Christopher Tolkien, el heredero del Anillo Único que no quiso hacerse millonario

El primer cheque de El Señor de los Anillos llegó a casa de los Tolkien en 1956. Para entonces, J.R.R. Tolkien tenía 64 años y llevaba décadas anotando y creando el mundo y los personajes de la Tierra Media. Las mismas que llevaba su tercer hijo, Christopher Tolkien, fallecido a los 95 años, ayudándole con la creación de su vida. Aquel cheque, de unas 3.500 libras esterlinas, equivaldría hoy a unos 100.000 euros. Nada mal para el profesor universitario de Oxford, que pudo entregarse a pequeños placeres de la vejez, como viajes con chófer -Tolkien padre nunca tuvo coche-, casita en la campiña, vacaciones por todo lo alto y los lujos aspiracionales de la clase media-alta inglesa en los años 50. Aquel cheque fue también el menor de todos los que ha generado desde entonces su obra.

J.R.R. Tolkien murió en 1973 y nombró albacea literario, responsable último de todos sus textos, a su mejor ayudante: su hijo, Christopher. A Christopher le debemos los mapas, la edición y coescritura de El Silmarillion y, en general, la publicación durante los últimos 40 años de casi cualquier papel que alguna vez hubiese manuscrito su padre. Una fiebre editora que al principio los fans confundieron con un ansia monetaria, y con aprovecharse de la obra de su padre. Pero que el tiempo -y la publicación de las correspondencias donde J.R.R. desgrana el papel de su hijo- ha puesto en su lugar.

Es cierto que tras la muerte de su padre, Christopher nunca tuvo aprietos económicos: los ingresos de El Señor de los Anillos siempre han sido millonarios, desde mucho antes de cualquier adaptación, y se calcula que la fortuna de Christopher -y de su segunda mujer, Baillie Jean Tolkine, actual directora de Tolkien Estate, la propietaria de los derechos de todas las palabras de Tolkien- podía ascender a más de 500 millones de euros. Pero casi todo ese dinero vino siempre del mercado editorial. El cine no ha hecho más ricos a los Tolkien, salvo juicios. Pero no adelantemos acontecimientos.

Christopher siempre fue alérgico a los medios y a la vida pública: en 1975, Baillie Jean y él se mudaron a una casita en Francia con un montón de cajas de papel paterno, para dedicarse profesionalmente a una única labor: la edición de todo lo escrito sobre la Tierra Media por el autor original. El primer resultado fue El Silmarillion, un libro repleto de historias (de la Historia, más bien) en los mundos de Tolkien que no hemos visto en cine ni en televisión, ni existía posibilidad alguna de que las viésemos en vida de Christopher.

Porque Christopher Tolkien estaba en contra de esa explotación. Fue su padre el que vendió los derechos al cine, cuatro años antes de morir, en 1969, por 250.000 dólares, un millón y medio de euros al cambio actual. Los mismos derechos que han pasado de mano en mano, durante cuatro décadas, sin que "los herederos de Tolkien hayan visto un centavo", como se afirmaba en el juicio que en 2008 interpuso contra New Line Cinema, la productora de la trilogía de Peter Jackson, por no pagarles la parte que les correspondía por los ingresos de las películas.

El argumento entonces era el de siempre con Hollywood: según la contabilidad creativa del estudio, las tres películas eran deficitarias pese a haber recaudado más de 2.650 millones de euros, y esto sólo en salas, y con un coste de producción inferior a 280 millones de euros. La demanda de 2008, la primera de muchas, se cerró dos años después con un acuerdo de 100 millones de dólares gracias a Warner Bros. Y sirvió para volver a poner marcha la adaptación de El Hobbit. Esos 100 millones son más o menos 10 veces lo que recaudan los libros en un año, en manos de la editorial Harper Collins. Aún así, en cualquier momento entre 2003 y ahora, Christopher Tolkien podría haber vendido los derechos de El Silmarillion por cifras mucho más mareantes.

Pero Christopher Tolkien aborrecía las películas de Jackson por haber desvirtuado la obra de su padre -y esto con las de El Señor de los Anillos, así que mejor no hablar de las de El Hobbit, el cuento que Tolkien le contaba oralmente a sus hijos para entretenerlos-. Pero la Edad de las Franquicias le demostró hasta qué punto.

Fue cuando tuvieron que demandar otra vez a Warner por, entre otras cosas, sacar productos tan fieles al espíritu de su padre como las tragaperras online de El Señor de los Anillos o parte de los videojuegos, entre otros cuantos que no contaban con el permiso de los herederos. Ese juicio -en el que volaron acusaciones por todas partes con jugosos secretos de cómo unos y otros administraban el cadáver literario de Tolkien- también fue resuelto con un acuerdo en 2017. El año en el que Amazon compró por 250 millones de dólares los derechos de El Señor de los Anillos… A Warner.

Oficialmente, la Tolkien Estate formaba parte de ese contrato a muchas bandas. Harper Collins, Tolkien State, Warner y Amazon negociaron sobre unos derechos vendidos hace 51 años por un autor fallecido hace 47 años, porque hay vínculos escritos peores que la Lengua Negra grabada en el Anillo Único. Oficialmente también, la Tolkien Estate ha visto menos de la mitad de esos 250 millones. Oficialmente, el papel de Christopher en ese último acuerdo fue delimitar lo que Amazon podía o no podía usar en su futura serie y hasta qué punto.

Una vez retirado, los derechos recaían sobre los actuales directores de la Tolkien Estate: Baillie Jean Tolkien, que hará lo posible por preservar el legado de su marido, otro hijo de J.R.R. Tolkien, dos nietos, y dos editores. Ahora, habrá que ver si el testamento de Christopher -que renunció a todos sus derechos tras su retirada en 2017- tiene algún peso a la hora de evitar la venta del resto de personajes y obras del universo de la Tierra Media.

PD: Tampoco es que importe mucho que esos derechos no se vendan a la hora de desvirtuar (más) a Tolkien. Sólo con los derechos actuales, que recogen El Señor de los Anillos y sus Apéndices, a Warner le sirvió para sacar en 2017 un videojuego-precuela (Shadow of War, por lo demás estupendo) donde Ella Laraña es una señora maciza a la que Sauron sedujo disfrazado de elfo guapo; y donde Sauron no es el Ojo sin Párpado: vive dentro del Ojo pegándose con el forjador del Anillo Único, Celebrimbor. Y ya vimos lo que pasó con El Hobbit: si hay que inventarse elfas que ningún Tolkien firmó jamás, ahí está Tauriel.

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