La historia detrás de las grandes propiedades de los Franco: del Pazo de Meirás a la Casa del Viento
El próximo 14 de noviembre se publica La familia Franco S. A. (Roca Editorial), un libro en el que su autor, Mariano Sánchez Soler, revisa y actualiza la exhaustiva investigación sobre la fortuna del dictador y sus herederos que le ha ocupado durante más de tres décadas. Vanity Fair adelanta en exclusiva extractos de un trabajo que ilumina muchas de las grandes incógnitas sobre las propiedades que en vida adquirió el Generalísimo y su esposa Carmen Polo, y pasaron posteriormente a manos de su hija Carmen Franco y los siete nietos fruto de la unión de esta con Cristóbal Martínez-Bordiú"".
LA CASA DEL VIENTO, EL REGALO DE UN CONDE QUE HIZO MILLONARIOS A LOS NIETOS DE FRANCO
En noviembre de 1937, en plena Guerra Civil y recién proclamado Generalísimo, Francisco Franco recibió su primer gran regalo inmobiliario. En esa fecha, José María de Palacio y Abarzuza, conde de las Almenas, hizo testamento en favor de Franco, «aunque no tengo el gusto de conocerle, por su grandiosa reconquista de España». Así consta en el Registro de la Propiedad de San Lorenzo de El Escorial. Desde aquel momento, la finca conocida como el Canto del Pico, de 820.000 metros cuadrados, coronada por la Casa del Viento, que una Real Orden del 18 de febrero de 1930 había declarado monumento nacional, sería uno de los santuarios favoritos del general y de su familia. Una propiedad que, por sí sola, convertía en millonarios a los descendientes del jefe del nuevo Estado.
El Registro de la Propiedad describe que, en el acto de adjudicación de la finca, realizado en 1941 ante la presencia del obispo de Madrid-Alcalá, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, se impuso la obligación legal de repartir las deudas y gravámenes de la herencia, que ascendía a 356.334 pesetas con 94 céntimos, entre los beneficiarios de la herencia. Aunque el conde de las Almenas, viudo y sin hijos vivos, había desheredado a su única nieta en favor de Franco, el registrador de la 42 propiedad, con la pleitesía sumisa característica, destacó textualmente: «La generosa actitud del principal legatario, su excelencia el Generalísimo, decidido a soportar no solo las cargas hereditarias procedentes, sino también a abonar a los servidores del finado las liberalidades con que este quiso premiar sus servicios, aportando de su pecunio particular las cantidades necesarias, hizo posible el cumplimiento de los legados y la voluntad del causante».
Aquel sería el escenario de muchas jornadas donde el general iba a tomar demasiadas decisiones importantes. También allí, en una cama con dosel que ya no existe, su única hija viviría el conocimiento carnal en su noche de bodas con el doctor Martínez-Bordiú. Su nieta Merry tendría en la casa del guarda, reformada al efecto, el domicilio conyugal con su flamante marido Joaquín Jimmy Giménez-Arnau. Cuando los Franco fueron desterrados de El Pardo, la Casa del Viento se convirtió en el almacén de sus incalculables y valiosos recuerdos, depósito provisional de los regalos lacayos de cuarenta años de dictadura. […]
En 1988 visité la Casa del Viento, un palacete de arquitectura ecléctica a 1.012 metros de altura, con una fachada de piedra de gran mampostería, con torres y coronas de metal, arcos ojivales y de medio punto; una capilla con un cristo crucificado en policromía y detalles barrocos. Todavía podían encontrarse desperdigados por el suelo trozos de celuloide de la película Raza, la sublimación familiar de los Franco escrita por el propio general bajo el seudónimo de Jaime de Andrade; incluso fotogramas del No-Do en los que el jefe de Estado presidía el desfile de la Victoria. En la planta baja quedaban arcas con el sello «Patrimonio Nacional, S. E. El Pardo». […]
A partir de 1979, los descendientes del general quisieron, por vez primera, vender la propiedad. En plena expansión urbanística de la zona, sabían que ganarían cientos de millones. El primero en tenerlo claro fue Francis, el nieto favorito, quien propuso fragmentar la finca en cuarenta parcelas y venderlas a cinco millones cada una. Tenían mucha prisa en recoger el dinero. […]
Las pretensiones de los herederos de Franco al fin alcanzaron su objetivo: el 27 de abril de 1988, la Casa del Viento y ocho mil metros cuadrados de finca a su alrededor fueron vendidos por 320 millones de pesetas a un hostelero español llamado José Antonio Oyamburu Goicoechea, que había hecho fortuna en Leamington Spa (Reino Unido), donde poseía tres hoteles, y que se mostraba dispuesto a convertir el viejo santuario de Franco en un restaurante y hotel de lujo con cincuenta habitaciones.
