Romance, deserción y tragedia de Alexander Godunov, la estrella del Bolshoi
El 28 de agosto de 1979, un Aeroflot Ilyushin 62 esperaba en la pista del JFK mientras 53 pasajeros, decenas de medios y dos potencias mundiales contenían el aliento. Dos meses atrás los presidentes de la URSS y Estados Unidos, Leonid Brézhnev y Jimmy Carter, habían cerrado con dos besos el acuerdo de Salt II que controlaba la fabricación de armas nucleares estratégicas –mientras de reojo observaban la invasión de Afganistán, la escalada armamentística y el boicot occidental que amenazaba el Moscú 80 del lagrimeante Osito Misha–. Aquel día histórico habría sido imposible imaginar que con tantos frentes abiertos el episodio de la Guerra Fría que más tinta haría derramar aquel verano serían otros besos, unos que no se daría nunca más una pareja de enamorados unidos por un telón de terciopelo y separados por uno de acero.
El motivo de que aquel avión permaneciese retenido era que contaba entre su pasaje con la bailarina Ludmila Vlasova. Desde hacía tres días, su marido y compañero sobre el escenario, Alexander Godunov, estaba en paradero desconocido. Unos decían que estaba fraguando su deserción con la ayuda de su compatriota Mikhail Baryshnikov, otros aseguraban que se refugiaba en el yate de un millonario y otros que se le había visto cerca de Canadá por si Estados Unidos no lo aceptaba. Nadie parecía conocer su ubicación, pero todos sabían que no volvería a Moscú.Sin embargo, ¿lo haría su esposa? ¿sería aquel el fin de una historia de amor que se había forjado casi una década antes sobre las tablas del celebérrimo Bolshoi?
Godunov era apenas un niño cuando su madre lo llevó a la escuela del Bolshoi para disuadirlo de seguir la carrera militar de su padre. Lo seleccionaron entre 250 bailarines y su primer papel fue el de príncipe de El lago de los cisnes. No hubo figuraciones ni papeles menores, debutó en lo más alto, no había medianías en su vida. Vlasova, hija de una trabajadora del Teatro del Ejército Rojo que supo detectar muy pronto su potencial , era la primera bailarina del Bolshoi desde 1961. La compenetración de la primera pareja del ballet soviético pasó de las tablas a la vida y ella abandonó a su marido para lanzarse a los brazos de aquel gigante rubio y atlético con el físico de un dios vikingo.
Durante una década fueron una de las parejas más carismáticas del Bolshoi y sus interpretaciones de El lago de los cisnes y Romeo y Julieta les valieron la ovación de medio mundo. Ahora también había bullicio a su alrededor, pero las voces clamaban ¡Liberar a Ludmila!. Las 72 horas previas habían sido frenéticas. Tras ausentarse del último ensayo en el Metropolitan, Alexander no había vuelto al Hotel Mayflower en el que se alojaba la expedición soviética, los rumores empezaron a correr, hasta que a la mañana siguiente se despertaron con su deserción en la portada del The New York Post.
Tras confirmarse la petición de asilo de Godunov por parte del gobierno norteamericano, las autoridades soviéticas pidieron a Vlasova que volviese a Moscú en el primer vuelo. La delegación abandonó el hotel por el garaje y atravesó el JFK como una exhalación. Cuando estaban a punto de despegar, y como en una novela de John Le Carré, un oficial de la Autoridad Portuaria de Nueva York cruzó su coche delante del Ilyushin 62 impidiendo el despegue. El Secretario de Estado Warren Christopher informó a la embajada soviética de que Vlasova no podía abandonar el país hasta que la hubieran entrevistado para cerciorarse que no lo hacía en contra de su voluntad como les aseguraba su marido. Una docena de funcionarios estadounidenses y soviéticos dirimieron a lo largo de tres días fórmulas para interrogar a Vlasova en un territorio neutral, –el Aeroflot era considerado suelo soviético y el aeropuerto, americano, por lo que se optó por anexionar al avión una plataforma móvil– mientras más de 50 pasajeros permanecían en el vuelo por solidaridad con su compatriota y Pan Am proporcionaba alimentacióny suministros sin que su personal entrase en el avión por el miedo de los soviéticos a un secuestro. En el JFK más de 60 periodistas esperaban el desenlace.
