‘Creedme’ y ‘#Cuéntalo’, dos invitaciones a contar las violaciones en voz muy alta

Netflix estrena hoy Unbelievable, serie inspirada en Creedme, un libro que además de tema comparte un hilo con otro que está a punto de salir: Ahora contamos nosotras. El primero es un reportaje merecedor del Premio Pulitzer y obra de los periodistas T. Christian Miller y Ken Armstrong. El otro volumen lo firma una mujer del mismo gremio, Cristina Fallarás, y es un pequeño ensayo que edita Anagrama y llega a las librerías el 18 de septiembre.

En Creedme, los autores siguen el caso de Marie, una joven a la que han violado pero acaba acusada de interponer una denuncia falsa. Su historia es la columna sobre la que explican un contexto policial, judicial e incluso familiar que en lugar de escuchar a la víctima, la interroga. El subtítulo del segundo es “#Cuéntalo: una memoria colectiva de la violencia” y en él, la autora explica la campaña que inició en Twitter pidiendo a las usuarias que contaran los ataques sexuales que hubieran sufrido. Recibió casi tres millones de testimonios en 10 días, se convirtió en trending topic global y en número 1 entre lo más comentado no solo en España sino en países como Chile, Perú o Argentina.

Un libro y el otro hablan de la necesidad de tomar la voz y la palabra, aparcando el miedo –justificado– para convertir el soliloquio al que aún se reduce el relato de la violación en un grito colectivo y público. Esa evolución esta siendo muy lenta, entre otros motivos, porque la frenan los sordos y los ciegos voluntarios. Por eso, si como dice Patricia Simón en el prólogo “Creedme une los puntos entre tantos soliloquios”, #Cuéntalo sube el volumen incrustando esa violencia en el debate público. Es imposible no oírlo. Por eso, para no escucharlo hoy, como dice su autora, hay que decidir no hacerlo.

Una acusación ‘fácil de hacer’

Ambos volúmenes nacen para romper el silencio. ¿Se había hecho antes? Sí. ¿Hay que seguir intentándolo? Claro ¿Cuál es la diferencia? El rigor y el altavoz.

Creedme es un ejercicio del mejor periodismo que reconstruye, no solo las historias de las mujeres violadas, la investigación que finalmente les hace justicia y los fallos del sistema policial y judicial, también el modo en que, a lo largo de la Historia, se ha fraguado la desconfianza que lleva a no creer a las mujeres, especialmente en los casos referidos a delitos sexuales. Los orígenes de ese recelo son diversos y antíquisimos, pero el libro se centra en el ámbito legal, por eso recoge lo que en el derecho anglosajón se conoce como “advertencia Hale”.

Sir Matthew Hale fue presidente de los tribunales de Inglaterra a mediados del siglo XVIII y sobre las violaciones dijo esto: “Hay que recordar que se trata de una acusación fácil de hacer y difícil de demostrar, y aún más difícil de defender desde la parte acusada por muy inocente que se sea”. Esa sentencia de hace 300 años se ha repetido en los tribunales estadounidenses hasta los años 90 del siglo XXI. De ahí parte en el ámbito judicial y policial “la muy querida premisa masculina de que las mujeres son proclives a mentir”, dice la escritora feminista Susan Brownmiller.

Es solo un ejemplo de los muchos que aparecen en el libro. Y si las autoridades, lógicas y frías, sospechan, ¿por qué no iba a hacerlo la familia? En el caso de Marie, la víctima en la que se centra Creedme, es una de sus madres de acogida la que pone en duda su testimonio. En el caso de Marie también influyen su edad y su pasado. Cuando denuncia, tiene 18 años y empieza a hacer una vida “normal” tras haber pasado por varias casas de acogida y haber sido maltratada y abusada desde pequeña por las parejas de su madre. Pero casi nadie la vio como una víctima, más bien era una chica marcada. Alguien de quien desconfiar. Una mujer sin honestidad.

