quedar uno, llegarán dos hombres blancos de casi 80 años que hace mucho que estuvieron en sus mejores días.

Cuando el jueves por la tarde la senadora Warren salió a comunicar a los periodistas su decisión, la pregunta que flotaba en el aire no tardó en ser formulada: "¿Influyó el género en esta carrera?". La respuesta denota el cuidado con el que las mujeres tienen que pasar por ese tipo de cuestiones: “Sabes que esa es la pregunta trampa para todas las mujeres. Si dices, ‘¡Sí! Hubo sexismo en esta carrera ", todos dicen," ¡Llorona! "Y si dices:" No, no hubo sexismo, sobre un billón de mujeres piensan: "¿En qué planeta vives?".

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Tal vez el problema no sea planetario. Las dos figuras más influyentes de la política europea de las últimas décadas han sido mujeres: Thatcher y Merkel. El liderazgo femenino es habitual en sus vecinos del sur que han auspiciado figuras de la talla de Dilma Rousseff, Cristina Kirchner y Michelle Bachelet, incluso países donde los derechos de las mujeres son un felpudo como India y Pakistán han sido gobernados por figuras como Indira Gandhi y Benazir Bhutto;África tampoco se queda a la zaga. Incluso más de tres décadas antes de que Rodrigo Duterte se jactase de violar mujeres, Cory Aquino presidió Filipinas.

Aunque España tampoco es el mejor país desde el que pontificar sobre la misoginia en el gobierno ajeno. Las tres veces que mujeres de distinta ideología se enfrentaron en las urnas con hombres para liderar los dos partidos mayoritarios, fracasaron: Rosa Díez y la ex ministra Matilde Fernández se dieron de bruces contra un bisoño Zapatero en julio de 2000, Susana Díaz fue eclipsada por su delfín Pedro Sánchez y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría se vio superada en las urnas por un recién llegado como Pablo Casado. Estados Unidos ha vivido un proceso similar: hasta que Hillary Clinton ganó unas ajustadísimas primarias a Sanders en 2016, los papeles de las mujeres habían sido testimoniales. En los dos grandes partidos sólo ha habido dos candidatas a la vicepresidencia: Sarah Palin y Geraldine Ferraro, y ambas acabaron arrolladoras por los tickets de Obama y Reagan. ¿Se puede hablar de misoginia en todos estos casos? Probablemente no, pero eso sería ver la política desde otro planeta.

Porque al contrario de lo que sucede cuando la elección recae en los votantes, sí hay un gran número de mujeres que han sido elegidas por sus iguales. Sólo hay que pensar en las Nancy Pelosi, Condoleezza Rice, la propia Clinton, Madeleine Albright o Janet Reno. Precisamente esta última, fiscal general del estado con Bill Clinton, tuvo que lidiar durante su largo mandato con una oleada de chanzas por su aspecto físico. Alta y de difícil encaje en lo que los cánones entienden como “femenino”, era vapuleada semana tras semana en los late night, ¿por su desempeño? No, por su físico. Tras un asunto especialmente espinoso sobre el que la fiscal tuvo que tomar partido, el humorista Jay Leno dijo que esa era "su decisión más difícil desde que tuvo que elegir entre boxers o slips" y en Saturday Night Live era parodiada por un Will Ferrell que la reducía a un ser patoso, infantil y de sexo (y género) dudoso.

Todo esto podría parecer una anécdota –para alguien que lo vea desde otro planeta–, pero un estudio de 2013 realizado por el Women’s Media Center desveló que cualquier comentario sobre la apariencia de una mujer, tanto positivo como negativo, provocaba que las personas fueran menos propensas a votar por ella.

Hay otro dato más igual de desmoralizador. En junio de 2019 una encuesta de Ipsos desveló que el 74 por ciento de los demócratas e independientes se sentirían cómodos con una mujer como presidenta, pero solo el 33 por ciento creía que sus vecinos lo estarían. Y entonces, ¿para qué vas a votar a alguien que crees que no será elegido?.

