Ahogado, devorado por animales o por caníbales: el destino fatídico del heredero desaparecido Michael Rockefeller

El 28 de noviembre de 1961, Nelson Rockefeller, nieto del milmillonario original John D. Rockefeller, futuro vicepresidente de Estados Unidos y por entonces gobernador del estado de Nueva York, examinaba desesperado unas latas de gasolina vacías en la parte occidental de Nueva Guínea, en la que hoy es la Papúa indonesia y entonces era la colonia Nueva Guínea Neerlandesa. Le acompañaban el fotógrafo y antropólogo holandés René Wassing, la última persona que había visto al hijo de Nelson, Michael, con vida. Y Mary, la melliza de Michael, que había realizado el viaje de más de 16.000 kilómetros junto a su padre, en cuanto se enteraron de la desaparición de Michael. Aquellas latas era todo lo que quedaba desde la última vez que se supo de él. Fueron el recurso improvisado de Michael Rockefeller, quinto hijo del político y apasionado etnógrafo, para mantenerse a flote y nadar hasta una costa imposible. Una decisión extrema tomada después de que el pontón en el que René y Michael navegaba por las aguas de la tribu Asmat, zozobrase durante una expedición, el 17 de noviembre del mismo año, en el mar de Arafura.

Dos días después de flotar a la deriva desde el accidente, provocado por una tormenta, y desde la partida a nado de los guías locales que los acompañaban, Michael Clark Rockefeller decidió ir él mismo a por ayuda. "Creo que puedo conseguir llegar a la costa", fueron sus últimas palabras. Nunca se encontró su cuerpo. Nunca se supo qué había sido de él. A Wassing lo rescataron al día siguiente, en ese mismo pontón a la deriva.

La hipótesis inicial es que, durante su aventura solitaria, Michael Rockefeller fue atacado por algún depredador marino. Herido o muerto por alguno de los varios tipos de tiburones, rayas o cocodrilos que poblaban las aguas entre el naufragio y la costa, con playas de arenas movedizas y enjambres de mosquitos casi imposibles de atravesar. Michael fue declarado muerto en 1964. El ambicioso estudiante de Harvard, el hombre que quería descifrar las costumbres y el arte sagrado de los Asmat, había encontrado su muerte frente a la naturaleza indómita austral. Ésa era la hipótesis. La causa oficial de su muerte fue "ahogamiento". Tanto Nelson como el gobierno holandés rechazaron cualquier otra causa. Y cualquier otra hipótesis. En concreto una que, medio siglo después, el periodista Carl Hoffman, uno de los mejores cronistas de la Malasia y la Indonesia más recónditas, desarrolló en su libro Savage Harvest, donde reconstruye paso a paso el viaje de Michael: que fue devorado por los Asmat, el mismo pueblo que había ido… ¿A estudiar?

El viaje del etnógrafo Michael tenía su lectura poscolonial: en 1957, su padre –cuya carrera política le había llevado a servir bajo los tres presidentes clave de la Segunda Guerra Mundial: Roosevelt, Truman y Eisenhower– había fundado un museo de arte primitivo, nutrido con las posesiones de la familia Rockefeller y que aún tendría que aumentar sus fondos. Un museo en Nueva York al frente del cual se situaría su hijo Michael. El viaje aventurero de Mike tenía varios objetivos, y uno de ellos era adquirir arte tribal de los Asmat. Una tribu de cazadores-recolectores apartada del mundo durante toda la historia de la Humanidad (en realidad tuvieron un breve encuentro con los colonizadores holandeses en el primer cuarto del siglo XVII, y los holandeses decidieron dejarles en paz por la misma razón que sospechaba Hoffman. Y porque vivían en un entorno hostil sin nada de provecho, claro), y a la que el siglo XX había hecho emerger.

Los Asmat, entre otras cualidades tribales, tenían una forma de tallar la madera increíblemente expresiva y admirada desde el exterior. Sus escudos de guerra o sus postes Bisj para afectar a los espíritus o al mundo real –uno y lo mismo desde sus ojos– presentaban acabados exquisitos, de una riqueza única. Sus capacidades de adaptación, con casas arbóreas a decenas de metros sobre el suelo; y su compleja percepción del mundo, en la que ancestros, familia, subsistencia y espíritus eran uno y lo mismo en un mundo sin percepción del tiempo en el sentido occidental, les hacían fascinantes para los investigadores. Aunque había dos detalles que dificultaban el contacto. El primero era su situación recóndita. El segundo, que la violencia formaba parte inextricable de su vida: eran cazadores de cabezas y antropófagos, por motivos religiosos (y nutritivos).

