Isabel Celaá, de cerca: una ministra fan de Ed Sheeran, apasionada del cine y con mucha ironía
Isabel Celaá es la ministra del momento. Si en plena pandemia del coronavirus el de Salud, Salvador Illa, acaparó los focos, el regreso a las aulas ha llevado al catalán a compartir protagonismo con la titular de Educación en reuniones, entrevistas y ruedas de prensa. Nacida en Bilbao hace 71 años, esta catedrática de instituto jubilada inició su carrera política en 1987 como responsable del gabinete del consejero de Educación del País Vasco José Ramón Recalde, a quien ETA asesinó en el año 2000.
No era la primera vez que Celaá presenciaba tan de cerca un golpe similar: siete meses antes la banda terrorista había matado a Fernando Buesa. "Era, además de consejero, un amigo", revelan a Vanity Fair las dos hijas de la ministra, Bárbara y Patricia Aspichueta, sobre aquellos años en que su madre, como todo el Gobierno de Patxi López, vivía amenazado de muerte. "Y sin embargo, nunca transmitió preocupación o inquietud. Al contrario, intentaba que nuestra vida fuera lo más normalizada posible", explican ambas, fruto de la relación de más de cuatro décadas que la política socialista tiene con su esposo, José Ignacio Aspichueta.
De su pareja se sabe poco y sus hijas prefieren no entrar en detalles, pero hasta donde hemos podido saber, además de haber trabajado para empresas como la multinacional estadounidense Babcock & Wilcox Española SA, Aspichueta fue, al menos hasta 2009, parte del equipo del Departamento de Industria e Innovación del Gobierno Vasco. Por su parte, su hija Bárbara estudió Económicas en Deusto y tiene un alto cargo en una multinacional de seguros. Su otra hija, Patricia, es doctora en Farmacia. Es investigadora y profesora en la Facultad de Medicina de la Universidad del País Vasco, centro desde el que ha firmado numerosos proyectos de investigación relacionados con el hígado y/ o la diabetes y ha dirigido una decena de tesis doctorales. Además, es miembro del Comité de ética para la investigación con seres humanos.
Culta y próspera
En el ámbito personal, Celaá es discreta. Se conoce, eso sí, que es la miembro del Gobierno, junto a Pedro Duque, ministro de Ciencia, con más bienes declarados. Además de los algo más de 28.000 euros que percibe como ministra y los algo más de 13.000 en concepto de pensión de jubilación como profesora, en su declaración constan más de 866.000 euros de patrimonio no inmobiliario, pues viviendas tiene tres: todas en Vizcaya, provincia donde posee un terreno rústico, además de otro en Álava.
En lo referente a sus aficiones, están muy en consonancia con su formación de filóloga, como le gusta definirse y por eso en un ejemplar de la revista Letras de Deusto del año 89 se puede encontrar un artículo académico sobre la novela de Evelyn Waugh, Brideshead revisited.Ya estaba metida en política, pero un año después de esa publicación, sacó tiempo para impulsar y presidir la Fundación Alzate, que inauguró con una exposición del pintor José Zugasti. "Igual se emociona con Madame Butterfly que con Ed Sheeran", cuenta su hija pequeña, Patricia, que añade que le apasionan el arte y la cultura y que por eso, cada domingo cuando ella y su hermana eran niñas, las llevaba al museo de Bellas Artes de Bilbao antes de ir a comer a casa de sus abuelos. "Allí nos enseñaba del románico hasta Zuloaga, y nos contagiaba su interés". Según explican sus hijas, a la ministra también le chifla el cine, algo que achacan a que su abuela la llevaba cada sábado a la sesión doble.
Ahora, como les ha ocurrido a todos los ministros durante la pandemia, el tiempo de ocio ha quedado reducido a la mínima expresión y con la operación vuelta al cole, Celaá es la más solicitada por los medios de comunicación. También por las Comunidades Autónomas, desde donde hace unos años ella reclamaba mejores condiciones para los investigadores universitarios, mayor presupuesto y coordinación. Hoy es ella quien recibe esas y otras peticiones, pues las competencias en educación están transferidas, pero sobre sus hombros se concentra el peso de los ocho millones de alumnos de 17 regiones que este año tienen una asignatura extra: el reto de mantener la distancia de seguridad y evitar contagiarse del virus que les cambió en el curso 2020.