La trayectoria de Warren carece de mácula y está trufada de elementos emocionales que conectan con el votante medio. Tras sufrir una enfermedad incapacitante, su padre se vio obligado a dejar el trabajo y la economía familiar recayó en su madre. Una mujer de 50 años sin experiencia se incorporó al mercado laboral y pudo sacar a sus cuatro hijos adelante. Hoy en Estados Unidos eso sería imposible y ella lo sabe.“Cuando era niña, un trabajo a tiempo completo con sueldo mínimo pagaba la hipoteca y ponía comida en la mesa. Hoy un trabajo así no es capaz de sacar a una mujer y a un bebé de la pobreza… ¡Eso está mal! ¡Y por eso estoy en esta lucha!”, es una de sus consignas. Ella quiere devolver Estados Unidos a aquellos tiempos en los que “América” era great, porque ella que a los 12 años ella servía mesas en el restaurante de su tía para ayudar con la economía. sí conoce la diferencia entre los buenos y los malos tiempos, no un Trump que nació, creció y se multiplicó en la opulencia que le otorgaba la fortuna paterna.

Fue una alumna brillante que pudo terminar sus estudios gracias a las becas y se convirtió en la primera de su familia en ir a la universidad. Se licenció en en ciencias de la patología del habla y audiología y dio clases a niños discapacitados en la escuela pública. ¿Puede haber más elementos lacrimógenos en esta biografía? Sí, su perro se llama Bailey en honor al personaje de James Steweart en Qué bello es vivir. Se casó con su novio del instituto y tras quedar embarazada dejó el trabajo, crio a su primera hija y se matriculó en la escuela de leyes, tuvo a su segundo hijo y se divorció, dando un disgusto a su madre que hoy también resalta en sus charlas con la voz entrecortada. "A veces, tienes que hacer lo que sientes dentroy esperar que quizá el resto del mundo te apoye" respondió en diciembre a una niña que le preguntó si alguna vez había sentido que alguien a quien admiraba no te aceptaba del todo. Dos años después ella misma le pidió matrimonio al profesor de derecho Bruce Mann. Llevan casados 40 años.

En 2008 Obama la reclamó para su administración. Tras la crisis de 2009 creó la Oficina de Protección del Consumidor Financiero y se convirtió en el azote de Wall Street. En 2013 fue elegida senadora por Massachusetts y se erigió en un referente moral de la izquierda. Todo un logro para una mujer que estuvo registrada como republicana, pero se alejó del partido cuando detectó que habían olvidado al estadounidense medio en favor de las grandes fortunas. Desde entonces el "uno por ciento" y los grandes monopolios han sido su mayor quebradero de cabeza. Al igual que la lucha contra la corrupción, la sanidad y la mejora de las relaciones de su país con el extranjero tras el paso de Trump por la Casa Blanca.

Una agenda que encaja con lo que los votantes demócratas reivindican y que la hizo liderar las encuestas a las primarias en octubre. Con el incombustible Bernie Sanders, convaleciente de un ataque al corazón y Joe Biden en la esquina protegiéndose de los ataques a su hijo Hunter –unos ataques que estuvieron en el origen del impeachment a Trump–, las acusaciones de ser un tocón y una mochila en las que agolpan algunas de las decisiones más impopulares de la administración Obama y un pasado cargado de incidentes sexistas (véase el caso de Anita Hill). Warren parecía la opción más válida.

Subofetada verbal durante el coloquio que los precandidatos celebraron sobre los derechos LGBT dio la medida de lo que se podría esperar de ella en un cuerpo a cuerpo. "¿Qué le diría a alguien que cree que el matrimonio es solo cosa de hombre y mujer?", preguntó un espectador. ¿Su respuesta?: “Voy a asumir que eso lo dice un hombre. Yo le diría: pues cásese con una mujer… –aquí insertó una pausa que deja claro su dominio escénico– si es que la encuentra”.

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Su campaña entusiasmaba. El lema “Tengo un plan para eso” era la continuación del Yes we can y una bofetada al Hagamos a América grande otra vez,. Vale, muy bien, Trump, pero ¿cómo piensas hacerlo? Ella no pide un esfuerzo colectivo para superar un problema, ofrece la solución a ese problema. Tanto Obama como Trump apelaban al “nosotros”, Warren se echa el país a la espalda y decía que ella, la futura Comandante en Jefe tiene un plan. Qué mayor demostración de liderazgo.

