La tragedia de Linda Lovelace, la estrella porno que acabó convertida en un icono del feminismo
En 1972, Garganta profunda, una pequeña película pornográfica casi amateur, se convirtió en un éxito sin precedentes que superó en taquilla a grandes producciones como Cabaret y Shaft y convirtió el acto furtivo de asistir a una proyección clasificada X en el acontecimiento social al que había que asistir para no quedarse fuera de las conversaciones.
¿Y quién era la persona en el centro de aquel fenómeno? ¿Quién era la dueña de aquella garganta profunda y prodigiosa? Linda Lovelace –obviamente un nombre artístico, aunque ella inocentemente intentase hacer creer lo contrario–. Linda Boreman había nacido en el Bronx el 10 de enero de 1949. Sus padres, un policía y una camarera, la habían criado entre rezos y severos castigos corporales por lo que no tardó en abandonar el hogar familiar. No tenía muchas ambiciones, sólo ganar algún dinero trabajando en clubs de striptease, pero un accidente de coche truncó sus ansias de libertad y se vió obligada a volver a casa. Sus padres se habían mudado a Florida y allí, al borde de una piscina, fue donde conoció a la persona que iba a marcar su destino: Chuck Traynor, un seductor para algunos y un chulo de medio pelo para la mayoría. Le dio algo de hierba y un paseo en su llamativo Jaguar XKE convertible con asientos de cuero y en poco menos de un mes se fueron a vivir juntos.
Había escapado de unos padres abusivos para lanzarse a los brazos de otro maltratador. De lo único que se había librado era de la estricta educación católica, de hecho se había ido al lado opuesto del espectro moral. Junto a Traynor empezó a grabar pequeños films pornográficos amateurs y a frecuentar reuniones de intercambio de parejas y en una de ellas conoció a otro hombre vital en su vida, Gerald Damiano, un peluquero devenido en director de cine, que impresionado por cierta habilidad de Linda que Juan Cruz definió como "el empleo multiforme de sus capacidades bucales" escribió un guion pensando en ella.
Aparte de Damiano nadie más creía que aquella mujer con un aspecto tan convencional pudiese despertar ningún deseo sexual y mucho menos Louis Peraino, un mafioso con ínfulas de autor que según cuenta Tim Adler en Hollywood y la mafia puso los 22.000 dólares que costó la película. En la incipiente industria del porno se demandaban perfiles más sensuales y recauchutados y Lovelace era anodina, tenía el mismo aspecto que cualquier otra chica que podías cruzarte en unos grandes almacenes de Florida o Nueva York. Y ese fue el secreto de su éxito, su frescura la hacía creíble, la mayoría de los espectadores del porno no podían ni soñar con el tipo de mujeres que aparecían en aquellas películas, pero Linda parecía "accesible". Damiano supo verlo y para hacerla más especial sugirió un cambio de nombre y Boreman pasó a ser Lovelace, LL, una idea inspirada en el mito erótico de la década anterior: BB, Brigitte Bardot.
El argumento pergeñado por Damiano era bastante demencial –para los setenta, claro, al lado del porno con dinosaurios,resulta más convencional que un telefilm alemán de sobremesa–. Narraba la historia de una mujer incapaz de sentir orgasmos que descubre casualmente que su problema es que tiene el clítoris en la garganta, o sea que su Satisfyer lo fabricaría Oral-B. No deja de ser una premisa revolucionaria: en un tiempo en los que el orgasmo vaginal se consideraba preponderante supuso una pequeña revolución, a pesar de los estudios de Kinsey y Master and Johnson muchos preferían aferrarse a las obsoletas ideas de Freud según las cuales el orgasmo clitoriano era una fase de la adolescencia, como el acné.
Garganta profunda supuso una revolución para la industria: al contrario que las películas que la habían precedido tenía un argumento, absurdo, pero un argumento, y también un humor chusco, pero efectivo. Había múltiples localizaciones y cambios de vestuario e incluso aparecían en pantalla los nombres de los protagonistas. Era cine "de verdad" a pesar de que se había rodado a toda pastilla y con un presupuesto ínfimo.
El éxito sorprendió a todo el mundo, se convirtió en un fenómeno social y si no la habías visto no tenías de qué hablar. En Ensalada loca, Nora Ephron reconoció que había ido a verla porque todo el mundo la había visto, algunos incluso tres veces como Mike Nichols, director de El graduado y Armas de mujer . A Ephron que algo sabía de orgasmos –escribió el más famoso del cine, el de Meg Ryan en Cuando harry encontró a Sally– le horrorizó, dijo que era una de las películas más "inquietantes y desagradables" que había visto en su vida y añadió "no sólo es antifemenina sino también antisexual". Su opinión no era la de la mayoría, celebridades como Frank Sinatra, Shirley McLaine o Sammy Davis J.Rse dejaban ver en las salas y en las proyecciones coincidían estudiantes universitarios, matrimonios de mediana edad y señoras del Upper East Side.
