El documental de Rocío Carrasco: cómo usar un testimonio terrible en un acto de contrición hipócrita

Netflix estrenó Nevenka hace dos semanas y Telecinco se ha marcado un "sujétame el cubata". Hoy se han estrenado los dos primeros episodios de Rocío: contar la verdad para seguir viva. Lo más importante del título no reside en su declaración de intenciones, ni siquiera en el nombre de su protagonista, que lleva 20 años sin hablar públicamente del tema que ocupa el documental. La palabra más importante de ese título es el artículo determinado “la”. Porque hasta ahora las verdades en Sálvame venían acompañadas de determinante posesivo.

Rocío Carrasco hace alusión a esto durante el episodio cero del documental, que más que a un documental recuerda a La caja, aquel programa de Telecinco donde el protagonista de cada entrega se sentaba en un cubículo en el que le proyectaban sus miserias. “Aquí no hay tu verdad. Hay una verdad”. Una que, en palabras de una Rocío Carrasco devastada, se resume en que Antonio David la maltrató y manipuló a sus hijos para volverlos contra su madre.

Ella ha sido generosa en datos, en descripciones y en lágrimas. Su testimonio es todavía más duro en sus momentos serena. Cuando narró los episodios violentos con la cotidianeidad del que se acostumbra a la violencia. Pero antes, entre sollozos, contó -según ella- su ataque último: intentar dejarla sin sus hijos. “Me increpaba y me insultaba y me decía ‘te los voy a quitar, hija de puta, te van a odiar, voy a hacer que te odien”. La amenazó con ello y cumplió. Y ella, en sus palabras, incapaz de asumir esa pérdida, en 2011 fue diagnosticada con un “síndrome ansiosodepresivo moderado y grave, cronificado en el tiempo”, que la llevó a intentar suicidarse el 5 de agosto de 2019, después de ver a su hija en Telecinco contactar con su padre, que estaba en GH VIP. ¿Que Íñigo Errejón habla en el Congreso del estigma y el silencio que rodea al suicidio en España? Telecinco vuelve a pedir que le sujetemos el cubata.

No es la primera vez que en Sálvame –y lo de anoche es parte del Universo Televisivo Sálvame– se habla de un intento de suicidio y ni siquiera tenemos que salir de la familia: en 2013 Rosa Benito incluso leyó su informe médico en directo: "Acude tras ingesta de un blíster de Lexatin. La paciente refiere varios meses que viene pensando en desaparecer, se culpa a ella de todo. Paciente insiste en que no se arrepiente, persiste con ideas de desaparecer del medio. Presenta desde hace meses sentimientos de superación, vacío, decaimiento, incomprensión, minusvalía".

Tampoco es la primera vez que se habla de violencia de género, algo bastante presente en Sálvame y en otros programas de Telecinco y parte del extranjero. Sin salir del caso, nos acordarnos de aquella vez, hace más de 20 años, que Rocío Jurado fue al programa de Mirtha Legrand y habló del asunto: “Él fue un hombre que siempre la atacó muchísimo. Le hizo la vida horrorosa, insoportable todo. Le sigue haciendo. Y entonces apareció este chico en la vida de Rocío, que yo agradezco mucho a Dios y a la vida que se lo haya puesto porque Rocío estaba a punto de cometer alguna barbaridad”. Acto seguido Mirtha preguntaba: “¿Pero le daba maltrato, la maltrataba?”. Ella respondió afirmativamente. Y esto le valió una demanda de Antonio David por lesión del honor, que ganó ella, años después de muerta. Sí ha cambiado, claro, la manera de abordarlo, cómo en los últimos 20 años la violencia de género se ha convertido en una cuestión de estado. Y que los políticos, que tanto han despreciado Sálvame, ahora se apoyan en él. No hay más que ver el hilo de Irene Montero anoche o el tuit de Rocío Monasterio.

Pero junto al testimonio de la Rocío que nos ocupa, que es Carrasco, Sálvame ha levantado un ritual a modo de acto de contrición con golpes de pecho y supuestos expertos, que hacen que Cristina Soria parezca María Zambrano. ¿Qué hemos dicho? ¿Qué hemos hecho? ¿Cómo hemos hablado de esto? ¿A quién hemos juzgado como qué? ¡Qué escándalo, que aquí se ha jugado! Y se ha jugado hasta hace cuatro días. Literalmente. El miércoles cuando en Sálvame se anunció el documental se hizo sobre la cara de Antonio David, que andaba en plató y que ya ha amenazado con denunciar a Rocío Carrasco. Un minuto largo de silencio con la canción del representante de Suiza en Eurovisión, Gjon’s Tears, de fondo.

Cuando el público solo contaba con el testimonio de Antonio David, día a día, sentado en plató, se conoce que a nadie en Sálvame le importaban las palabras que ya dejó caer hace 20 años Rocío Jurado. Nadié sospechó del silencio de Rocío Carrasco. Nadie preguntó a sus íntimas amigas trabajadoras de la casa. O quizá a nadie le importó, porque solo importa lo que piense el espectador. Y el espectador mira a donde se le dice que mire. Vamos, que se sigue jugando con la opinión pública, eso sí, ahora se hace con el sello de garantía de las mejores intenciones.

Alguna vez, y con razón, Jorge Javier ha desdeñado el término “telebasura”. Prefiere “fast TV”. Lo de esta noche podría llamarse “Green TV” y optar a fondos de la Unión Europea: denuncias la violencia de género a través de un testimonio inédito, conmovedor y más útil que cualquier campaña institucional –quién lo probó lo sabe, y quien no lo probó, tiene más herramientas para identificarlo–. Y al mismo tiempo haces compost con tus propios desechos. Lucha contra la violencia de género y transición ecológica, todo en uno.

Ahora Sálvame baja la luz y el color, viste a sus colaboradores casi como si fueran de la familia Monster, hace silencio, se pone grave y juzga las consecuencias de su pasado. ¿Qué consecuencias deparará lo de hoy –y lo que nos queda–? ¿Qué implicará el testimonio frente a toda España de una persona con depresión que lleva veinte años callada? ¿Qué papel juega el reconocimiento público que se alimenta? ¿Qué hace que lo neguemos y lo concedamos? ¿Nadie va a pensar en el reverso oscuro del "yo sí te creo" de la audiencia como herramienta de validación propia? Las analizará un futuro Sálvame, que siempre encontrará un momento para bajar la luz y contar su verdad.

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