lizabeth Taylor, la mujer más guapa de la historia de Hollywood, se casó ocho veces, se desintoxicó tres y ganó dos Oscar, pero lo que marcó su vida fue la trágica muerte de su amigo Rock Hudson en los 80 por culpa del sida
Hace ya diez años que falta en nuestro star system global ElizabethTaylor, una de las últimas representantes de la edad dorada de Hollywood, cuando las estrellas aún tenían glamour, misterio y magia. Lo cierto es que Taylor (Londres, 1932-Los Ángeles, 2011) bien pudo ser a bisagra que separó dos siglos incomparables: aunque estuvo sometida al sistema de estudios que imperó en la meca del cine en la década de los 40 (con unos leoninos contratos exclusivos que incluían cómo debían vestir, llevar el pelo o comportarse en público), también se convirtió en la primera actriz que ganó un millón de dólares por película, fue una ‘celebrity’ aún más famosa y con más portadas que Kim Kardashian y su vida personal desató tanto interés como la de Angelina Jolie, Jennifer Aniston o Gwyneth Paltrow. De hecho, podríamos decir que fue la primera gran actriz que se hizo activista, y utilizó su fama ara visibilizar una de las enfermedades más crueles del siglo XX: el sida.
Estrella infantil en ‘National Velvet’ y juvenil en ‘Mujercitas’, Elizabeth Taylor rodó sus mejores películas en las décadas de los 50 y 60: ‘La gata sobre el tejado de zinc caliente’, ‘De repente, el último verano’, ‘Cleopatra’, ‘Quién teme a Virginia Woolf’… A los 34 ya tenía dos Oscar y protagonizaba el escándalo más sonado de Hollywood. En 1958 quedó viuda de su tercer matrimonio con el productor Mike Todd (se casó a los 18 con el heredero de la cadena Hilton y a los 20 con el actor Michael Wilding) y se embarcó en un romance con el cantante Eddie Fisher, que dejó a su mujer, la adorada actriz Debbie Reynolds. Taylor fue la malvada mujer fatal ‘robamaridos’ durante años, aunque finalmente dejó a Fisher por Richard Burton, Marco Antonio en ‘Cleopatra’. Con él se casaría dos veces, además de comenzar su romance con el lujo y el exceso, incluido el alcohol y las pastillas para dormir o estar despierta.
Tras el divorcio de Richard Burton y el fallecimiento de este en los años 70, Elizabeth Taylor inició una transición dolorosa desde un estrellato ya en decadencia a un nuevo estatus por definir. Volvió a casarse en 1976, esta vez con el político republicano John Warner, y de su mano conoció los entresijos de la influencia en Washington, cosa que le sería muy útil durante su etapa de activista. Se separaron en 1981, con Taylor definitivamente presa de la depresión y de la adicción al alcohol y las pastillas. De hecho, ella fue de las primeras estrellas que habló abiertamente de desintoxicación y confesó sus ingresos en la famosa clínica Betty Ford, donde en 1988 conoció a su séptimo y último marido, Larry Fortensky, obrero de la construcción. Vendió la exclusiva de esta boda a la revista ‘People’ por un millón de dólares y utilizó el dinero para crear la fundación Elizabeth Taylor Aids Foundation, su creación más querida y su auténtica obra de arte.
A lo largo de la década de los 80, Elizabeth Taylor supo mutar de estrella del viejo cine en decadencia, a inteligente mujer de negocios, capaz de fundar un imperio cosmético alrededor de los perfumes que le retribuiría más dinero que todas sus películas juntas. Sin embargo, la metamorfosis más honda tuvo que ver con la enfermedad que aquejó a su gran amigo Rock Hudson, junto al que rodó ‘Gigante’, una especie de ‘Lo que el viento se llevó’ ambientada en Texas y con James Dean, y que se llevó a miles de personas ante la pasividad de las autoridades sanitarias: el sida. Durante toda la década, la movilización para investigar un tratamiento y una cura para la llamada ‘plaga gay’, el sida, fue mínima. De hecho, murieron muchísimas personas debido al secretismo, el tabú y la vergüenza que empujó a la comunidad gay a esconder síntomas, ingresos, fallecimientos.
El 23 de julio de 1985, Elizabeth Taylor montó en cólera ante una información en la revista ‘Variety’ que aseguraba que Rock Hudson estaba recibiendo tratamiento para combatir el sida. Se equivocó: era verdad que su gran amigo le había ocultado la enfermedad y que esta terminaría por agotar su vida pocos meses después. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando con el sida. «No dejaba de ver noticias sobre la nueva enfermedad, pero me preguntaba por qué nadie hacía nada«, contó la actriz a la misma revista. «Cuando me di cuenta de que yo tampoco estaba contribuyendo gran cosa, decidí ayudar». Además de pagar las facturas médicas de su amigo, lo primero que hizo fue comenzar a colaborar con AIDS Project Los Angeles, la organización que atendía a enfermos en su ciudad.
Durante el último ingreso de Rock Hudson en el hospital UCLA Medical Center, las visitas de Elizabeth Taylor fueron frecuentes. Su médico en aquel trance y descubridor del virus, Michael Gottlieb, recordó que la actriz estaba preocupada por si podía besarle o no. «Me preguntó si podría abrazarle y besarle, pero no porque temiera contagiarse, sino por él. Temía ser un peligro para un sistema nervioso tremendamente inmunodeprimido», explicó el médico. Poco antes de su fallecimiento, el actor hizo pública su enfermedad, un anuncio que provocó una insólita ola de solidaridad que lo cambiaría todo. De hecho, los activistas estadounidenses siempre hablan un antes y un después de este reconocimiento.
Tras la muerte de Rock Hudson, Elizabeth Taylor cofundó amfAR (la Fundación Americana para la Investigación del Sida) y su propia fundación, también dedicada a recaudar fondos para la investigación y la asistencia a organizaciones de apoyo a enfermos y familias. «Se embarcó en una gira por todo el país y por el mundo para recaudar fondos y llamar la atención sobre la enfermedad, algo que no hizo ninguna otra famosa», recordó Gottlieb. En aquel momento pudo poner en práctica todo lo que aprendió en su etapa en Washington, donde llegó a organizar en 1987 una gala amfAR a la que asistió el presidente Ronald Reagan, quien en siete años de mandato jamás había hablado sobre el sida. Poco después vendió su imponente colección de joyas, que incluía La Peregrina, un collar que perteneció a Felipe II valorado en 11.8 millones de dólares, por casi 120 millones de dólares. Fueron íntegros a la lucha contra el sida.
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