Elizabeth Taylor, una década sin la gran diva de Hollywood

Cuesta imaginar a Elizabeth Taylor (Londres, 1932) canalizando todo ese talento, belleza y garra en otro cometido que el de comerse la gran pantalla. Por eso, cuando la familia Taylor regresó a su Estados Unidos natal las ofertas no tardaron en llegar. Lo de la interpretación lo llevaba de serie. Su madre se había ganado la vida sobre los escenarios hasta casarse con el padre de Elizabeth. Quizá por ello al principio se negó a que la joven promesa perdiera su inocencia en un set de rodaje. Sin embargo, el éxito fue precoz y con apenas 10 años ya triunfaba en El coraje de Lassie (1943). Un año después llegaría el drama hípico Fuego de Juventud junto a Mickey Rooney. Fue el chispazo que prendió su carrera.

La mirada más famosa del planeta se reducía a dos factores: su tono violeta tan característico y una doble línea de pestañas fruto de una mutación genética que enmarcaba sus ojos en un singular abanico.

Dispuesta a triunfar en el cine

Tras el clásico Mujercitas (1949) Elizabeth Taylor deja de codearse con actores juveniles para medirse ante pesos pesados como Spencer Tracy y Joan Bennett en El padre de la novia (1950). Esta sería la primera -que no la única- vez en la que la realidad superaría la ficción. Ese mismo año, la mujer que encarnaba las fantasías de Hollywood se casaría con su primer marido en Beverly Hills. Tenía solo 18 años cuando afianzó su compromiso con el heredero del imperio hotelero Conrad Hilton Jr. Se dice que por la agresividad y los excesos con la bebida de él, este turbulento flechazo duró nueve meses.

“No podía conformarme con un romance; tenía que ser matrimonio”.

Apenas un año después volvió a pasar por el altar con el actor inglés Michael Wilding, 20 años mayor que ella. Tras cinco años de un matrimonio tranquilo —podría decirse que incluso algo insulso y paternalista— y dos hijos en común, la pareja puso fin a su relación. Fue entonces cuando surgió el verdadero flechazo. Un mes después del divorcio se daba el “sí, quiero” con Mike Todd en México, un productor de cine que había puesto su mundo patas arriba. Tuvieron una hija pero la felicidad no duraría mucho: Mike falleció en un trágico accidente en su avión privado apenas un año después. De él dijo que había sido uno de los tres amores de su vida junto a las joyas y Richard Burton. Irónicamente, fue el único marido del que no se divorció.

En lo profesional Liz seguía encumbrándose con títulos como Gigante (1956) o La gata sobre el tejado de Zinc (1958), llevando los dramas matrimoniales junto a Paul Newman a la gran pantalla. Pero su vida privada seguía siendo el verdadero foco de los titulares.

Como si de un buen guion de Hollywood se tratara, la muerte repentina de Todd le llevó a refugiarse en los brazos del mejor amigo de su difunto esposo, el cantante Eddie Fisher. Valdría como final feliz si no fuera porque Fisher estaba casado con la mítica Debbie Reynolds (Cantando bajo la lluvia), que se había convertido en una de las mejores amigas de Elizabeth —fue dama de honor en su boda con Mike Todd—, protagonizando así el escándalo de la década. ¿Que si fueron felices y comieron perdices? Todavía estamos en el ecuador de sus matrimonios y ella ya se había ganado la fama de ‘destrozahogares’. Entonces llegó el ansiado Oscar. Tras tres nominaciones, su papel en Una Mujer Marcada (1960) le valió una estatuilla a Mejor Actriz.

“Si alguien es suficientemente tonto como para ofrecerme un millón de dólares por hacer una película, no soy tonta como para rechazarlo».

Nunca en la historia de Hollywood se le había ofrecido una cifra tan astronómica a una mujer. Sin embargo, quedaría como irrisoria si tenemos en cuenta que Cleopatra (1963) fue una de las películas más caras —44 millones de los de la época—, caóticas y accidentadas que se recuerdan del cine clásico. Así, al contrato de un millón de dólares —que diversos contratiempos multiplicarían— se sumaron una neumonía que casi acaba con su vida, un look que ha pasado a los anales de la historia y un affaire con su compañero de reparto Richard Burton que comenzaría entre una resaca y una taza de café.

Elizabeth Taylor y Richard Burton, un amor de película

Cleopatra y Marco Antonio estaban ambos casados y les costó lo suyo deshacerse de ese bagaje para consumar un amor faraónico donde no faltaron las peleas a todo trapo y la debilidad por el alcohol. Protagonizaron un amor descarnado a ojos del mundo —hasta el Vaticano condenó la relación— mientras levantaban la fascinación de un público que era espectador y juez en películas como ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), que la coronó con su segundo Oscar.

Tras una década se divorciaron. Un año y medio después se volverían a casar. El amor nunca llegó a apagarse en una relación que el director de Cleopatra, Joseph Mankiewicz, describió como “estar encerrado en una jaula con dos tigres”. Volvieron a pronunciar sus votos en Botsuana pero el gesto apenas duró ocho meses. Siguió otro divorcio. Resulta que lo único no perecedero fueron las joyas, y es que Burton satisfizo la pasión de Taylor por los diamantes y las piedras preciosas con ejemplares que alcanzaron precios desorbitados en subasta tras su muerte. Entre los más icónicos, el diamante Krupp o la perla Peregrina que se remonta a los tiempos de Felipe II.

“Adoro usar joyas, pero no porque sean mías. No puedes poseer el resplandor, sólo puedes admirarlo”.

La carrera de Taylor ya estaba sumida en luces y sombras y los 80 no mejoraron la situación. Flirteó con Broadway y se mantuvo con pequeños papeles en televisión. Además, en 1976 ya se había casado con su penúltimo marido, el senador John Warner. Los aires de primera dama terminaron superándola y acabó en una espiral de problemas con la bebida.

La incombustible actriz decidió probar suerte por última vez en 1991, regalándole al mundo un romance —o al menos un titular— a la altura de los anteriores. El afortunado era Larry Fortensky, un trabajador de la construcción al que Elizabeth había conocido durante su estancia en una clínica de desintoxicación. Se casaron en el rancho de Neverland, prueba de la sólida amistad que compartía con Michael Jackson. Cinco años después llegaría el divorcio definitivo.

Los últimos años de Elizabeth Taylor

Aunque alejada de los sets de rodaje, Elizabeth Taylor no estaba lista para abandonar el foco. Canalizó sus fuerzas e influencias en luchar contra el SIDA, entregada a un activismo que se volvió todavía más real tras la muerte de su amigo Rocky Hudson a manos de esta enfermedad. Puso en jaque a presidentes del gobierno, se sacudió los estigmas y recaudó millones de dólares para la causa. Incluso viajó a Oviedo en 1992 para recoger el Premio Príncipe de Asturias en calidad de cofundadora de AmfAR.

El 23 de marzo de 2011 Elizabeth Taylor fallecía a los 79 años de edad tras un fallo cardíaco. Durante toda su vida le acompañó la sombra de un frágil estado de salud que se tradujo en un largo historial de hospitalizaciones y operaciones. Osteoporosis, enfermedades respiratorias, un tumor cerebral y hasta un infarto. Cuando falló el corazón, poco quedaba por hacer. La mirada violeta se había apagado para siempre. Por suerte, su legado sigue vivo en cada escena.

Vía: ELLE ES

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