Desde Washington y Moscú, Carter y Brézhnev dirigían una operación que se desarrollaba en un clima de extraordinaria tensión. Si los soviéticos temían el secuestro de la bailarina, los americanos temían que Vlasova estuviera bajo los efectos de alguna droga que anulara su voluntad. Entre el personal que circulaba por el avión se encontraba también el abogado de Godunov que mantenía contacto constante con él. El bailarín estaba seguro de que Vlasova abandonaría el avión, lo habían hablado decenas de veces, la última tras una de las representaciones en el Metropolitan.
El Ilyushin 62 despegó finalmente el 28 de agosto, 73 horas y 38 minutos más tarde de lo previsto y con Vlasova a bordo. "Se le preguntó si había alguien a quien deseara ver o algo que deseara hacer antes de irse", aseguró a los medios el diplomático y hombre de confianza del presidente Carter, Donald F. McHenry. Y su respuesta fue: "Nyet".
Lyudmila Vlasova lo recordaría años después: "Cuando la puerta se cerró pensé: " Adiós, Sasha" y añadió que jamás se planteó no volver a la URSS. "Me pidieron que me quedara, pero insistí en que debía volver con mi madre, ella no habría podido soportarlo".Después de dos años, ella y Godunov se divorciaron oficialmente a través de la embajada. El bailarín había ganado su ansiada libertad, pero había perdido al gran amor de su vida.
No era la primera vez que la Unión Soviética se enfrentaba a la deserción de uno de sus ídolos.Rudolf Nureyev, el mejor bailarín de todos los tiempos y estrella del Kirov, desertó en París en 1961; en 1974 el Kirov recibía otro golpe en su línea de flotación: Mikhail Baryshnikov, –“el ruso” de Carrie Bradshaw– pidió asilo en Toronto tras una gira por Canadá después de haber sido el bailarín más joven en recibir el Premio al Mérito de la URSS.
Precisamente Baryshnikov fue quién ayudó a Godunov a dar sus primeros pasos artísticos en Estados Unidos. El bailarín, coreógrafo y actor lo convirtió en el bailarín principal del American Ballet Theatre, pero el carácter de ambos chocó. Demasiado ego enfrentado y dos maneras de entender la danza: la del Kirov, acrobática e innovadora, y la del Bolshoi apegada a la tradición. La versión oficial fue que su salario era demasiado elevado para la compañía. La primera decepción americana había llegado muy pronto.
Godunov venía de ser una estrella en un país en el que un artista es un material precioso, alguien a quien exhibir como un logro del régimen. Un divo del ballet podría conseguir mocasines saltarines con la piel de dos mastines con un chasquido de sus largos dedos. Pero en Estados Unidos se encontró una dura realidad: todo el mundo era artista y el futuro Oscar al mejor actor preparaba hamburguesas mientras el próximo premio Pulitzer limpiaba las mesas.“En Los Ángeles, casi todos son actores, el que conduce un taxi o el camarero, todo el mundo es actor y espera un trabajo" se sorprendía el bailarín acostumbrado a la rigidez de las estructuras sociales soviéticas.
En menos de un año había perdido a su gran amor y el primer trabajo en su anhelado occidente, pero las cosas buenas no tardarían en llegar. En una fiesta en Nueva York conocería a la segunda mujer más importante de su vida: Jacqueline Bisset.
Bisset reconoció en People que sintió una atracción sexual inmediata por el bailarín: "Tenía un aspecto magnífico", y añadía; ""Tuve la sensación de haberlo conocido toda mi vida”.
