Cuando despertó, Meredith Grey todavía estaba allí
Ellen Pompeo me parece imponente con esa mirada de suficiencia suya anunciando la 17ª temporada de Anatomía de Grey. El cartel de la serie, que la presenta de perfil, cara muy astuta y sabiendo algo que tú no sabes —seguramente el orden y disposición de los pares craneales—, oscila entre lo luminoso y lo tétrico. Le brillan los rasgos muchísimo, como a un pavo recién barnizado, pero no es más que un photoshop celestial aplicado a quien ya ha trascendido la terrenalidad. Para mí es un icono y no lo digo en broma. Una superviviente. La mujer que siempre estuvo ahí. Vi el primer episodio de la serie cuando el canal Cuatro, recién nacido, la utilizó de muleta en su lanzamiento. Había algo en su fotografía vagamente metalizada que la abarataba con respecto a Urgencias. Hice check y me olvidé unos años. No era mi marca de vodka.
Para cuando volví me di cuenta de que Meredith Grey es gafe. En su serie muere todo el mundo. Amigos y conocidos. Y sus parejas. Pero sobre todo, pacientes. A pesar de ser la mejor neurocirujana del mundo, jamás me pondría en sus manos. Supongo que hace operaciones complicadas, pero demasiados acaban en el otro barrio. Ella aguanta sufrida y estoica, como esas madres de la posguerra que tenían 20 hijos y solo les sobrevivían unos pocos. Debato constantemente con la gente de mi alrededor si los 222 casos de trombos atribuidos a Astra Zeneca son suficiente índice de riesgo para una vacuna que ya se han puesto 34 millones de personas, un 0,0006%, más o menos el mismo de tener un accidente si conducimos a la playa en verano o de que Meredith Grey nos haga caer redondos por el mero hecho de existir.
Pero quizá esté siendo injusto con ella, porque en 17 años pasan muchas cosas. Desde que la serie empezó me he mudado 10 veces, he estudiado una carrera y media, dos masters, me he casado, he tenido un hijo, me he divorciado, he volado dos veces a Japón, una a China y más de 10 a Estados Unidos, he ido a 30 bodas, me he cambiado cuatro veces de coche y otras tantas de trabajo, he plantado un árbol, he escrito cerca de 2.000 artículos y un par de libros. Y todas las veces que me desperté de mis siestas, Meredith Grey todavía estaba ahí.
Pompeo ha consagrado su vida a la serie como muchos oficinistas acuden al mismo cubículo durante su vida adulta. En el momento en que se secan estas líneas ha aparecido en 374 capítulos de la serie, a razón de 42 minutos la pieza. Si dividimos entre dos, obtenemos el metraje equivalente a casi 190 películas, más o menos como el prolífico Michael Caine, pero con 36 años menos. Estuvo a punto de dejarlo. Se quejó de su salario, de agravios comparativos por razón de sexo y de una toxicidad imperante en el set, que poco a poco fue mejorando pero que se llevó por delante a varios de los protagonistas. Cuando algo así sucedía, los guionistas se inventaban sarcomas incurables, accidentes de tráfico, de aviación o marítimos. Imagino que ha habido hasta impactos de meteoritos en el Seattle Grace Mercy West.
Es fácil bromear sobre una serie en la que los facultativos mantienen relaciones sexuales entre sí y/o con los pacientes en los ascensores mientras gente entra en urgencias desangrándose por impacto de asta de toro o por sección de la aorta por hélice de helicóptero. Y cuesta no caricaturizar a Meredith y al ecosistema apocalíptico que la rodea, pero, hey, ella y su cosmos rosa son una de las pocas certezas que nos quedan en estos tiempos improbables. La doctora impasible es un junco que se dobla pero nunca se troncha.
Pienso en lo minúsculos que somos, en cómo nuestro aliento vital no es ni siquiera un átomo comparado con la historia del tiempo, pero puede que Anatomía de Grey acabe siendo uno de los hitos que recordarán los espeleólogos culturales del futuro. De entre toda la maraña de series que se estrena semanalmente (unas 20 si sumamos las de todas las plataformas), muchas sufren cancelaciones inesperadas, pocas renuevan después de su primera temporada, casi ninguna se consolida en el imaginario colectivo y son apenas unas elegidas las que reinan en alguna categoría. Pero Anatomía de Grey es la mejor en infinitas disciplinas: empoderó a cuatro mujeres fortísimas cuando aquello no era aún prioridad en la agenda, trató la diversidad racial también de manera pionera, es la serie de médicos en prime time más longeva de la historia, y en cuanto a dramas infinitos, por el momento solo la supera Ley y orden —con más de 500 capítulos—, aunque es difícil que escriba este mismo artículo refiriéndome a ellos, porque podrían cambiar de protagonistas y daría exactamente lo mismo, pues personaje y serie no están tan mimetizados. Anatomía de Grey no podría ser Anatomía de Grey sin Grey. Sería como un niño sin pelota, o como una pelota sin niño. Podría seguir habiendo ley y seguir habiendo orden sin Mariska Hargitay, incluso llegaron a rodar un par de temporadas de The Office sin Michael Scott, pero hay 200 tipos que se quedarían sin trabajo si a Ellen Pompeo se le ocurriera señalar con el pulgar hacia abajo cualquier martes por la mañana.
Al principio parecía seria, o competitiva, pero en realidad Grey es un poco antipática, con sus arrebatos y sus arbitrariedades. Hay un truco de guion que utilizan las series corales, y es vaciar de atributos al protagonista principal. De ese modo se convierte en un lienzo en blanco donde cabemos todos. Pasó en Seinfeld con Seinfeld, en Cómo conocí a vuestra madre con Ted o en Urgencias con el doctor Carter. Ellos funcionan como ejes mientras los fuegos artificiales nos los traen los secundarios robaescenas, pero eso con Grey no pasa. Muchos disfrutan del producto a pesar de ella, y eso también conviene estudiarlo en las escuelas de placeres culpables.
Tenemos a Meredith Grey, como tenemos la Cibeles, la estatua de la Libertad, el sol saliendo por Oriente o las estaciones del año. Yo vi cinco temporadas enteritas, escribí un ensayo titulado “Claves del éxito de las series norteamericanas de médicos en España: Urgencias, House y Anatomía de Grey, tres casos de estudio entre 1994 y 2007” en la facultad y llevo 11 años sin ver si uno solo de sus fotogramas, pero me da tranquilidad que ella siga de guardia. Puede que no sea la que mejor nos cura, pero nos da justo el opio que necesitamos.
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