Ahora todos queremos ser expertos en ajedrez

No tenemos superpoderes. Lo más cercano a lo que podemos aspirar es a ser superlistos. Cuenta una leyenda urbana atribuida a Einstein -y replicada por los libros de autoayuda- que solo utilizamos un 10% de nuestra potencia cerebral, lo que no quita que gente como él utilizara un 12%. Esos deberían ser los faros de nuestra sociedad. Los sentaría en escaños a todos. No ansío volar ni correr superrápido, pero sí que me gustaría ser admirable. Los deportistas son admirables, al menos en el terreno de juego. En la calle y en casa son igual de humanos que nosotros. A veces, casi demasiado humanos, como Maradona. Pero parece que si entrenáramos lo suficiente podríamos llegar a ser tan virtuosos como ellos. ¿Es el ajedrez un deporte? Si lo fuera, sería el deporte del coco. Así que abramos ese coco.

Gambito de damano es un fenómeno por casualidad, sino que toca todos los armónicos de la aspiracionalidad. Su adicción global parte de que todos hemos sido el raro o el inadaptado alguna vez. Y es fácil empatizar con los perdedores, con los rezagados, sobre todo si devienen en patitos feos, y luego en cisnes, porque nos venden esperanza. Su pasaporte hacia el mainstream (nº 1 de Netflix en 62 países), hacia la comprensión de los demás, lo consiguen cuando finalmente salen de su crisálida.

Bobby Fischer fue el genio que tomó la batuta moral de la Guerra Fría después de liquidar a Spassky en el 72, desplegando un combo de excelencia ajedrecística y de tortura mental. Con todas sus inseguridades y sus tormentos, el de Chicago se sabía el hombre más inteligente sobre la Tierra, y no entendía la necesidad de plantarse en Reikiavik para la final a 24 partidas que le enfrentaría a un ruso. Tuvo que ser el Secretario de Estado Henry Kissinger quien, apelando a su patriotismo, le convenció para que acudiera a la cita… y ganara. Después se quedó sin retos y desapareció. Esa radical discreción, análoga a la de J.D. Salinger, hace más fascinantes aún a los héroes. Solo hay una cosa por encima de conseguir la fama y el reconocimiento unánimes, y es pasar de ellos.

Discutía el otro día sobre si Gambito de dama es una serie arquetípica destinada a epatar a los hombres por haber aupado a la actriz Anya Taylor-Joy como objeto de deseo pero en ningún momento capté esa intención en el producto. Quizá los atributos de perseverancia y ambición de quien se sabe bueno en algo han estado muy relacionados con roles masculinos históricamente, pero ni son tóxicos ni está nada mal que se equilibre la balanza por fin. Gambito de dama va del talento y de la búsqueda furiosa por depurarlo como redención. La protagonista Beth Harmon no se aprovecha de su recién adquirida fama para acostarse con sus rivales, ni para manipularlos. Tampoco busca enamorarse. No se abre camino a golpe de cadera, sino de jaques mate. Si ejerce una fascinación poderosa es porque la inteligencia nos resulta sexy. ¿Os gustó El indomable Will Hunting en los 90? Fue por las mismas razones.

Nada me da más miedo que perder al ajedrez. Un día, mi amigo J. me preguntó si sabía jugar y le dije que sí, que me enseñó mi abuelo y lo había practicado en el colegio. A comienzos de los 80 -supongo que ahora también. De hecho, imagino que desde el estreno de la serie, más- era sinónimo de sofisticación y “raritismo”. Tuve un profesor realmente fascinante que nos trataba a sus tres o cuatro pupilos como a experimentos del estado. Mi abuelo dejó de jugar conmigo el día que le gané la primera partida, y poco a poco, sin demasiada oportunidad de practicarlo, se convirtió en una especie de mito anecdótico.

Pero nunca me aprendí partidas de memoria igual que no cuento las cartas en el póker. Juego de manera salvaje y descacharrada porque nunca he podido dedicarle las horas que Beth Harmon. Dudo mucho que acabe jugando con J., porque el derrotado acabará tocado y hundido para siempre en su autoestima. Mucho más que si perdiéramos un pulso. Lo mismo que sintió Spassky al ser batido por Fischer. Y lo que sufrieron todos los rivales que Harmon vapuleó en su camino hacia la gloria. Queremos ser ella -y por eso adoramos su serie- porque más vale maña que fuerza. Y porque nada resulta más apetecible que saberse de corrido la tabla del 9 o soñar con ser el más listo de la sala… en cada sala.

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