Así lo recordó el propio Oyamburu: «Fue muy emocionante, todo me impresionó. La construcción era maravillosa. Nadie puede imaginar su belleza hasta que no lo ha visitado. Los jardines son, como alguien me dijo, un Walt Disney natural. Soy hostelero ante todo, pero quiero conservar el lugar, ser fiel al Canto del Pico».
La operación, llevada con la más absoluta discreción por Villaverde, tardó tres años en cerrarse. «Todo el mundo me dice qué tengo que hacer —se quejaba Oyamburu—, pero nadie me ha ayudado en nada. Yo podía haber tenido el palacio en mis manos en 1985 o 1986, pero como nadie se responsabilizaba de nada, el palacio se ha ido deteriorando. Me va a costar el doble de lo que debiera porque este es el país con más papeleo que he visto.»
En el pacto de venta, la familia Franco se comprometía a devolver al Canto del Pico la decoración que tuvo en vida del general: las estatuas, los libros y los cuadros que Franco pintó allí. Así pues, el santuario convertido en hotel tendría toda la morbosidad de saber que allí paseó el Caudillo sus horas de ocio, su vida privada y sus supuestos escritos. Lejos de la noche de bodas y de los recuerdos, un regalo de guerra por reconquistar España reportó a la familia Franco 320 millones de pesetas limpios, contantes y sonantes. La Casa del Viento fue la primera mansión privada del general Franco y también la primera en enriquecer a sus descendientes.
EL PAZO DE MEIRÁS, DE QUIMERA DE PARDO BAZÁN A FORTÍN DE LA FAMILIA FRANCO
El pergamino de cesión del Pazo de Meirás, con sus tres mil metros cuadrados edificados, no fue firmado por Francisco Franco hasta el 5 de diciembre de 1938, cuando el triunfo nacionalista en la batalla del Ebro anunciaba ya el final de la Guerra Civil. «Acepto gustoso, especialmente porque se trata de un obsequio de mis queridos paisanos», dijo el general, tras estampar su firma en el documento. […]
La historia del Pazo de Meirás se remonta a don Ruy de Mondego, que construyó a finales del siglo xiv una fortaleza con capilla aparte que los franceses destruirían en la Guerra de la Independencia, no por tratarse de un objetivo militar, sino porque su dueño había combatido junto a las tropas de Fernando VII, el rey legítimo, y por ello fue castigado con la devastación de sus propiedades. En 1839, Amalia de la Rúa-Figueroa y Somoza, antepasada de la escritora Emilia Pardo Bazán, reconstruyó la granja de Meirás e hizo erigir un edificio neorromántico al que dio carácter y nombre francés, como era moda en la época. Doña Emilia Pardo Bazán dató sus cartas en las temporadas estivales escribiendo: «Granja de Meirás», hasta que en 1899 la heredad recuperó su antigua denominación de Torres de Meirás. La finca conoció, en tiempos de Pardo Bazán, la presencia de gentes de la cultura como Miguel de Unamuno, y fue allí donde la autora sintió «de continuo la fiebre de la creación artística», según sus propias palabras. De ahí que una de las torres recibiera el nombre de La Quimera, por el título de una de sus obras. […]
En 1937, las dos supervivientes de la familia decidieron donar el pazo a la Compañía de Jesús para que destinara sus instalaciones a la formación de su noviciado. Cuando los jesuitas mostraron su falta de interés, la Junta Provincial Pro Pazo del Caudillo entró en contacto con las dos mujeres y les compró Meirás con todas sus riquezas interiores, que jamás fueron evaluadas, aunque es famosa la gran biblioteca que perteneció a Emilia Pardo Bazán, con diecisiete mil volúmenes, de los que en 2018 quedaban alrededor de cuatro mil, según cálculos de la Xunta de Galicia.
Situada a quince kilómetros de A Coruña, en plena comarca de las Mariñas, el Pazo de Meirás, con sus ciento diez mil metros cuadrados, sus siete hectáreas de jardín y su edificio, pasó desde 1938 a pertenecer a «Franco, F., Excmo. Sr.», según consta textualmente en el registro de la propiedad del municipio de Sada.