El exótico y salvaje Godunov era la novedad que todo el mundo quería en sus fiestas. Bisset, cinco años mayor, acababa de ser elegida pomposamente porNewsweek la mujer más atractiva de todos los tiempos y gracias al éxito de Ricas y famosas en la que compartía cartel con Candice Bergen, empezaba a consolidar una carrera que había permanecido demasiado tiempo a la sombra de sus partenaires masculinos. Se convirtieron ipso facto en la pareja más famosa de Hollywood y en la favorita de un ejército de paparazzi con Ron Galella a la cabeza. Desinhibidos y conscientes de su atractivo exhibían una sensualidad en cada una de sus apariciones que bordeaba la parodia; el pelo revuelto de ella y el sempiterno pecho desnudo de él eran dignos de la portada de una novela erótica de Johanna Lindsey. En medio de aquel desenfreno de fiestas, estrenos y toneladas de alcohol, Godunov se recuperaba de su traumática ruptura con Vlasova y Bisset encontraba la estabilidad tras encadenar dos fracasos amorosos con el actor Michael Sarrazin y el productor Victor Drai.
Precisamente este último la había dejado por Kelly LeBrook, la protagonista de su última producción,La mujer de rojo, y los medios no dejaban de destacar que su nueva conquista era una nueva Bisset, pero… más joven, algo que en aquel momento a Bisset la traía sin cuidado. "Las mujeres se vuelven locas alrededor de Alexander", apuntaba orgullosa.
Eran la pareja más hermosa y enamorada de Hollywood y hacían gala de ello. Cuando Bisset cumplió 40 años Alexander envió a su hotel de Budapest champán, rosas y un trío de violinistas. Un escenario tan romántico o kitsch –va en gustos– como desde el que en 1986 felicitaron las navidades a los españoles.
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Alexander se sentía sumamente afortunado a nivel personal, pero no tanto en el plano laboral. Tras ver como una gira por América del Sur era cancelada en el último momento por problemas económicos recibió una llamada que cambió su vida. El director australiano Peter Weir, le ofreció el papel de amish enamorado en Único testigo. Ni siquiera tuvo que hacer una prueba, Weir le había visto bailar y sabía que era el adecuado. Como había sucedido en el ballet, el soviético entraba en el cine por la puerta grande, ni más ni menos que con Harrison Ford, Kelly McGillis –y un debutante Viggo Mortensen– y en una película que recibió ocho nominaciones al Oscar de las que ganó dos.
Su formación como actor no era muy sólida, pero sabía lo que era interpretar: "Probablemente me siento más cómodo que alguien que nunca estuvo en un escenario, pero aun así, tienes que interpretar con tu voz, en lugar de con tu cuerpo". En su papel de silencioso amish enamorado no tuvo que utilizar mucho esa voz, pero en su siguiente proyecto sí. En Esta casa es una ruina volvía a ser parte de un triángulo romántico, esta vez junto a Shelley Long y Tom Hanks. Del thriller rural a la comedia alocada, las críticas a su interpretación no fueron muy positivas, parece que no se sentía muy cómodo en su papel de director de orquesta arrogante –aunque según los rumores no tendría que haberle resultado muy difícil–. No estaba dotado para la comedia, pero ya había colocado su nombre en otra película con cierto éxito de taquilla y estaba a punto de hacerlo en otra que se convertiría en una obra de culto: La jungla de cristal Y además su Karl Vreski tenía el honor en ser el primero en matar y el último en morir.
