Por qué Diana de Gales fue en realidad la primera gran populista de la historia moderna

Para mis amigas y para mí, Diana Spencer era una chica que se había casado con un vestido diseñado por un pastelero loco, se maquillaba con terribles colores pastel, parecía incapaz de mantener la cabeza recta y llevaba jerseys con animalitos, que cualquiera de nosotras habría considerado mortalmente humillantes después de los ocho años. En la España todavía gris de mi adolescencia, lo aspiracional eran las Doctor Martens, y Siouxsie and the Banshees, y Diana quedaba reducida a la categoría de tazas graciosas que traían las pocas afortunadas que viajaban a Londres y peregrinaban a Harrods.

Mientras se dedicó a tener herederos y viajar por la Commonwealth, no le prestamos mucha atención. Los estilismos que ahora nos fascinan nos recordaban peligrosamente a los de alguna tía abuela y estaban muy lejos de nuestras amadas Vivienne Westwood y Joan Collins. Y, de repente, Diana, con su cabecita ladeada, anunció en prime time que era una mujer engañada y abandonada, y el mundo entero se conmovió. Nosotras, nuestras madres y nuestras tías abuelas, incluidas.

The Crown nos ha devuelto una fascinación que en realidad nunca ha desparecido del todo en los últimos 25 años. Un marciano vería en ella a una joven privilegiada y desoficiada con un único hito vital: haber sido elegida por un heredero al trono que la despreciaba. Pero ahí estamos nosotros, millones de terrícolas, empatizando con este prototipo mejorado de la trágica heroína romántica. ¿Una mezcla de fotogenia y naturalidad? ¿Un olfato extraordinario a la hora de elegir sus causas? Algo más, mucho más, en realidad. Una combinación imbatible de sentimentalismo y antielitismo.

La princesa que sufre con su pueblo y consigue que su pueblo sufra con ella. Eso dice The Economist en un artículo brillante. Y eso, amigos, es comunicación emocional, una de las armas más eficaces de la política moderna. ¿Por qué nos gusta Diana? Quizá porque inventó un sutil, eficaz e imbatible populismo. Una marca global que aún consumimos, y en la que es brillante hasta el logo: Lady Di.

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