Íñigo Urkullu: 30 años junto a su mujer, tres hijos y un sacrificio terrible

"La familia es la causante de mis remordimientos de conciencia". Con esa frase arrancaba el vídeo con el que la televisión vasca trazaba el perfil de Íñigo Urkullu en 2012, cuando se presentaba por primera vez al puesto de lehendakari. Las imágenes eran de archivo, y en ellas se veía a sus hijos Malen, Kerman y Karlos muy pequeños y ayudados a la mesa por su abuela materna. Flori Renteria, madre de quien acabaría ganando el cargo que intentará revalidar el domingo 12 de julio por tercera vez.

La frase con la que se iniciaba ese retrato se demostraría muy pertinente. Cuando su marido se hizo finalmente con el puesto, la que había sido novia de toda la vida del nuevo presidente vasco declaraba ante las cámaras: "En esta casa se ha llorado mucho", dijo Lucía Arieta-Araunabeña en relación al dolor que había supuesto abandonar el domicilio familiar en Durango para irse a vivir al Palacio de Ajuria Enea. Lo confirmó el elegido, asegurando que esas lágrimas eran fruto de no poder compaginar como querría la vida familiar con la política. Y lo decía en un momento en que sus hijos pasaban todos de los 20 años.

Es una actitud distinta a la del otro candidato que se enfrenta a las urnas el mismo día pero en otra comunidad, Alberto Núñez- Feijóo, que ni siquiera se tomó el permiso de paternidad cuando fue padre con Eva Cárdenas hace ahora tres años. "La familia es lo más importante", suele decir Urkullu. Y añade siempre una coletilla: "Lo es de verdad", como si quisiera dejar claro que no es una frase hecha.

Vasco de pura cepa

Urkullu nació en Alonsótegui (Bilbao) en 1961 y fue siempre un chico responsable y formal. Estudió en la escuela de su pueblo y en el seminario y fue futbolista. Jugó como centrocampista, aunque también hacía tareas de defensa, y a pesar de su carácter tranquilo, protegía la pelota y su equipo con bastante dureza. Esa afición lo aproximó a su suegro, un jugador del Athletic de Bilbao, Eneko Arieta,un delantero muy destacado en los años cincuenta y sesenta cuando se batían el cobre en el campo el que se conoció como el equipo de los "11 aldeanos".

Como explicó con motivo de su primera victoria electoral el periodista Pablo M. Zarracina, "existe cierta tendencia a presentar a los líderes nacionalistas como forjados en una especie de ‘western’ moral". Y Urkullu no es una excepción. Todo en la historia personal y profesional del peneuvista, incluido su suegro, está vinculado fuertemente a su tierra y sus tradiciones y a una idea de hombre firme, austero y fiable a quien le gustan lo platos de su tierra – el bacalao por ejemplo– y los disfruta, pero nunca bebe vino en las comidas.

Muy pronto se metió en política. Fue en un mitin de las juventudes del PNV donde conoció a su esposa, que como él, estudiaba Magisterio. Él ejerció unos años como maestro en la ikastola Asti-Leku de Portugalete y en el colegio Félix Serrano de Bilbao, pero fue una etapa corta porque con 23 años ya era parlamentario, tarea que ha seguido desempeñando hasta hoy, que tiene 58. Pero su gran salto tuvo lugar en 2012, cuando logró la presidencia del País Vasco después de que los socialistas, con Patxi López a la cabeza, se le arrebataran en 2009 a los nacionalistas por primera vez en democracia.

Un compromiso "terrible"

Los hijos de Urkullu han aparecido siempre que ha hecho falta apoyar a su padre. Por ejemplo, en las tomas de posesión. Karlos, como sus progenitores, estudió Magisterio, Keman estudió Psicología y trabaja en el sector de los Recursos Humanos y Malen cursó Lenguas Modernas y es profesora.

Su esposa Lucía Arieta-Araunabeña ha ejercido en los últimos años como administrativa en una comisaría de la policía vasca. Con ella lleva Urkullu casado 30 años y es habitual verla acompañando a su marido a casi todos los actos institucionales. También en algunos de campaña, como el de hace unos días, donde el matrimonio subió a pie los casi 1.000 metros del monte Zaldiaran (Vitoria) con mascarilla porque a ambos les encantan los paseos por la montaña. La pasión por los entornos naturales de su tierra viene a reforzar esa idea de líder nacionalista de la que hablaba el periodista y que completa con su pasión por la música tradicional, pues toca el txistu y el tambor.

Como suelen decir casi todos los políticos cuando se les pregunta por sus aficiones, entre las suyas también está la lectura, pero enseguida da paso a lo que parece que de veras le interesa: la familia. Con ella pasa el poco tiempo que tiene libre. Tan poco, que en otra de las escasas frases que ha dicho Lucía Arieta-Araunabeña como primera dama vasca está la siguiente: "El nivel de compromiso que exige el cargo es terrible", dijo visiblemente agobiada una mujer a quien todas las encuestas vaticinan cuatro años más de sacrificio.

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