Las pinturas que han inspirado al actor Pedro Alonso para su último papel
Hay vida más allá de Berlín. Por más que el seductor psicópata de La casa de papel haya lanzado a su actor, Pedro Alonso (Vigo, 1971), al estrellato. Cuando una serie en la que participas se convierte en un éxito planetario, lo fácil es perder el equilibrio. Él no. Porque, detrás de su trabajo como intérprete, hay alguien capaz de no quedarse en esa zona de confort que, en los últimos tiempos, lo ha traído en jaque: «Vivo esto con perplejidad, es difícil poner en perspectiva algo de este calibre. Pero me ha pillado a una edad que me hace verlo con toda la distancia posible. Tienes que respirar para no perder tu toma de tierra, para no convertirte en alguien diferente de quien eres. Sé que esto pasará, así que me concentro en reforzar mis intenciones y, en vez de ir más rápido y hacer más cosas, hago menos y nutro mi corazón».
Tras rodar la cuarta temporada de la serie, Alonso ha abandonado la piel de Berlín para dar vida a Q, un escritor de novela negra cuyos crímenes no se quedan solo en la ficción… Ese es el arranque de El silencio del pantano, la inquietante ópera prima del realizador Marc Vigil que, desde el minuto uno, supone una auténtica bofetada para el espectador (estreno: 1 de enero). «La historia no habla de un mundo muy amable. Y cuando la acabas de ver, tampoco deja muchas ventanas abiertas a lo luminoso. Es una trama amarga, oscura, nihilista. Lo curioso es que está rodada con una puesta en escena y un gusto por lo visual muy fino», asegura el actor.
De nuevo, un psicópata como Berlín. «Muchos se preguntarán si estoy llevando mi vida por buena dirección [risas]… Berlín se ha hecho querer por su sentido del humor, por ser excéntrico, expresivo y con un amor por la vida al límite», explica Alonso. «Q es muy distinto: se dedica a la comunicación, pero es incapaz de expresar sus pensamientos. Según me metía en su longitud de onda, me costaba mucho no sentirme perdido. Me daba miedo que el personaje no tuviera retorno por parte del espectador, que este no entendiera que hay una herida, una necesidad de desahogo de una mente muy enferma. Es de lo más duro, áspero y difícil que he hecho».
Salir de un papel así no parece tarea fácil. «Con los años, mi compromiso con el trabajo ha ido a más. Intento que mi implicación sea grande, pero procuro no hacer trampas, no inventar y, cuando encuentro zonas de afinidad con el personaje, sigo adelante. Así, en vez de ser un proceso enfermizo, cada vez me resulta más saludable», confiesa.
En esa ardua fase de creación, pintar se ha convertido en una necesidad igualmente sanadora. «En los últimos 14 años, lo que más he hecho ha sido pintar. Es una forma de reconectar, un modo de mirar más intuitivo, menos racional. Hay demasiada cabeza en este mundo, y quiero más instinto. Mientras compongo al personaje, forro mi casa o el espacio donde estoy preparando el papel, hasta que las pinturas lo envuelven todo. Al acabar el proceso, recojo el material y ya. Hay algo que me ha purgado, que me ha hecho conocerme más por dentro. Y eso solo puede ser positivo».
Crecer como actor, también como ser humano, a pesar del éxito (o gracias a él). Unas veces, delante de una cámara; otras, tecleando en el ordenador. Como hace unas semanas, en plena selva del Amazonas, donde se instaló dos meses para concluir una novela, El libro de Filipo, que publicará en abril: «Es una historia de iniciación espiritual ambientada en tiempos del Imperio romano. Trata de un soldado al que mandan a Oriente, donde conoce al líder de un grupo rebelde que le cambiará la vida. Lo curioso es que nació en unas sesiones hipnóticas que hice para descubrir vidas pasadas».
Reconoce que está bien eso de trabajar como intérprete por cuenta ajena y, entre proyecto y proyecto, seguir poniéndose en cuestión y acometiendo incluso sus propios proyectos audiovisuales. «Esas actividades paralelas me están ayudando a equilibrar todo el éxito que estoy viviendo como actor, a tener un mundo personal en marcha. Y eso ya no hay quien lo pare». Desde luego, después de Berlín, hay Pedro Alonso para rato.
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