Por qué no te puedes saltar el tónico y cuál elegir según tu tipo de piel (o el problema que quieras solucionar: de extrema sequedad a poros dilatados)
Es el paso del ritual de belleza que jamás se saltaban ni tu madre ni tu abuela. Y por una buena razón: la fórmula minimalista de estos líquidos (en su origen eran poco más que agua destilada de rosa, azahar o caléndula) permitía refrescar y calmar la piel, tras un proceso básico de limpieza que siempre se hacía con agua y jabón.
Por qué los necesitamos ahora
Aunque tu rutina de desmaquillado ha avanzado mucho en los últimos años (sobre todo si has pasado de abusar de las toallitas limpiadoras al exhaustivo ritual coreano de 10 pasos), el resultado al terminar sigue siendo el mismo: una piel sometida a los productos de limpieza sufre un desequilibrio de su pH. ¿La razón? Además de arrastrar suciedad, estos cosméticos se llevan tus propios lípidos y parte del manto ácido de tu piel. De forma natural, el pH vuelve a su nivel original de alcalinidad a las pocas horas.
El tónico es el único capaz de conseguirlo en menos de un minuto. Su función tonificadora tiene mucho en común con el lenguaje fitness: al reiniciar el pH hasta su punto justo entre 4.8 y 5.5, pone tu rostro en plena forma para sacar el máximo partido a los activos de tus cremas. Y evita irritaciones innecesarias.
Como su fórmula es sencilla, el tónico admite, además, nuevos componentes capaces de añadir un interesante plus de tratamiento en un momento en el que tu piel está dispuesta a recibirlo todo. Alfa hidroxiácidos en porcentajes muy pequeños para exfoliar; activos como la vitamina C o el retinol para incentivar el trabajo de las células cutáneas; agua de uva con cualidades aclarantes para controlar la hiperpigmentación…
El tónico se convierte en el vehículo perfecto para ingredientes que son mucho más efectivos sobre una piel limpia y fresca. ¿Lo mejor? Que puedes trabajar con ellos por capas, siguiendo un orden: empieza siempre por el más suave (el calmante) y aplica después los de tratamiento (primero exfoliantes y luego específicos para manchas, arrugas o luminosidad). Deja un margen de dos minutos entre uno y otro para que se absorban.
Cómo incluirlos en tu rutina
El tónico tiene que ser siempre el último paso de la limpieza y el primero del tratamiento. Espera un minuto tras aclararte los limpiadores con agua templada y, con el rostro completamente seco, aplícalo empapado en un algodón. Solo si tu piel es muy sensible y se irrita por la frotación, puedes dártelo con los dedos. Procura que el movimiento de arrastre para extenderlo sea muy suave y con mínima presión. Recorre todo el rostro, pero evita el contorno de los ojos. Deja que se seque y empieza con el sérum. ¡Voilá!
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