Si el «obsequio» de sus queridos paisanos no se realizó de un modo verdaderamente popular, el nombre de Francisco Franco tampoco quedará «asociado para siempre» a Meirás. Su yerno, Cristóbal Martínez-Bordiú, se lanzó a la venta del santuario después del incendio que, el 19 de febrero de 1978, destruyó la techumbre y parte del castillo, hasta dejar en la más absoluta desolación este monumento histórico-artístico.
Las palabras del marqués de Villaverde desde los micrófonos de la COPE, en una entrevista de 1988, fueron elocuentes. Ante la pregunta: «¿Van a vender ustedes el Pazo de Meirás?». El nuevo jefe de la casa Franco respondió: «Bueno, todo se compra y todo se vende. Depende de si nosotros podemos seguir manteniéndolo o no. Porque claro, el Canto del Pico, el Pazo de Meirás y la casa de Hermanos Bécquer son patrimonios muy caros, que no rinden y que cuestan de mantener. Y llega un momento determinado en que una vaca se queda sin leche, porque se acaba, y hay que comerse la vaca porque si no la vaca acaba con nosotros». […]
Con la herencia, la familia se enfrentó a una espectacular subida de costos. En primer lugar, el ayuntamiento de Ferrol dejó de abonar las tasas que hasta entonces pagaba como deferencia «al fundador del nuevo Imperio». De repente, también se disparó la base imponible de la propiedad, que Hacienda había congelado durante décadas, en 4.740 pesetas, después de que el Pazo comenzara en 1938 a pagar anualmente 1.560 pesetas, en dos recibos semestrales. Una cuota irrisoria mientras un simple chalet de cien metros cuadrados cotizaba cinco veces más. El bolsillo comenzó a dolerle a los Franco cuando supieron que tendrían que abonar 500.000 pesetas al año por mantener el pazo. En su fuero interno debió de parecerles demasiado dinero por un simple recuerdo estival. Tras un segundo incendio que no logró arrasar el edificio de Meirás, la familia Franco recibió la primera oferta de compra.
En marzo de 1982, Joaquín López Menéndez, alcalde de A Coruña por la UCD, ofreció ciento ochenta millones de pesetas por la «recompra» de una propiedad que el propio ayuntamiento había regalado cuarenta y cuatro años antes. Eran momentos en los que se pugnaba por la capitalidad del Gobierno autónomo gallego y López Menéndez se contaba entre los partidarios de situar la sede de la Xunta cerca de A Coruña. El pazo, a solo quince kilómetros, le pareció una solución ideal. Cuando la capital de Galicia fue ubicada en Santiago de Compostela, la venta de Meirás quedó relegada, en espera de un mejor postor. Muchos parecían interesados. Se habló incluso del deseo del cantante Julio Iglesias, domiciliado en Miami, de comprarlo como residencia veraniega, pero las conversaciones y las ofertas se mantuvieron en el hermetismo más absoluto.
En diciembre de 1987, Cristóbal Martínez-Bordiú puso en manos de su amigo Ramón Fernández Ares, alcalde popular de Sada, las gestiones pertinentes para vender el pazo. En 1988, antes de la muerte de Carmen Polo, los Franco desestimaron una oferta de la Diputación Provincial de A Coruña en la que les ofrecía quinientos millones de pesetas por el símbolo más emblemático del franquismo.
Actualmente, según la última tasación, el pazo de Meirás podría alcanzar un valor de venta superior a los mil millones de pesetas si el terreno que rodea las Torres sirviera para construir una zona residencial de chalets, ya que son edificables 80.000 metros cuadrados de antiguo suelo rústico. Un gran negocio en ciernes que ya tuvo su primera expresión el 20 de junio de 1991, cuando Carmen Franco, con la participación de Rodríguez Ares, vendió 13.045,5 metros cuadrados de esos terrenos a las mercantiles Maquinsae S.L. y Fincas Cedeira Galicia S.A., según el registro de la propiedad de Betanzos. Situadas en la entrada principal del edificio histórico, las parcelas vendidas poseen varias construcciones de planta baja y escasa calidad que antaño sirvieron de albergue a las fuerzas militares y de la Guardia Civil que protegían a los Franco durante sus veraneos. […]
El 10 de julio de 2019 el Gobierno reclamó judicialmente la devolución del Pazo de Meirás. A través de la Abogacía del Estado, presentó una demanda ante el Juzgado de Primera Instancia número 1 de A Coruña, contra los nietos de Franco y la inmobiliaria Pristina S.L., propiedad de Francis Franco, quien había anunciado a la Xunta su intención de vender a esa compañía su parte heredada del Pazo, que los Franco han puesto a la venta por ocho millones de euros en un portal inmobiliario.[…]
Las torres de Meirás habían sido vendidas dos veces. La primera en 1938; la segunda en 1941 mediante un «acuerdo fraudulento». Para la Abogacía del Estado se trata de un «negocio simulado», una «falsedad en documento público». Un delito. La escritura fechada en Madrid el 24 de mayo de 1941, ante el notario Luis Sierra Bermejo, recoge un contrato de compraventa entre Francisco Franco, representado por Pedro Barrié de la Maza, y Manuela Esteban-Collantes, viuda del hijo de Pardo Bazán. Según fuentes de la Abogacía del Estado en declaraciones a El País, este documento sirvió «para crear artificiosamente la apariencia de que Francisco Franco adquiría ese mismo inmueble por un precio de 85.000 pesetas, una cantidad irrisoria».