Con tres éxitos en su currículum parecía difícil que las cosas se torcieran, sin embargo tomó decisiones comprensibles para un divo de la danza, pero suicidas para alguien que aspira a consolidar una carrera en Hollywood. Se negó a interpretar a bailarines, –tal vez como una manera de diferenciarse (o menospreciar) a Barýshnikov que en Noches de solhabía interpretado un personaje claramente autobigráfico– y se negó a repetir una y otra vez el mismo papel. “Después de La jungla de crista, obviamente, me ofrecían papeles de malvado. Me mandaron un guion para leer y cuando llamé a los productores para que me explicasen mi personaje la repuesta fue: Oh, vas a usar un largo abrigo negro, entrarás en un restaurante y sacarás de tu bolsillo una pistola y dispararás a la mitad. Y, Alexander, por favor no lo olvides, mantén la misma expresión en tu cara que en La jungla de cristal‘", se lamentaba en una larga y sincera entrevista en Los Ángeles Times.
Este tipo de decisiones y su carácter complicado (y bastante etílico, una mala combinación) hizo que los agentes huyesen de él. Su publicista, Evelyn Shriver, afirmaba en la entrevista de Los Ángeles Times que le llegaron a ofrecer decenas de papeles en películas de éxito. Es fácil de creer, en los ochenta todas las películas desde Rambo a En busca del arca perdida tenían su malvado del Este. Shriver respiró aliviada cuando en 1992 aceptó un papel en Waxwork II: El misterio de los agujeros, de su amigo Anthony Hickox, un cementerio de animales en el que recalaron también David Carradine, el Zach Galligan de Gremlins, Drew Barrymore en el peor momento de su carrera y los ex Spandau Ballet y ex Duran Duran Gary Kemp y Michael Des Barres, las celebridades también tienen que pagar el alquiler. Era una producción barata y minoritaria, pero había rechazado tantos papeles que el teléfono había dejado de sonar. “Es muy difícil, porque dices ‘No’ y a la mañana siguiente dices: ‘¡Oh, no, debería haber dicho que sí!’ Porque quiero trabajar. Pero también me alegro de haber rechazado alguna de esas películas. Es un juego complicado ", se lamentaba, consciente de sus errores.
No sólo había dejado de recibir llamadas de los productores, tampoco las recibía de Jacqueline. Su relación se rompió tras siete años de desenfreno, ella le había pedido que renunciase al alcohol y él le había pedido a ella matrimonio. Ninguno de los dos dijo sí. Jacqueline sabía que él seguía enamorado de Vlasova, tras la caída del Telón de Acero, la había llamado varias veces e incluso le había ofrecido ayuda para viajar a Estados Unidos. Para Bisset, sin embargo Alexander había sido el gran amor de su vida y ambos siguieron siendo buenos amigos. Ella fue una de las más afectadas cuando el 18 de mayo de 1995, el cuerpo de Alexander, aquel cuerpo poderoso que había deslumbrado en los escenarios de medio mundo, apareció sin vida en su apartamento de West Hollywood. Con tan sólo 45 años estaba devastado por el alcohol. Tras su muerte, su ex novia y la primera agente que tuvo en Estados Unidos, Loree Rodkin reconoció que el bailarín bebía una botella de vodka al día, "como mínimo" desde los 14 años, "Alexander era un maníaco depresivo petulante, taciturno y apasionado. Él estaba metido en el drama de ser el loco ruso ".
Las cenizas del bailarín fueron lanzadas al Océano Pacífico;su tumba está en el cementerio de Vedenskoye, en Moscú. Meses antes había visitado a su familia en Riga, Letonia, tras 16 años sin pisar terreno soviético. Nadie imaginó que volvería de nuevo tan pronto.
Tres años después de la muerte de Alexander, Jacqueline quiso hacer algo por aquel hombre al que no había podido salvar de sí mismo. Aprovechando una invitación al Festival de Cine de Moscú le pidió a un amigo del bailarín que le ayudase a encontrar a la "esposa de Sasha" y ambas se reunieron. Aquel amigo tradujo a Vlasova las palabras de Bisset“Sasha me contó mucho sobre ti, lo sé casi todo. Fuiste la mujer que más amó en su vida". Se abrazaron y lloraron juntas por él.
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