Aiko de Japón, la desdichada hija del emperador: sin trono, sin amigos y ahora, sin tiara
La vida de Aiko, princesa Toshi, única hija del emperador Naruhito, no ha sido la más cómoda del mundo para una royal. Para empezar, nació en el seno de una familia real con una de las leyes sálicas más estrictas. Tanto, que hace cinco meses, se anunció que su tío, Fumihito, pasaría a ser el príncipe heredero designado al Trono del Crisantemo. Una ceremonia a la que su madre, Masako, y su tía, Kiko, llevaron sus tiaras correspondientes. Y a la que sus primas, las hermanas Mako y Kako, podrían haber llevado las suyas. Sin embargo, por su juventud (en noviembre de 2018 la princesa Aiko estaba a punto de cumplir 19 años) y por su posición, Aiko se quedó fuera de la exhibición joyera del día que también se quedó sin trono. Ahora, el gobierno del primer ministro Yoshihide Suga se lo quiere poner aún más difícil: el presupuesto de la Casa Imperial, que la Dieta de Japón asigna, no contempla la tradicional partida de 30 millones de yenes (230.000 euros al cambio actual) para las joyas con las que las princesas son agasajadas al cumplir 20 años (o entrar en la familia real al casarse).
Con ese dinero, normalmente se financian un par de pendientes y una tiara a juego, casi siempre en perlas y/o diamantes, y en los tonos blancos que representan a la familia real. Algo que últimamente se realizaba por licitación pública: tanto Mako como Kako, las primas de la princesa, de 29 y 26 años de edad, contaron con su propia partida presupuestaria en sendos concursos, que ganaron dos joyerías centenarias: Wako (fundada en 1881) y Mikimoto (en 1893). Aiko cumple años a principios de diciembre de 2021, y era su turno para recibir su propia tiara. Sin embargo, la Casa Imperial ha aludido a la "situación de la pandemia en Japón" para eliminar el gasto.
De paso, y además de aprobar los prespuestos, el Gobierno de Suga ha abierto, casi 20 años después del nacimiento de Aiko, la primera comisión para dilucidar si las mujeres deberían poder optar al trono en Japón. La comisión se ha abierto por presiones de los diputados, pero un portavoz del Gobierno ya ha dejado muy claro que las cosas no se van a mover, y que para eso se nombró a Fumihito heredero el pasado dmes de noviembre: si de ellos depende, el trono de Japón seguirá dependiendo de los hombres. Pese a que ahora mismo sólo hay tres en toda la familia que puedan optar al trono.
A la princesa Aiko no se le han cerrado todas las puertas para poder lucir una tiara algún día, eso sí. Cabe la posibilidad de que la familia real pague sus joyas con el dinero que reciben para sus gastos diarios (unos 2,7 millones de euros anuales), o que Aiko pueda lucir alguna de las tiaras de la familia. Aunque la primera posibilidad parece muy remota: el set de joyas que reciben las princesas es propiedad del Estado japonés. Es una de las condiciones establecidas en la propia Constitución de Japón, en su artículo 88: "Todas las propiedades de la Casa Imperial pertenecen al Estado. Todos los gastos de la Casa Imperial serán asignados por la Dieta en el presupuesto". Así que aquí existe un problema: es difícil meter una tiara en concepto de "gastos corrientes".
Para colmo, las princesas pierden sus tiaras en cuanto se casan fuera de la familia real. Le pasó a la exprincesaAyako, que tuvo que dejar su tiara en un tocador palaciego cuando optó por casarse con un plebeyo (aunque en vez de tiara lució un pelazo alucinante); y le pasará a Mako, si es que algún día le dejan casarse con el plebeyo que ha escogido (la boda lleva aplazándose casi tres años por problemas económicos, también). Las tiaras de las royals japonesas no les pertenecen, aunque las reciban como regalos.
El otro problema es que a Aiko no le quedan muchas opciones: varias de las tiaras que ha lucido su madre son de uso exclusivo de la emperatriz consorte (empezando por la Meiji, la más antigua de las tiaras japonesas, que perteneció a la emperatriz Haruko…. Y que no tiene ni siglo y medio de existencia)
El resto del joyero es complicado: otras dos de las grandes tiaras de su familia son también exclusivas para emperatrices (la del Crisantemo y la Madreselva), y del resto hay dos agravantes. El primero es que casi todas las tiaras "disponibles" pertenecen a los Akishino (a la familia de su tío, el que se va a quedar el trono en vez de ella porque para eso es hombre), algo que supondría una humillación y un insulto añadido: la flor de iris que remata casi todas las joyas de los Akishino señala a las princesas de la familia del príncipe heredero oficial). La segunda es que no queda ninguna otra tiara que no haya sido un regalo a alguna otra princesa, de menor estatus que Aiko, al cumplir los 20 años. Sería otra falta de respeto a la hija del emperador, a la que el desino y el sistema llevan machacando desde que nació. Y que tuvo que pasar largos años estudiando encerrada en un palacio porque desde que tenía ocho años fue víctima de abusos escolares (que Japón decida que una víctima de abusos y miembro de la familia real se tenga que salir por completo del sistema educativo, hace tan sólo una década, ya decía bastante sobre lo preparados que estaban para la idea de una mujer emperatriz).
Por otro lado, las tiaras no son la joya más importante del mundo en Japón. La tradición empezó con la modernización de la era Meiji, cuando el emperador ídem y su mujer Haruko decidieron occidentalizarse y modernizar un país anquilosado tras varios siglos de dominio samurái, de exguerreros convertidos en burócratas. El presupuesto asignado a las joyas ya dice bastante de su irrelevancia: el set de pendientes y tiara era, recordemos, de unos 230.000 euros, casi un 30% menos de los que puede costar un gran kimono ceremonial japonés como el que se puso Ayako para su boda.
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