Porque las torres ya habían sido compradas tres años antes, pero no se sabía dónde estaba el documento, y se ha podido demostrar cuando los abogados del Estado encontraron el acta notarial firmada en el despacho del gobernador civil, Muñoz Rodríguez de Aguilar, en la que se demuestra que Meirás había sido adquirido el 3 de agosto de 1938, por la Junta Pro-Pazo, y entregado al dictador, quien se hizo cargo de la propiedad inmediatamente. Este documento que posibilita la demanda del Gobierno no se encontraba demasiado lejos de Meirás. Fue hallado en la parte trasera de la sede del Tribunal Supremo de Justicia de Galicia, en A Coruña; almacenado durante décadas en el Archivo Histórico de Protocolos del Ilustre Colegio Notarial de Galicia, apenas a quince kilómetros del Pazo. El procedimiento judicial de ese tipo de demandas suele tardar alrededor de dos años para resolverse.
VALDEFUENTES, LA SOCIEDAD ANÓNIMA DE SU EXCELENTÍSIMO QUE FRANCIS CONVIRTIÓ EN PLATO DE PELÍCULAS ERÓTICAS
Algunas bolsas de basura se acumulaban en la entrada, desperdigadas junto a restos de tapicerías, escombros, hierros torcidos y algún que otro animal en putrefacción. Los domingos, muchos automovilistas acuden al lugar a lavar sus coches aprovechando la sombra de los pinos, los únicos árboles que pueden encontrarse a la salida del pueblo madrileño de Móstoles, con dirección a Navalcarnero.
—Lo raro —me dijo un trabajador de la Comunidad de Madrid, dedicado al servicio de esa carretera comarcal— es que, con tanta rama seca y tanto abandono, no se haya producido todavía un incendio.—Ciertamente —comenté—. Esta es la única propiedad de Franco que no se ha quemado nunca después de su muerte.
La finca se llama Valdefuentes, más conocida como «el coto de Franco», y en vida del general fue un suntuoso refugio que él habilitó y decoró con sus trofeos de caza; se hizo construir una iglesia a su gusto, e incluso dirigió personalmente su explotación ganadera y agrícola que, como todas las cosas que hacía aquel hombre excepcional, debía ser un ejemplo para todos los españoles. No todo era la caza y la pesca, o hacer guardia sobre los luceros. También era el primer ganadero de España.
Ahora, de todo aquel esplendor oficial, solo queda el recuerdo. Una simple barrera cilíndrica, en el kilómetro 21 de la antigua carretera de Extremadura, detiene a quien pretenda adentrarse en los casi diez millones de metros cuadrados (9.845.088) que componen Valdefuentes, en el término municipal de Arroyomolinos. Cuando yo la visité no había ningún vigilante, apenas un cartel deteriorado durante décadas que anunciaba, sin nombres propios, que aquella era una propiedad privada y que estaba prohibido el paso.
Álamos, praderas, algunos viñedos trabajados por un solitario tractor, huertas, pinos y un riachuelo componen la heredad en la que Franco desarrolló sus dotes agropecuarias y utilizó las últimas tecnologías en la explotación ganadera, después de trasladar allí parte de las ovejas que tenía en El Pardo. Hizo pozos y encontró agua, por lo que obtuvo varias cosechas de trigo, patatas, tabaco y ajos.
