Encerrados con nosotros mismos

Desde que comenzó el encierro hay dos imágenes que he visto repetidas en los telediarios que me vuelven una y otra vez a la cabeza. La primera es la de los astronautas que cuentan cómo llevar un aislamiento, como si fuese comparable estar en el espacio, explorando e investigando, asomándote a tu claraboya y viendo la bella Tierra ahí flotando como una canica, a estar metido en tu piso, con las nubes grises al otro lado, la misma calle vacía e idéntico vecino asomado a la nada como tú. La otra es la de los psicólogos y terapeutas que nos aconsejan qué hay que hacer para llevar bien, o sobrellevar como se pueda, mejor dicho, el confinamiento.

He escuchado ya una decena de veces eso de que no hay que pasarse el día en pijama (del chándal o las mallas no dicen nada, así que adelante…), que hay que ponerse horarios, hacer ejercicio y comer sano porque ya sabéis que mens sana in corpore sano y que un danacol al día ayuda a reducir los niveles de colesterol y esas cositas. También que tenemos que ser pacientes y comprensivos para paliar las tensiones con los otros, evitar los conflictos, hablar mucho, organizar las rutinas, respetar los espacios y cuidarse de la sobreinformación.

Pero ni los astronautas ni los psicólogos cuentan que los primeros con quienes estamos encerrados es con nosotros mismos. Porque nunca nadie nos enseña ni nos ha enseñado a llevarnos bien con nosotros. Cómo empezar el día, porque el día siempre empieza así, mirándote al espejo y que de ahí en adelante no sea ya todo un berrinche. O cómo no dejarte abrazar por esos fantasmas que a todos nos pululan alrededor en ese momento en que la tarde se pone cuesta arriba o que las paredes y el techo se estrechan. O cómo no venirte abajo cuando te ves incapaz de tener esa rutina, de hacer ejercicio o de comer verde cuando es la quinta vez que asaltas la nevera con premeditación y alevosía. Esos momentos en los que cuando te vas a asomar a la ventana para aplaudir te ves reflejado en el cristal y sientes no ser Drácula para no tener que volverte a encontrar. Eso deberían contar los astronautas. Qué pasa cuando además de la Tierra se ven a sí mismos en el ventanuco y ese día no se gustan y quedan todavía muchos más días por delante rodeados de espectros y de espejos.

David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.

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