También había otro pequeño pero a la hora de ir a recolectar sus creaciones: todos sus objetos "artísticos" tenían propiedades místicas, eran sagrados o malditos, dotados de poderes que ningún Asmat podía negar. No eran una expresión artística: eran objetos mágicos a favor de los Asmat o contra sus enemigos, físicos o incorpóreos. Parte esencial de una cultura que el propio Michael reconocía en sus escritos que le dejaba "exhausto" al intentar desentrañarla.

Una cultura en la que la muerte de cualquier guerrero adulto, ya fuese por enfermedad o por accidente, daba paso a un ciclo de violencia y venganza eternas: cada fallecimiento en el entorno Asmat y algunos ritos de transición tenían que ser alimentados, literalmente, con cabezas humanas, recolectadas en violentas incursiones. La antropofagia, el canibalismo, persistió intermitente hasta décadas más tarde. No era algo que el estudiante Rockefeller no pudiese conocer: los estudios académicos del hombre blanco señalaban esto desde años antes de su expedición. Para los ajenos a la antropología, el interés de los Asmat estaba en ese arte espiritual: para cualquier coleccionista de objetos tribales, una pieza Asmat era una joya. Michael estba allí por ambas razones: acumular "arte" y estudiar al curioso pueblo.

La investigación de Hoffman no era la primera: antes de acabar los 70, otro periodista ya había seguido la misma hipótesis, y había hecho un hallazgo importante: militares holandeses, hombres blancos, habían asesinado a varios miembros del pueblo más cercano al lugar donde podría haber nadado Michael. Asesinatos que necesitaban venganza. Hoffman contaba además con el testimonio de Tobias Schneeabum, antropólogo, artista y activista. Y que había vivido con los Asmat a principios de los años 70. Schneeabum asegura que los miembros de ese pueblo cercano le confesaron haber dado muerte y buena cuenta de Michael Rockefeller. También está el pequeño hecho de que la madre de Michael, Mary Clark (divorciada de Nelson cuatro meses después de la desaparición de su hijo) pagó un cuarto de millón de dólares de la época a un investigador que le habría entregado "pruebas irrefutables" de la muerte de Michael. Pruebas que un libro de los años 70 especulaba que podrían ser tres calaveras de hombres blancos negociadas a los Asmat. Una de ellas sería la de Michael.

Aunque no serían las únicas presuntas calaveras. Un misionero colega de Michael que llevaba años en la zona, los guías locales, los comerciantes: todo el mundo en la región comentaba que a Michael Rockefeller se lo habían comido en Otsjanep. En su libro, Hoffman también contaba que había hablado con Wim van de Waal, el investigador del cuerpo colonial que los holandeses habían puesto a resolver el asunto. Van de Waal conocía a Rockefeller, además: fue quien le vendió la embarcación a él y a Wessing.

Van de Waal dedicó tres meses a interrogar los Otsjanep y sus vecinos, y acabó entregando a sus superiores una generosa ración de cráneos desenterrados y otros huesos: sin mandíbula inferior, perforados en la sien derecha para consumir los cerebros que protegían. La investigación quedó ahí: el gobierno holandés estaba a punto de perder la colonia, al ser Michael un Rockefeller (y de los Rockefeller políticos, además) el asunto era un avispero político y, en general, las autoridades holandesas estaban ansiosas por volver a enterrar el asunto.

El 14 de mayo de 1962, la región dejó de ser holandesa. La colonia estaba perdida, y los padres de Michael acababan de divorciarse. Sin cadáver, sin restos, la causa oficial del ahogamiento se abrió camino sin demasiada oposición. ¿El museo? Cerró en 1974, el mismo año queNelson Rockefeller se convirtió en vicepresidente de los Estados Unidos, durante el mandato de Gerald Ford. Los artefactos Asmat de los Rockefeller pasaron a exhibirse en el Met neoyorquino, con parte de las adquisiciones de Michael. Incluyendo cabezas sagradas.

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