The New York Times la definió como "porno chic" y Frank Yablans de Paramount Pictures la llamó “El Padrino del porno".Aquello fue demasiado para la administración Nixon que lanzó toda su furia contra la película. Unos documentos desclasificados en 2009 desvelaron que el FBI había incautado negativos, destruido copias e investigado a todos los vinculados con la cinta. Su exhibición se prohibió en 20 estados y cuanto más furibundos eran los ataques contra ella más crecían las colas a la puerta de los cines. Su penetración en la cultura popular era tal que sirvió para bautizar a la misteriosa fuente que alimentaba las investigaciones de Woodward y Bernstein sobre el caso Watergate. Garganta profunda supuso un doble dolor de cabeza para Nixon, aunque el ocasionado por aquel misterioso informante, W. Frank Felt –paradójicamente un miembro destacado del FBI según desveló Vanity Fair– fue el que la hizo rodar.
Garganta profunda era el evento del año y Linda Lovelace el centro de toda aquella fiesta, pero la luz de los focos no permaneció mucho tiempo sobre ella. Se rodaron dos secuelas, pero el impacto fue mínimo y la industria "seria" no estaba dispuesta a abrirle sus puertas. Una cosa era reírle las gracias en las fiestas y otra permitirle que se igualase a ellos. Aprovechando la libertad que le proporcionó su efímero estatus se quitó de encima a Traynor y desapareció del foco. Hasta que en 1980 publicó Ordeal, una autobiografía que lo ponía todo patas arriba. En ella Lovelace hablaba de palizas y coaccionesy desvelaba que no había recibido ni un dólar de los beneficios de la película, –se estima que generó 600 millones y el dinero entraba en tal cantidad en la productora que los Perino en lugar de contarlo lo pesaban–. Todos se habían lucrado con u negocio que había sido redondo gracias a ella. “Cuando ustedes ven la película Garganta profunda están viendo cómo soy violada. Es un crimen que se siga mostrando”, clamaba desde las páginas del libro.
Desde el inicio de su relación, Traynor había sido su proxeneta y le había obligado a grabar sus escenas sexuales, algunas incluso incluían zoofilia, a punta de pistola. Los que compartieron rodaje con ella reconocen que había marcas en su cuerpo y esas marcas se correspondían sospechosamente con las botas de punta plateada de su marido. También revelaba que lo que había hecho que el mafioso Perino la aceptase en su película no fueron las dotes de convicción de Damiano sino las felaciones que le había hecho a diario obligada por su marido, que llegó a ofrecérsela a otros miembros del clan por miedo a perder sus poco más de mil dólares de comisión. La imagen de chica cándida que disfruta del sexo desinhibido en todas sus variantes que Traynor había intentado vender había sido tan irreal como aquel clítoris gutural que había revolucionado Estados Unidos de costa a costa. Linda Boreman sólo era una veinteañera asustada y desubicada intenndo huir de unos padres abusivos había caído en un pozo del que no podría salir indemne.
A pesar de las palabras de Lovelace, no hubo ninguna acusación formal contra un Traynor que no tardó en engancharse a una nueva estrella emergente del cine para adultos, Marilyn Chambers, protagonista del otro gran éxito de 1972, Tras la puerta verde. Lovelace por su parte recuperó el apellido Boreman y se casó con Larry Marchiano, un obrero con el que tuvo dos hijos. Dijo adiós definitivamente al cine y concentró sus energías en la lucha contra la industria que la había esclavizado. Ofreció conferencias en universidades contando su valioso testimonio sobre los estragos que la industria del porno causaba entre los jóvenes. También fue miembro activo de la organización Women Against Pornography y contó con el apoyo de una de sus figuras más prominentes, Gloria Steinem, que prologó la revisión de su autobiografía, Out of Bondage . En 1984 testificó en las audiencias de la Comisión Meese, promovida por Reagan para investigar los efectos de la pornografía en mujeres y niños.
Un par de años después, en 1986 y ya sin un dólar en el bolsillo, fue sometida a un trasplante de hígado. No era su primera operación grave, meses antes había tenido que someterse a una doble mastectomía tras descubrírsele tumores cancerígenos, posiblemente provocados por las inyecciones de silicona que Traynor le había obligado a aplicarse al inicio de su carrera con el fin de tener un aspecto más sugerente. Los gastos derivados de la operación –más de 200.000 dólares– la obligaron a volver a visitar convenciones donde aceptaba firmar memorabilia de Garganta profunda con su antiguo nombre. Para sobrevivir tenía que reconciliarse con aquella vida que la había destruído. Aquella película que seguía enriqueciendo a los mafiosos que la produjeron y qu aún hoy es la película para mayores de 17 años más taquillera de la historia por delante de El último tango en París y Showgirls.
El 3 de abril de 2002, Linda volvió a sufrir un accidente automovilístico, pero esta vez no se recuperó de las heridas. Falleció a los 53 años. En sus últimas horas estuvo acompañada por sus hijos y por su ya ex marido Larry Marchiano con quien seguía manteniendo una gran amistad.
En 1997 había concedido una de sus últimas entrevistas en la que parecía haber dejado atrás todos sus demonios: "Me miro en el espejo y me veo más feliz que he visto en toda mi vida, no me avergüenzo de mi pasado ni estoy triste por eso. Y lo que la gente pueda pensar de mí, bueno, eso no me importa. Me miro en el espejo y sé que he sobrevivido". Desgraciadamente su legado como azote de la explotación en la pornografía ha quedado sepultado por el peso de la película que destrozó su vida.
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