El virus de la fama
El pasado 27 de marzo, Diego Matamoros anunció al mundo que había dado positivo en Covid-19. No vamos a mostrar nuestra sorpresa por el hecho de que le hicieran la prueba antes que a miles de profesionales de la sanidad porque nos acusarían, con razón, de demagogia.
Diego lo hizo como se hacen estas cosas solemnes en los tiempos que corren, en Instagram. En su cuenta personal, con un posado de revista de moda acompañado de un breve pero revelador mensaje: «Sinceramente, no me apetecía poneros una foto de mi estado actual, prefiero que me recordéis de otra forma» (como si fuera imposible olvidarlo con tantos directos desde casa), en la cuenta del canal Mtmad, con un selfie con la caracterización perfecta de paciente confinado: la cara cubierta y protegida por una de esas mascarillas que usted posiblemente no haya podido encontrar en la farmacia (perdón, se me escapa el ramalazo demagogo) para presentar un instructivo vídeo sobre cómo superar este difícil trance.
Este 5 de abril, ‘las redes ardieron’ –según consta en algunos titulares– porque Diego Matamoros salió al balcón de su casa, no para aplaudir a quienes se dejan la piel luchando contra la pandemia (se me escapa la demagogia, discúlpenme, son los nervios del encierro) sino para regalarnos un desnudo integral acompañado de un sabio consejo: «Ahora más que nunca quédate en casa». Sin comas y con el cosmopolita ‘hashtag’ #athome antes que el patrio #yomequedoencasa, que vende menos, dónde va a parar.
Ahí lo tienen pues, un hombre solo, desnudo ante el virus, sonriendo a la vida por su lenta recuperación. «He perdido el olfato y el gusto», había confesado días antes. Lo del olfato nos sorprende, viendo su capacidad para encontrar filones que le lleven directo a los polígrafos. Lo del gusto, sin embargo, le viene de serie. Que se ha recuperado nos consta por sus posteos. Nos alegramos por él.
Vistas las consecuencias de la enfermedad en el cuerpo de gimnasio de Diego Matamoros, le recomendamos una lectura: el testimonio del periodista David Tejera sobre su escalofriante lucha contra en la enfermedad en la habitación 303 del Ramón y Cajal, en Madrid. El relato, en primera persona y de una sinceridad tan apabullante como desgarradora, muestra su infierno personal en el infierno del día a día de un hospital saturado y con un personal al borde la extenuación.
David llevaba días denunciado en sus redes la situación sobre la pandemia, pero fue el domingo pasado cuando publicó en su perfil su experiencia; bajo el epígrafe ‘Crónica de un contagiado cualquiera’, sin foto, con un pdf de poco más de cinco folios, repasaba todos los estados emocionales de un proceso que le dejó sin fuerzas, el cuerpo hechos escombros. Nada como ponerse en la piel del otro para entender qué podemos o debemos hacer en estos momentos.
A Diego también le recomendamos –en serio, sin demagogias, solo para que entienda el valor de la empatía– que visite las redes de Gonzalo D’ Ambrosio, el chef de La 2 que, cuando recuperaba las fuerzas entre tremendas tiritonas, escribía algunas líneas para confirmar a los suyos, familiares, amigos y seguidores, que seguía en la batalla, que no se rendía.
‘Las rutas de Ambrosio ‘estrenaba temporada y el cocinero publicó unas fotos en las que posaba feliz entre comida y viajes. De pronto empezaron a lloverle mensajes insultantes, hasta el punto de verse obligado a tener que explicar lo obvio: que las fotos no eran actuales, que correspondían a las grabaciones del programa. Y ahí estaba el pasado lunes por la noche, disculpándose desde la cama, aún bañado en sudores fríos. De verdad, ¿qué nos pasa?
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