Entusiasmado, Franco ordenó alzar modernos establos, construidos por Banús, en los que albergó a más de doscientas vacas y miles de gallinas. El dictador estaba, en palabras de su primo y secretario, Francisco Franco Salgado-Araujo, «encantado con su finca, a la que saca pingües beneficios, y le entretiene y sirve para que tome el aire y el sol por las tardes cuando suele ir». […]
«Esta finca se compró por intermedio de Sanchiz, que la conocía muy bien por ser amigo de los antiguos dueños, a quienes dijo que la compraba para su sobrino el marqués de Villaverde», relató Franco a su primo secretario el 8 de marzo de 1955. Ni la propiedad fue comprada en el sentido estricto del término, ni Sanchiz engañó a su dueño, Luis Figueroa, diciéndole que era un regalo para su sobrino Cristóbal. Franco dejó que el tío Pepe ejerciera con total libertad como intermediario suyo; que le representara en un cambalache que, a todas luces, parece innecesario. […]
Si Franco era el propietario oficial del Canto del Pico y de Meirás, ¿por qué no podía estar a su nombre la explotación de Valdefuentes, cuando públicamente la finca se consideraba exclusivamente suya? Esta investigación no ha podido hallar una respuesta exacta. Quizá la corte de El Pardo, y muy especialmente Sanchiz, movido por intereses muy personales, convencieron a Franco de que podría ser un argumento utilizado por sus enemigos que el general apareciera claramente «sacando adelante una sociedad anónima», cuando en sus manos tenía los destinos de España, la más complicada de las empresas. De cualquier modo, el general estaba al tanto de los movimientos de Sanchiz. Como afirma Ramón Garriga, Franco cultivaba la corrupción «como norma política, partiendo del principio de que quienes colaboraban con el Régimen serían fieles mientras los asuntos del bolsillo marcharan viento en popa».
Cristóbal Martínez-Bordiú, el auténtico jefe, otorgó a su primer hijo varón [Francis] todas las facultades ejecutivas de las que él disponía, excepto las de vender o alterar los bienes de la finca. Y Francis Franco supo convertir Valdefuentes en dinero fresco. Lo suyo no era el campo ni mucho menos la ganadería. Sabía cazar en las mil hectáreas de coto, pero las ochocientas de sembrado ya eran otro problema. […]
Durante un año, Francis Franco dedicó Valdefuentes a otro menester: el cine, con el que había entrado en contacto al ser contratado como asesor en el filme La escopeta nacional, de Luis García Berlanga. Estrenada en septiembre de 1978, la película relata una de aquellas suculentas cacerías del Régimen. […]
El coto predilecto de Franco se convirtió en un sorprendente plató de películas españolas más o menos sensuales. En plena apertura cinematográfica, las carnes y la morbosidad se abrieron en un lugar considerado en otro tiempo un santuario inviolable. Allí, en la propia capilla construida personalmente por el Generalísimo, donde consultó con el Altísimo, del que era Espada, tantas veces sus decisiones políticas, el nieto predilecto permitió que se rodaran películas calificadas S (es decir, de contenido erótico) y de terror made in Spain. El título de una de ellas, con Cristina Galbó como protagonista, parece todo un sarcasmo: Sobrenatural, dirigida por Eugenio Martín, en la que un cadáver regresa del más allá para imponer su ley a la colectividad.
En tres meses de 1981, el hombre de negocios Francis Franco consiguió que se rodaran quince películas. Así me lo relató el cineasta Carlos Puerto:—Francis llevaba directamente el asunto. Él hacía los contratos, e incluso apareció en el rodaje para saludar. Por lo aparatoso de un rodaje, no podía hacer los contratos por su cuenta, a escondidas, y debió contar con el beneplácito de otras personas. Por mi experiencia, te diré que Francis es muy pesetero.
—¿Había mucha actividad cinematográfica en la finca?
—Antes que la mía. Por ejemplo, recuerdo que Eugenio Martín rodó un filme de terror, y después se hicieron otras películas. La casa tenía de todo, incluso una capilla. Nosotros estuvimos allí una semana.
—¿En qué estado encontró usted la casa?
—En total abandono. Había un coche acorazado del que se decía que había sido el primer coche blindado de Franco, un regalo de Hitler. Y estaba allí semiescondido, en un lugar donde nosotros habilitamos el comedor. Husmeando un poco por las habitaciones, vi montones de archivos, papeles en legajos y documentos que no eran privados porque tenían el sello oficial. Había cuadros buenos en las paredes y objetos valiosos, como tapices y esculturas, pero todo estaba muy abandonado y sin orden.
