Alva Vanderbilt, la millonaria que renunció a todo por el feminismo
“Todas las mujeres deberían casarse dos veces. La primera, por dinero; la segunda, por amor”, solía decir Alva Vanderbilt Belmont (de soltera, Erskine Smith) . Por amor… y dinero, tendría que haber añadido, porque ella nunca se dejó cegar por el romanticismo como para olvidar que “el dinero da poder”. Alva nació en la elegante Government Street de Mobile, Alabama, en el seno de una familia de comerciantes prósperos, pero jamás imaginó que terminaría convirtiéndose en una de las mujeres más ricas y aguerridas de Estados Unidos.
En la década de los 70 del siglo XIX, conoció al soltero de oro William Vanderbilt, nieto del magnate ferroviario Cornelius Vanderbilt, el hombre más poderoso de América. Consuelo Yznaga, una heredera cubana devenida en duquesa de Manchester por matrimonio, los presentó en Nueva York. La pareja se casó en 1875 y la flamante señora Vanderbilt, decidida a convertirse en la reina de la sociedad neoyorquina, inició una vida de lujo y dispendio.
En 1883 levantó en plena Quinta Avenida de Manhattan un castillo que parecía sacado del valle del Loira. Para la inauguración de su mansión, organizó un baile de máscaras para 1.000 invitados que costó tres millones de dólares de la época. Esa noche, Alva logró desbancar a Carolina Astor, quien hasta entonces era la ama y señora de la high society.
Su conquista de Nueva York fue a golpe de chequera. Como no podía conseguir un palco en la Academia de la Música, mandó levantar la Ópera Metropolitana, que hasta el día de hoy es el templo de la música clásica de la ciudad. Fue el primero de una serie de caprichos superlativos: el yate más grande del mundo, al que llamó "Alva"; un palacio de mármol bautizado Marble House, en Newport, el balneario de moda de la época; y un gran duque inglés para su hija… En 1895, casó a su hija Consuelo con el relativamente pobre aristócrata británico Charles Spencer-Churchill, noveno duque de Marlborough. Contra la voluntad de la niña, que tenía 17 años, selló la unión pagando una dote millonaria a su futuro yerno que permitió a los Spencer restaurar Blenheim, la única residencia no real ni episcopal en el Reino Unido que recibe el título de palacio.
Las sufragistas
Una vez que casó a su hija, la señora Vanderbilt dio el siguiente paso en su vida: dejar a su marido. Cansada de las infidelidades de William, solicitó el divorcio y comenzó a salir con su mejor amigo, el millonario Olivier Hazard Perry Belmont. Fue una de las primeras mujeres de la alta sociedad neoyorquina en divorciarse alegando adulerio. Mucho antes que Ivana Trump o Anna Murdoch Mann, ella llegó a un acuerdo económico astronómico: 10 millones de dólares de la época, acciones de empresas y numerosas propiedades.
Entonces, ya siendo una de las mujeres más ricas de América, llegó su conversión y se volcó en cuerpo y alma al incipiente movimiento sufragista. “Me tomó mucho tiempo descubrir que tenía trabajo que hacer”, reconoció en sus memorias. Una vez le reveló a su amigo Harry Lehr que ya no creía en el matrimonio. “Y no volveré a creer en esa institución hasta que no consigamos la verdadera igualdad de género”, reconoció. “Pero si tú te has casado dos veces”, le rebatió Lehr. “He tenido que cumplir con las costumbres de mi mundo, pero eso no significa que haya estado de acuerdo con ellas”, concluyó Alva.
Tras enviudar de su segundo marido, empezó a definirse públicamente como “una mujer del futuro”. Abandonó los salones sociales –“un mundo de señoras con cerebros de serrín y caras de cera”– y comenzó a relacionarse únicamente con aquellas damas de su clase que “tenían influencia sobre los hombres y que conseguían dinero de ellos para causas ajenas a ellos”. No tardó en ser una de las sufragistas más famosas de su tiempo: participaba en las convenciones y marchas, iba a trabajar a las oficinas de la Liga por el Sufragio Universal en Nueva York, daba discursos, escribía artículos en los periódicos y revistas de la época, se reunía con políticos…
¡En marcha!
La alta sociedad neoyorquina y su propia familia le dieron la espalda, tratándola como “una apestada” y "una paria". Ella comenzó a gastar su fortuna en la causa feminista. Compró una mansión histórica en Washington D.C. y la transformó en la sede del National Woman’s Party: una organización que entonces representaba el ala más radical del movimiento. Organizaba marchas y huelgas de hambre y sus seguidoras se dejaban arrestar por la policía. También creó la Asociación para la Igualdad Política y abrió las puertas de Marble House, su palacio de mármol en Newport, para conferencias y reuniones de mujeres.
La prensa la bautizó como “el tigre de bengala”, en alusión a su energía feroz y carácter aguerrido. El 4 de mayo de 1912, lideró la famosa manifestación feminista que recorrió la Quinta Avenida de Nueva York desde la calle 58 hasta el Arco de Washington. Antes de la protesta, su amiga Mamie Fish le advirtió: “No podrás caminar los cinco kilómetros. En tu vida has dado más de un paso”. “Con más razón debo hacerlo ahora. Tengo que recorrer todo el trayecto”, replicó ella. Efectivamente, hizo los cinco kilómetros a pie. Sus amigos, Bessie y Harry Lehr, la vieron pasar desde su lujosa suite en el hotel St. Regis. Harry comentó a su esposa: “Al fin, nuestra querida vieja guerrera tiene algo por lo que luchar”.
El 26 de agosto de 1920, la Enmienda número 19 a la Constitución de Estados Unidos fue convertida en ley y las mujeres pudieron votar ese otoño. Tres año después de la victoria, Alva Vanderbilt se retiró a vivir al castillo d’Augerville, en Francia. La “tigresa” rugió por última vez en 1933.
Artículo publicado el 8 de marzo de 2018 y actualizado.
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