Un siglo y tres cuartos de honestidad

En el siglo XIX, en España, las violaciones eran delitos contra la honestidad, una doctrina legal que “se mantuvo inalterada (…) desde el código de 1848 hasta las reformas llevadas a cabo en 1978 en cumplimiento de los Pactos de la Moncloa de 1977”, indica Emilia Iñesta Pastor, profesora de Historia del Derecho en la Universidad de Alicante.

Que la persecución de los delitos sexuales fuera encaminada a proteger la honestidad significa que la mujer debía demostrar primero que la tenía. Por eso las solteras, las muy jóvenes o las que vivieran en entornos poco respetables tenían menos opciones de ser escuchadas. Esa premisa también es el motivo por el que las prostitutas tenían su propio artículo, el 670, en el Código Penal de 1822: "Si se cometiere el delito contra muger [sic] pública, conocida como tal, se reducirá la pena á la mitad”.

En realidad, la honestidad tampoco era de la mujer, algo que demuestra el hecho de que al reo por violación se lo condenaba a destierro mientras viviera el marido de la agredida, dejando así claro quién era el agraviado cuando a una mujer la vejaban. Y el espíritu de esa doctrina ha pervivido en España desde principios del XIX hasta la democracia. Más de 150 años para entender la violación como un ataque a la libertad sexual y no a la honestidad en España. Y tres siglos para eliminar, y no del todo, la advertencia Hale en EEUU. ¿No es tiempo suficiente para dejar marca? ¿Por qué no iba a afectar a jueces y policías? ¿No les recuerda a cómo se puso en duda a la víctima de "La Manada"? ¿Para qué usar entonces la voz y la palabra si quienes deben protegerlas no creen de entrada a la víctima a no ser que se demuestre “honesta”?

En Creedme recogen experiencias que se han llevado a cabo en EEUU para paliar el temor de las denunciantes. “You have options” es una plataforma que se creó en 2013 para aumentar las denuncias de agresión sexual proponiendo que las víctimas decidieran hasta qué punto querían colaborar con la policía. Y podían oponerse a cursar una denuncia. Algunos cuerpos no reaccionaron bien, pues consideraban que eran ellos y no las víctimas quienes debían determinar si una declaración derivaba o no en una acusación. Donde se aplicó, sin embargo, hubo muchas más denuncias: por ejemplo, en el Departamento de Policía de Ashland, donde registraron un aumento del 106% de casos en los que un agresor acababa frente al juez. Son propuestas que ponen en duda y pretenden excepciones los procedimientos judiciales, que deberían ser iguales para todo el mundo. Lo que pasa es que, quienes defienden estas alternativas, creen que en lo referente a delitos sexuales, esos procedimientos se sostienen en pies de barro.

Palabras frente a los números

Para demostrarlo, Creedme indaga –además de en las caras, las historias, los archivos y la Historia– en los números. No para repetirlos, para ponerlos en duda. Como el del estudio del médico de la policía inglesa que aseguraba que el 90% de las denuncias por violación son falsas basándose en un muestra de 18 casos. La explicación sobre cómo, cuántas y qué consecuencias tiene poner una denuncia falsa afina el grosor del trazo que emplean algunos –muchos son políticos– para responder a quienes piden justicia enarbolando las denuncias falsas, que como queda demostrado en el libro son ínfimas, entre otras cosas, porque ninguna mujer quiere los reconocimientos médicos, las pruebas, repetir la declaración ante la policía… También lo son porque salen penal y civilmente carísimas. A veces, en el libro se explica a la perfección, más que una violación.

También esa mezcla de carne abierta en canal y número en duda se encuentra en #Cuéntalo. Para su autora, lo importante “es basar la construcción del relato no en lo policial/judicial, sino en lo testimonial” porque la primera persona es “el único camino para revertir el silencio”. Aún así, y aunque lo que cuenta en estas páginas arrancó con un hashthag –“un lugar de encuentro”, dice Fallarás– lo que vino a continuación fue un trabajo de análisis realizado por dos archiveros y un experto en supercomputación. Pasarlo por las máquinas y la ciencia ayuda a reventar el relato que ha imperado durante siglos. Y a algo más: a preguntarse cómo de útil es una legislación redactada sobre datos incompletos.

