Por qué la boda secreta de Beatriz de York marca un antes y un después para la monarquía británica
La boda secreta y discreta de Beatriz de York y Edoardo Mapelli ha sido la sorpresa del fin de semana: no esperábamos que la nieta de Isabel II renunciara a su gran boda ‘royal’ por esta pequeñez que apenas ha dejado tres o cuatro fotos oficiales. Por suerte, no hay menudencia de la familia real británicaque no resulte interesante, por lo que también en este mini acontecimiento hemos descubierto clavesque nos ofrecen pistas para entender cómo van a ser las monarquías, sobre todo la británica, en esta nueva situación marcada por el coronavirus y por los escándalos que no dejan de acechar a los Windsor (sobre todo al príncipe Andrés, padre de la novia) y a prácticamente todas las casas reales europeas.
Las fotos de la boda de Beatriz de York se han vuelto virales y nos han dejado, además, una clave importante de la intimidad de los Windsor: la hija mayor del príncipe Andrés y Sarah Ferguson podría ser la nieta favorita de Isabel II. Beatriz llevó un vestido de su abuela debidamente actualizado y la misma tiara que esta llevó en su boda con el príncipe Felipe en 1847: la tiara Queen Mary. Además, eligió para su íntima boda la Royal Lodge Chapel en Windsor, la capilla a la que suele acudir la Reina y en la que reposa su madre, la reina Isabel.
Aunque significativos, estos detalles no han logrado eclipsar la ausencia más evidente en las fotografías oficiales de la boda de Beatriz de York: la ausencia de su padre, el príncipe Andrés. El que fuera hijo favorito de la Reina ha caído en desgracia tras las revelaciones del caso de Jeffrey Epstein, el pederasta estadounidense que dirigía una red de tráfico de menores para fiestas con ricos y famosos a las que podría haber asistido Andrés. Su ausencia confirma la voluntad de Isabel II de borrarlo del ojo público y desconectarlo de la familia real, cada vez más menguada de representantes que puedan hacerse cargo de la agenda oficial.
Pero, además de las bajas del príncipe Andrés y de la del príncipe Harry y Meghan Markle, la reina Isabel II tiene que hacer frente a otro contratiempo importante en un momento clave para la monarquía británica: su abdicación. La Reina debe ocuparse de que los Windsor no pierdan legitimidad ni favor popular en la transición monárquica hacia el reinado de su hijo, el príncipe de Gales, pero las circunstancias no la ayudan. El coronavirus impide los fastos y eventos ‘royal’ en los que se cimenta la simpatía de la ciudadanía por sus monarcas: no se pueden televisiar ni bodas, ni carreras en Ascot, ni su cumpleaño animado por los desfiles ‘Trooping the Colour’… Si los ‘royal’ se ven obligados a mantener un perfil bajo en la pandemia, ¿cómo justificar su papel de representación de la nación? ¿Bastará con que los veamos en Instagram?
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