Pero los votantes son veleidosos y tardaron poco en posar sus miradas en otros candidatos. Como Pete Buttigieg, el alcalde de una ciudad de apenas 100.000 habitantes, veterano de guerra, atractivo, sólido, formado, un Kennedy redivivo, con dos perros preciosos y un marido encantador con el que forma una familia feliz. Sin duda el inexperto Buttigieg, mucho más conservador que Warren, ofrecía una imagen más moderna que la vieja profesora de Harvard. Warren es una mujer convencional: blanca, cisgénero, heterosexual…no ofrece ninguna arista fascinante a la que asirse. Tampoco arrastra masas de jóvenes airados como el senador Sanders, unos Bernie Bros que buscan la playa bajo los adoquines mientras reniegan del capitalismo con un Iphone 11 en una mano y un Frappuccino de Yogur de Mango de Starbucks en la otra. No cuenta con el apoyo de la mujer de moda de la política estadounidense, la omnipresente Alexandria Ocasio-Cortez, ni las celebridades se matan por una foto con ella, aunque también contaba con apoyos importantes como Patricia Arquette, Janelle Monae o Chrissy Teigen y John Legend.

Warren acabó siendo superada en las encuestas hasta por un candidato tan improbable como Michael Bloomberg, el billonario menospreció las primarias de Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur y apostó sus 500 millones a la gran cita del Supermartes. Había entrado en la carrera pocos días antes del cierre atemorizado por las encuestas que vaticinaban que ninguno de los contendientes podría derrotar a Trump.

Es difícil saber lo que ese Juggernaut que es el actual presidente habría podido hacer contra a quien llama peyorativamente Mini Mike (es bajito y Trump como buen abusón nunca se permite dejar pasar un defecto físico) si Warren apenas necesitó mentar lo evidente para destrozarlo: “Estamos compitiendo contra un multimillonario que llama a las mujeres gordas y lesbianas cara caballo y no, no estoy hablando de Donald Trump”, aclaró. “Estoy hablando del ex alcalde de Nueva York, Mike Bloomberg“. Boom. Con sólo una frase Warren hacía añicos los 500 millones de Bloomberg, le expulsaba de la carrera y recuperaba el “momentum” esa especie de collar de la inmunidad que durante unos días te mantiene a la cabeza de la atención mediática. Pero ya era tarde: el voto por adelantado la dejaba en un cuarto puesto en Carolina de Sur y el supermartes se presentaba en el horizonte como un Gólgota y no como el paseo triunfal que se preveía cinco meses atrás. En su propio estado, Massachusetts quedó la tercera, superada por Sanders y un renacido Biden que se elevó gracias al apoyo de las minorías, una humillación de la que sólo podía salir con dignidad abandonando la carrera.

Cuando eljueves abandonó su sueño de ser elegida candidata es fácil imaginar que Donald Trump exhaló un gran suspiro. Warren no era en las encuestas la que en más aprietos le podría meter en una lucha por la presidencia, pero erala candidata a la que más temía en los debates previos. Elizabeth Warren era con toda seguridad la candidata más preparada, articulada y experimentada de sus hipotéticos rivales y Trump lo dejó claro con sus constates burlas hacia "Pocahontas". Si en 2008 trató de desprestigiar a Obama cuestionando su ciudadanía estadounidense, contra Warren elevó a cuestión de estado la afirmación de la senadora de que tenía raíces indias. Incluso ofreció donar un millón a quien pudiese demostrarlo. Cuando un análisis de ADN desveló que era verdad, no cesó sus burlas racistas, pero si cesó el ofrecimiento del suculento cheque. Esta semana los votantes demócratas dieron el liderazgo a Sanders y a Biden en detrimento de Warren. Es difícil dilucidar a dónde habrían llegado ellos siendo mujeres: una anciana gruñona, perpetuamente despeinada y una anciana libidinosa que deja el brazo demasiado tiempo sobre los hombros de los niños y es incapaz de elaborar un discurso de más de un minuto sin perderse. Una mujer jamás podría permitírselo, al menos en este planeta.

Elizabeth Warren era la candidata mejor cualificada, pero la política, como todo el mundo sabe, no va de eso. Sólo hay que recordar las palabras del dos veces candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Adlai Stevenson: "Toda persona pensante en Estados Unidos votará por usted, señor", le dijo una asistente a uno de sus mítines para animarle, a lo que Stevenson respondió "Me temo que eso no servirá, necesito una mayoría".

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