Con sentido del humor, pero tajante a veces
Bárbara comparte una anécdota que da cuenta del carácter su madre: "Es mejor que si es domingo y tienes que tratar algo con ella lo hagas por la mañana, porque por la tarde se pone un poquito de mal humor… pero es porque tiene muchísima energía y a esa hora ya empieza a tomar velocidad de cara a la semana que entra".
Ambas alaban su temple, el mismo que aplica como ministra. Como consejera fue un poco más peleadora. Así lo comentan varios periodistas consultados que cubrían los temas de Educación en el País Vasco y recuerdan la obsesión de la consejera con la educación trilingüe, que la palabra que más repetía era "innovación" y que fue especialmente dura con José Ignacio Wert, ministro de Educación en el primer mandato de Mariano Rajoy: “No es capaz de gestionar la educación y su ley es un ataque directo al autogobierno”, es sólo una de las muchas frases que empleó para pedir la dimisión de su antecesor en el cargo.
Hoy es la propia Celáa quien está en ese lado: el de lidiar con los responsables de alumnos, aulas y profesorados en cada Comunidad Autónoma, en quienes recae el peso de la vuelta al colegio en un país donde están transferidas las competencias en salud y educación. Ese cambio de acera es lo que lleva a un compañero del PSOE a decir que a pesar de la dureza de la pandemia, es posible que Celaá esté algo más cómoda como cabeza visible del ministerio que cuando era consejera de la misma materia y debía enfrentarse a presupuestos, planes educativos y un trato más cercano con un sector del que había sido parte.
Algunas de las críticas desde los medios a Celaá han hecho referencia a cierta falta de empatía con la angustia de muchas familias en esta peculiar vuelta al cole. Sin embargo, es la misma actitud que siempre ha mostrado. Un repaso a sus intervenciones de los últimos meses revela que, efectivamente, Celaá rara vez cambia de tono. Es pausada, calmada, no pierde los nervios y muestra pocas emociones. Sólo si hay que defenderse se percibe un ligero cambio: sin alzar la voz, mete una mano en un bolsillo y vuelve el tono más tajante. Es lo que hizo en la anterior legislatura para responderle a Toni Cantó, a quien no consintió que comparara la situación de Cataluña con el terrorismo vasco. Es la misma pose que empleó contra los diputados de Vox en plena polémica por el pin parental. Ni una vez perdió los nervios, pero no dudó en "blindar" a los profesores para que se pudieran negar a aplicarlo.
Sus hijas reconocen ese tono que se ha podido ver también en algunas de sus comparecencias en el Congreso, pero sitúan su origen en una virtud de su madre: "Con los suyos es cercana, divertida y tiene un gran sentido del humor. Se ríe de sí misma mucho y sabe usar hábilmente la ironía, lo que en ocasiones puede hacerle parecer cortante", comentan para pasar a destacar su empatía. "Siempre ve las virtudes en el otro. A lo largo de nuestra vida nos ha enseñado que las historias tienen varias partes y que es necesario ponerse en las distintas realidades para empezar a entender."
En las distancias cortas esa frialdad sube de temperatura. Un funcionario que la trató en el gobierno vasco los años de Patxi López la describe como "risueña, pero firme" y recuerda una de las veces que hizo valer esa firmeza: en 2002, cuando se erigió en portavoz de un grupo de críticos dentro de su partido con la dirección de Nicolás Redondo Terreros. También lo está demostrando con los socios de Gobierno. Por ejemplo, a cuenta del feminismo: estuvo en la marcha del 8 de marzo con sus compañeras del PSOE, no escatima ocasión para defender la figura y el papel de la mujer en todos los ámbitos, pero nocedió a la exigencia de Podemos de que el feminismo sea una asignatura del currículo escolar. "En la escuela no cabe todo", zanjó la ministra.
De ese modo, se percibe que a Celaá le ha tocado jugar un papel que también desempeñan sus compañeras –más que los compañeros– de Ejecutivo: el de freno de los socios morados, algo que hace su sucesora en la portavocía, María Jesús Montero; la ministra de Economía, Nadia Calviño, o la vicepresidenta Carmen Calvo. Según cuentan desde el PSOE, forma parte de su convicción, pero también de su lealtad hacia Pedro Sánchez, con quien aterrizó en la política nacional formando parte de la Comisión de Ética y Garantías del partido en el congreso federal que ratificó al madrileño como secretario general en 2014. Desde entonces, el ahora presidente la tiene en su lista de favoritas.
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