Carlos Puerto rodó en Valdefuentes su filme Historias burlescas: la vida, el amor y la muerte. En ella, la malograda Azucena Hernández interpretaba junto a Miguel Ayores una escena de cama ante la mirada de un chimpancé. La cinta, con un reparto compuesto también por las eróticas María José Cantudo y Silvia Aguilar, pretendía criticar con desparpajo las costumbres de una época, y Azucena Hernández, en el episodio titulado El primer hijo, terminaba dando a luz un mono. El general Franco hubiera perdido su parsimonia gallega de saber que en su propiedad favorita, y en la iglesia que él mismo había hecho levantar, se iban a desarrollar escenas semejantes, con mujeres desnudas, ritos satánicos y cantos apócrifos a la evolución de las especies, pero a la inversa.
ARDE EL PAZO DE MEIRÁS (Y TODO LO DEMÁS TAMBIÉN)
Con cuentagotas, ciertos sucesos empezaban a hacer incómoda la vida de la familia Franco en España. En apariencia. Era el adiós a los privilegios más vistosos y al temeroso respeto de antaño. El incipiente cambio tuvo para muchos su máxima expresión en un incidente fechado en 1977, cuando Carmen Polo circulaba en su coche oficial por una calle de Vigo y su vehículo atropelló levemente a un peatón. Los testigos del accidente, al reconocer a la viuda de Franco, comenzaron a increparla con extrema dureza. La Señora optó prudentemente por marcharse.
Al deterioro de la imagen familiar provocado por los episodios del furtivo Francis y el de Carmen Franco cargada de medallas en el aeropuerto de Barajas había que sumar un nuevo suceso: el primer incendio del Pazo de Meirás, el mayor símbolo del poder personal del general Franco.
A las 23 horas del 18 de febrero de 1978, el guardián de la finca se asomó a la ventana de su casa y vio un resplandor rojizo que iluminaba los contornos del palacete mientras las llamas escapaban por la balconada del primer piso. Pasto del fuego, la sala de los Consejos de Ministros y las habitaciones privadas quedaron reducidas a ceniza. Ardieron las acuarelas y los óleos pintados por Franco en sus horas de ocio, pero también documentos decisivos sobre la ascensión del Generalísimo al poder, diarios personales e informes secretos sobre la restauración de la Monarquía, en un momento en el que la opinión pública debatía si los papeles de Franco eran propiedad privada o patrimonio de todos los españoles.
Ante los ojos de los bomberos, guardias civiles y paisanos que participaron en las operaciones de salvamento surgieron candelabros, lámparas de cristal tallado, braseros de bronce, atriles, tapices, alfombras, cuadros, fragmentos de retablos, una sillería de oro monástico, muebles de maderas nobles, colecciones de armas antiguas, multitud de trofeos de caza, un enorme piano de cola… El Gobierno civil de A Coruña achacaba el siniestro a un simple cortocircuito en la instalación eléctrica. […]
Las especulaciones también echaron leña a este fuego. Para los Franco, que ya habían dado muestras de querer vender el Pazo, esta propiedad les resultaba una verdadera carga. Además, el fiel Taboada, guardián de Meirás, opinó en todo momento que aquel incendio había sido un atentado. «¿Cómo pueden estar tan seguros de que todas las puertas y ventanas estaban cerradas —inquirió el hombre—, si los bomberos lo echaron todo abajo, sin una inspección previa y a fondo?»
Convaleciente de una grave caída, Pilar Franco Bahamonde, a sus 83 años, declaró tras el incendio: «Toda la familia estamos amargados con tanta calumnia e injuria que se dice sobre nosotros. Sin ir más lejos, hace unas semanas quemaron intencionadamente el Pazo de Meirás y todavía los periódicos quieren hacer ver que fue un accidente fortuito». Y añadía: «Aunque se habla mucho de la fortuna de los Franco, no tenemos dónde caernos muertos». […]
Tampoco se supo jamás si el incendio del Canto del Pico había sido intencionado. Se desconocía la manera en que había empezado un fuego que pudo arrasar la frondosa finca y convertir en cenizas cientos de hectáreas de terreno rústico con el que nadie podía especular todavía, como ya se ha contado en un capítulo anterior.
En menos de dos años, las propiedades más carismáticas de la familia Franco habían sido asaltadas o convertidas en hogueras. Sospechosamente. Por eso, en pleno verano de 1984, cuando el Pazo de Meirás fue desvalijado, utilizando una simple palanqueta, por unos expertos ladrones que robaron obras de arte estimadas en quince millones de pesetas, el asunto apenas fue noticia.
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