Una de las preguntas es: si el propio Ministerio de Justicia reconoce que siete de cada diez mujeres no denuncia, ¿en qué números se basan quienes legislan para hacer, por ejemplo, una Ley de Violencia machista? Otro ejemplo: las estadísticas afirman que el perfil del violador es el de un varón joven y español “cuya relación con la víctima es nula o desconocida”, pero la mayoría de los casi tres millones de relatos llegados a #Cuéntalo hacen referencia a un novio, a un amigo de la familia, a u vecino, a un padre, a un abuelo. Por eso también es importante contarlo.

“Abstracción frente a testimonio”, argumenta Fallarás, que empieza su libro contando uno propio: “La visión de un pene que ni has buscado ni esperas es desagradable. Muy desagradable”, explica sobre un político con el que mantenía contacto telefónico por su trabajo como periodista y le mandó una foto de sus genitales. Lo cuenta y hay que contarlo, afirma, porque así se crea una identificación. Y una toma la palabra que le han negado, y una no se siente sola. Esa idea también está en Creedme, donde siguiendo el hilo de la investigación, queda claro que el hablar de una, anima a otra e incluso la ayuda a curarse.

Otros silencios

En ambos libros hay silencios tan elocuentes como los de las víctimas. Creedme, sin embargo, es un caso singular pues solo una persona de todas las que los periodistas pidieron entrevistar no lo hizo. Incluso el agente que mandó a Marie a su casa y la acusó de denuncia falsa da la cara. Es en el de Fallarás donde se pone el dedo constantemente en aquellos que miran para otro lado: “Todos esos hombres que sí lo hacen, que acosan, que agreden, insultan, vejan humillan, se vengan de ellas, todos ellos se sienten en su derecho a hacerlo precisamente gracias a su silencio”, les dice a los que se escudan en otro hashtag, #NotAllMen, con el que algunos se defienden arguyendo que no todos los hombres son violadores. Es imposible no contraponer esa reacción a la que recibió Marie después de que un policía la convenciera de que mentía: “La gente la culpaba de que nadie creyera a las auténticas víctimas de violaciones”. Y es ahí donde se comprueba que no han muerto del todo ni los códigos penales delXIX, ni la advertencia Hale, ni la máxima infundada que asevera que todas las mujeres mienten.

“Acusar a alguien que ha dado un paso al frente entraña el riesgo de disuadir otras denuncias con lo que los violadores se van de rositas y pueden volver a atacar”, dicen Armstrong y Miller. Por eso, mientras Marie se retiraba a su casa, dejaba el trabajo y entraba en un círculo de miseria y vergüenza del que llevaba huyendo toda su vida, Marc O’Leary, su agresor, siguió violando a otras mujeres. “Entre un cuarto y dos tercios de los violadores realizaban más de una agresión sexual, mientras que solo un uno por ciento de los asesinos era seriales”, dicen los estudios que manejaron los periodistas. Un porcentaje mucho más alto que el de las denuncias falsas.

"Declarar", "protestar", "vista oral", "silencio en la sala", "derecho a permanecer en silencio", "interrogar"… Para hacer justicia son precisas la voz y la palabra. Es lo que piden, por vías y con estilos distintos, ambos libros a las víctimas. Para eso debe haber gente que escuche. Es lo que hace y exige Stacey Galbraith –interpretada en la ficción de Netflix por Merritt Wever–, una de las inspectoras incansables que libera a Marie de su calvario. Hablar y escuchar, no taparse los oídos, pues el delito campa a sus anchas si no hay publicidad. ¿Recuerdan qué dijeron y repitieron José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Ángel Boza, Jesús Escudero y Antonio Manuel Guerrero –no La Manada– a la chica quie violaron en aquellos San Fermines de 2016? “Calla”.

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