Sí a los tacones, no al chándal: el vestuario de Melania Trump en la cuarentena es más político que nunca
En los últimos días la primera dama estadounidense se ha dirigido a su nación con mensajes de ánimo para mayores y niños, animando al uso de la mascarilla y haciendo hincapié en la importancia de la distancia social para frenar el avance del coronavirus. Incluso, ha grabado un vídeo leyendo uno de sus libros infantiles predilectos, The Little Rabbit (de Nicola Killen), con motivo de la pascua. Vestida con una americana negra, una camisa blanca o un conjunto verde con impresionantes tacones (en el caso de la narración del cuento), como en todo lo que hace Melania Trump, la imagen ha jugado un papel esencial.
Tan perfecta y tan impoluta como siempre, la manicura ideal (¿se la siguen haciendo en confinamiento?), la iluminación cuidada (el filtro dorado parece ser su favorito), ni un pelo fuera de su sitio. Una apariencia atemporal: si quitáramos el volumen a los vídeos no podríamos determinar en qué contexto, o en qué año, los grabó. A quienes se preguntaban en redes sociales quién viste así para estar en casa, la respuesta confirma su escepticismo: Melania Trump. A su favor hay que decir que con estos discursos, la “Primera Mujer” no está enseñándonos un privilegiado vistazo de su clausura sino que, más allá del discurso sobre el Covid-19, lo que está haciendo es reafirmar su posición a través de una imagen estable, sólida e incluso predecible en ella: a pesar de las terribles noticias, todo sigue en su sitio. Un mensaje con el que ahonda en la perdurabilidad en su cargo y que, de alguna manera, transmite (o lo intenta) una sensación de calma. Recordemos que en EE.UU. el papel de primera dama sí tiene relevancia representativa y gabinete propio: el mundo no está tan mal como para perder el decoro, ponerse el chandal o cambiar de gobierno, dice ella con su ropa.
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Y aunque la primera dama es partidaria de “disfrazarse” para las ocasiones (se viste de Lady Di para visitar Londres o de “granjera” para plantar vegetales en el huerto de la residencia presidencial), no parece que en este caso le vayamos a ver “disfrazada” de estar por casa, porque nunca lo ha hecho. No olvidemos que cuando anteriormente ha abierto su intimidad al mundo, por ejemplo para enseñar la decoración navideña de la Casa Blanca, se ha presentado caminando por los salones y pasillos de su hogar subida a tacones de 12 centímetros y con el abrigo puesto. Así que ahora, curiosamente, mantener esa imagen distante que siempre se le ha criticado es fundamental para lanzar un mensaje de relativa tranquilidad.
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Ya en 2016 era consciente de ello. Cuando su esposo fue elegido presidente pero aún no había jurado el cargo, su estilista Mordechai Alvow (quien no es responsable del color de su cabello sino de su estilo de peinado), dio una entrevista en la que contaba cómo la solidez de su imagen había sido diseñada a propósito. Recordaba en Women’s Wear Daily que antes de que Donald Trump anunciara que se postularía para presidente en 2015 solían cambiar su aspecto jugando con el lado de la raya y con coletas. "Pero creo que, una vez que anunció (la candidatura), no queríamos cambiar cosas", dijo. "Creo que hay un momento para eso, y ese no era el momento adecuado. Era muy importante desde un aspecto psicológico que las personas supieran quién es ella y mostrar cierta estabilidad con su imagen”.
Alvow reafirmó la idea en 2017, en Refinery29: “Cuando alguien va a estar a la vista del público y constantemente en las noticias, hay una imagen que la gente quiere entender, con la que sentirse cómoda e identificada. Ella no es una artista. Hay algo en su imagen casi como si fuera la madre del público. Y quieres que tu madre tenga una imagen firme”.
Melania es Melania con sus diamantes, sus bolsos carísimos y leyendo cuentos a los niños sobre unos tacones infinitos de piel de serpiente. Al fin y al cabo, por algo se la ha bautizado como "Melania Antonieta". Quizá sea una imagen incómoda para muchos, pero es del todo predecible: es exactamente lo que podríamos esperar de ella. Lo cierto es que, así como los hombres cuentan con un uniforme de poder (el clásico y polivalente traje de chaqueta y pantalón), las mujeres no cuentan con un equivalente estandarizado. Ni siquiera el little black dress, el vestido más correcto que existe, serviría como atuendo diario para una gobernanta.
Ni sus derrapes en cuestiones de imagen (como el anillo de tres millones de dólares que lleva en su retrato oficial, su look a lo Top Gun para viajar a las zonas devastadas por el huracán Harvey en 2017 o la famosa chaqueta de Zara con un mensaje de indolente indiferencia en plena crisis migratoria) ni su eterno aire de millonaria, han permitido que la gente se enfocara “en los asuntos importantes y en su trabajo” como a ella le gustaría y no en su apariencia, según reprochó la propia Melania en una entrevista.
En estos tiempos difíciles, en los que a la crisis sanitaria se une una crisis económica de consecuencias aún desconocidas, Melania Trump no es la única en esforzarse por transmitir estabilidad con su imagen. Conscientes más que nunca de que la apariencia sí es política, todos los mandatarios están midiendo la imagen que ofrecen al mundo. Si se quiere estar a la altura y resolver la otra crisis (la política) evidente en este tiempo, resulta imprescindible conectar con las preocupaciones de los ciudadanos a los que gobiernan. En el caso de las mujeres, al no contar con un "uniforme", presenta un reto añadido. La reina Letizia con americana negra y zapato plano en sus videoconferencias de trabajo, Angela Merkel con sus clásicas chaquetas de botones en tonos neutros (principalmente azules) para dirigirse a los alemanes, o Isabel II con su inalterable peinado y su vestido uniforme, son ejemplo de que hoy cualquier detalle alcanza nuevos matices de importancia. Mantener la imagen habitual es la manera más visual de transmitir que esto pasará.
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