En nuestra mano está no perder las fábricas de loza artesana: hablamos con Ana Zapata, de La Cartuja de Sevilla
Este año de la pandemia hemos redescubierto lo importante que es estar a gusto en casa y lo mucho que cuentan los pequeños detalles para hacer de lo cotidiano algo extraordinario. Construir recuerdos alrededor de una mesa es algo que llevamos en nuestro ADN y para muchos esos recuerdos no solo están asociados a los olores o los sabores sino también a los objetos que nuestras madres y abuelas ponían con mimo. Hace décadas, las vajillas eran una parte valiosa de la casa y La Cartuja de Sevilla, una de esas marcas que pasaban de generación en generación y que, en muchas ocasiones, formaban parte de la herencia que se dejaba a los hijos. Quizá pocos sepan que sus icónicos y bucólicos paisajes pintados sobre la loza han estado a punto de desaparecer de no ser por Ana Zapata y su empresa familiar que han rescatado a esta mítica fábrica de la ruina. Una decisión que tiene parte de interés empresarial y mucho, muchísimo, de parte sentimental. “Es una pena que una empresa con 180 años de historia, que cuenta con piezas con esos paisajes que son una absoluta maravilla, compuesta por personas que llevan 30 y 40 años trabajando en ella se perdiera”, nos explica al teléfono Ana Zapata. “Es un orgullo poder estar aquí y que sea por muchos años, ojalá que sea durante muchas generaciones”.
La decisión de adquirir La Cartuja en el año 2016 tuvo mucho que con ver con los recuerdos familiares de esta abogada que se dedica también a gestionar inversiones y su familia: “Cuando yo era pequeña, en los días especiales, en Nochebuena, en Navidad, en cualquier celebración familiar que era muy importante, se utilizaba siempre La Cartuja, en el caso de mi abuela lo mismo. Mi madre tenía una alacena donde guardaba y cuidaba la vajilla de La Cartuja como algo muy valioso, con mucho cariño. Con esos platos y esas fuentes celebramos acontecimientos importantes”, recuerda con emoción. Por eso, cuando se enteraron de que la marca se iba a perder, que la fábrica estaba en liquidación, no se lo pensaron. La firma había sufrido mucho en los últimos años, tanto que eran muchos los que pensaban que La Cartuja ya no se seguía fabricando y que había cerrado. “Cualquier otra marca habría desaparecido”, nos cuenta Ana Zapata, “pero La Cartuja de Sevilla es tan potente que, aunque se ha resentido, ahí sigue”.
Actualmente están centrados en consolidar La Cartuja en el mercado español. Han estrenado espacio propio en La Moraleja y van a abrir uno nuevo en Sevilla, donde todavía se encuentran a la búsqueda de un local a la altura, “es la esencia inicial de La Cartuja tenemos que tener una tienda bonita, emblemática en una zona de tránsito donde la gente pueda disfrutar y comprar estos diseños”. Continúan con su punto de venta principal en El Corte Inglés y ya cuentan con presencia internacional en países como Estados Unidos, México, China e Italia. La pandemia les ha traído un buen espaldarazo a su venta online, “una forma de comprar que no era la habitual de los clientes tradicionales de La Cartuja, quizá menos familiarizados con la compra por Internet y que ha compensado la bajada de ventas en los distribuidores, que han llegado a disminuir en algunos lugares hasta en un 70%”.
La potente digitalización contrasta con lo artesanal del proceso que se mantiene prácticamente intacto desde que Charles Pickman, un comerciante inglés, decidió instalarse en Sevilla en 1841 y ahorrarse así los elevados aranceles y el papeleo de la importación. La Cartuja de Sevilla se convirtió en proveedor oficial de la Casa Real en 1871 y llevaba ya años siendo la favorita de la aristocracia y la burguesía. La loza, tal y como nos explica Zapata, se traía desde Inglaterra junto a decenas de artesanos británicos para producirla. Aquellos paisajes ingleses que pintaban los británicos se conjugaron con la tradición manufacturera de Sevilla creando un producto único.
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Ana Zapata se muestra emocionada con el impresionante archivo histórico que tiene La Cartuja de Sevilla y todo lo que se puede hacer con él. Una buena muestra son las colaboraciones que ilustradores actuales han realizado junto a La Cartuja integrando los diseños más clásicos de esta firma con los motivos y el estilo de artistas como Ana Jarén o Carmen García Huerta, con el museo Thyssen o con la marca de telas Gastón y Daniela. Unas colaboraciones que, nos confiesa, son solo el comienzo: “Tenemos pensadas colaboraciones maravillosas, que ahora mismo no puedo contar, pero sí puedo decir que esta parte del trabajo ha sido algo muy sencillo de hacer porque es una marca que transmite ese cariño, con cualquier persona que hablas, encuentras una sinergia y una forma de colaboración”.
Son diseñadores, ilustradores o artistas que a priori no tienen nada que ver con La Cartuja pero que han conseguido acercar la marca a un público diferente y más joven: "Mucha gente tiene miedo a perder su esencia y convertirse en algo que no es pero ¿por qué tienes que hacer siempre lo mismo? Yo creo que ambas cosas son compatibles y que hay que renovarse, no se puede hacer lo mismo durante 180 años", reflexiona. En sus planes también está el rescatar muchos de los motivos del archivo histórico de la marca y crear nuevas colecciones a partir de ellos. También se pueden encargar vajillas personalizadas. De hecho, nos cuenta que hay familias que tienen su propia vajilla. Una de estas es la de las infantas a quienes La Cartuja les regaló una, a cada una, por su boda. Y, por encima de todo, Ana Zapata y su familia están comprometidos con no dejar que este oficio desaparezca: “En España no quedan fábricas artesanas de loza inglesa como la de La Cartuja, no existen. Así que encontrar profesionales es otro de los hándicaps que tenemos, pero es parte también de nuestro trabajo, el mantener este oficio y formar a los profesionales”. Es la única manera de seguir generando recuerdos en torno a una mesa con una vajilla con historia.
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