Así educó su madre a Kate Middleton desde pequeña para ser duquesa: un círculo íntimo muy cerrado, sacrificio, un cambio de acento y la magia del tiempo para convertirse en la reina consorte perfecta

La diferencia entre Kate y Diana, una chica tímida y enamoradiza de apenas 19 años, es que ésta no recibió apoyo, ni formación, salvo el muy básico sobre protocolo real. La Casa Real la dejó sola en los meses previos a su boda, como relata la serie “The Crown”, haciéndose eco de su soledad e inexperiencia y de la falta de agudeza de la Corona con ella. Con Kate, las cosas fueron muy diferentes.

Lució un abrigo negro con lazada en la parte superior, la mirada tranquila y serena y sobre todo, un collar de perlas que le había prestado la reina Isabel II para la ocasión, símbolo que de ella, algún día, sería su perfecta sustituta, dejando paso a William como rey de Inglaterra. No obstante, para llegar dónde está, Kate tuvo que atravesar un largo proceso de aprendizaje.

La novia de Guillermo de Inglaterra ya llevaba una gran ventaja sobre su difunta suegra cuando se anunció su compromiso. La Duquesa de Cambridge se casó con 29 años, después de ocho de noviazgo, incluyendo una ruptura de tres meses, y durante esos años Kate aprendió todo lo que necesitaba. Entre otras cosas, convivió con el Príncipe Guillermo en sus años de Universidad en Escocia y en Clarence House, donde vive el príncipe Carlos.

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Para su formación, contó, entre otros, con una especie de asesor en la sombra, David Manning, exembajador de Gran Bretaña en Estados Unidos durante la guerra de Irak y el consejero en política Internacional más importante de Tony Blair. La formación de Kate en geopolítica e Historia era escasa. Manning se encargó de darle, sobre todo, clases de esta última, pero también de buenas maneras y protocolo. Los modales de una “royal” deben ser exquisitos y solo el detalle de acostumbrarse a que te traten de Alteza todo el rato y como reaccionar ante ello es ya un aprendizaje complicado. Kate recibió incluso preparación para prevenir una depresión, algo que llama la atención tras las palabras de Meghan Markle acusando a la Casa Real de no permitirle cuidados psicológicos durante su embarazo, cuando pensó varias veces en el suicidio.

Kate tuvo también algo que Meghan no pudo tener: tiempo. Para aprender, para acostumbrarse, para sentirse respaldada. Y eso que Kate se educó como cualquier chica de la clase alta, en el elitista internado mixto de Marlborouh, en el condado de Wiltshire, como Samantha Cameron, la esposa del exprimer ministro británico David Cameron, o Diana Fox, casada con el Gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney. Después se graduó en Historia del Arte en la Universidad de Saint Andrews en Escocia, donde también estudiaba el Príncipe William y donde parece que surgió el flechazo.

Parece que Kate tuvo que trabajar otros aspectos, además, como el tono de su voz. La Familia Real habla con un acento particular, pero también, modula su tono de determinada manera cuando entablan conversación. A ello hay que añadir la manera de mover las manos y el lenguaje corporal, cercano, pero hermético, que supone horas y horas de ensayo, hasta interiorizarlo. Es sabido que Diana desafió toda una serie de normas al respecto, cuando decidió abrazar, sostener y besar a las personas que visitaba, para escándalo de su familia política.

Pero la asignatura más importante que estudió Kate, tal y como demuestran las historias de lady Di y de Meghan, fue la de lidiar con la prensa y aceptar los grandes titulares de los tabloides destacando cada fallo, como el de sentarse sin juntar las pernas. Dicen que Kate se pasó largas horas viendo vídeos de lady Di para aprender su oficio. Vídeos en los que se veía el acoso de la prensa cuando Diana acudía al gimnasio o el fervor de las cámaras con ella en sus compromisos oficiales.

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Los estilismos fueron otra asignatura importante. El estilo de Kate en sus primeros años de casada calcaba al milímetro la biblia de la moda real británica: sin salirse del clasicismo, escogía trajes de chaqueta y pantalón, vestidos con pequeños volantes y abrigo a juego, estampados discretos, tacones medianos. El peor enemigo de una futura reina son la extravagancia, las transparencias, las plataformas, la ropa ceñida. Pero, poco a poco, Kate fue integrando las marcas “low-cost” en su guardarropa y decantándose por otras de lujo más llamativas.

Las joyas, salvo las del joyero real para ocasiones protocolarias, siempre muy discretas. Con escasas oportunidades de hablar y de expresar sus pensamientos y opiniones, la ropa es lo único que una Duquesa de Inglaterra usa como símbolo. Su primer gran acierto fue su vestido de novia, un diseño de Sarah Burton para Alexander McQueen con reminiscencias victorianas e isabelinas y con la característica silueta en el busto de la casa, que entusiasmó a todo el mundo. Desveló a la chica de clase media como una verdadera consorte real, uniendo la tradición y la modernidad.

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