Mikel Larra\u00f1aga es el misterioso Roberto Olmedo: \u201cTiene una triple cara\u201d

Nació en Orio, Guipuzcoa, pero siendo niño se mudó a San Sebastián. En el colegio se apuntó a dramatización y así le llegó la vocación por actuar. A los 16 años quiso ingresar en alguna escuela de arte dramático de Madrid, pero el gasto económico le hizo renunciar y dedicarse a la peluquería. A sus 40 años, con un trabajo estable y dos hijas, Mikel Larrañaga se lanzó a perseguir su pasión, estudió interpretación y, ahora, camina por Acacias 38 como el inquietante señor Olmedo.

A veces, los sueños se cumplen.

Acacias 38 es mi primera serie diaria, somos una gran familia. Cada día me siento más actor y eso es increíble. Está siendo un buen aprendizaje y agradezco la oportunidad.

Tu papel es todo un caramelo, guarda muchos secretos…

Eso parece (risas). Roberto tiene una triple cara que me gusta mucho, no es igual con los vecinos, con su mujer Sabina [Ana Goya] o con su nieto [Pablo Carro]. Es misterioso.

También es un poco canalla. ¿Os parecéis en algún rasgo?

En casi nada, esa parte pícara que él tiene la envidio. Eso sí, el personaje está en evolución, va cambiando. A veces, hablo con los guionistas para meterle cosas nuevas. Todavía estamos construyéndolo.

Estabas adaptándote a él cuando pararon el rodaje.

Grabé un par de días en el mes de marzo y, de repente, saltó el estado de alarma y tuvimos que hacer un descanso. Ahora, hemos vuelto con ganas. Y con medidas de seguridad… Estamos con mascarilla hasta en los camerinos. Solo nos la quitamos para grabar e ir a maquillaje. El coronavirus ha afectado a la televisión e, igualmente, al cine y al teatro, que es donde yo empecé en esta profesión.

¿Qué sientes cada vez que te subes a las tablas?

Emoción, recuerdo los montajes que he hecho con mi grupo Teatro Estudio de San Sebastián. Tengo ganas de hacer otra función, la última fue Baile de huesos, de Elena Belmonte, en 2019. Tobías está en mi lista de lo papeles a los que tengo más cariño.

¿Qué otro añadirías?

Además de Roberto, metería a mi personaje de un loco nazi en la obra ¿Cuánto cuesta el hierro?, de Bertolt Brecht, porque me permitió ponerme a prueba. Me considero un hombre de retos.

¿Y crítico contigo?

Me veo y no me gusto. Por eso, escucho a la gente que es objetiva, entiende de este oficio y es sincera con mi trabajo. Aprendí a ser humilde y enfrentar las cosas, a no echarme para atrás gracias a mi familia.

¿Te apoyaron en tu carrera?

Sí, aunque mi madre se culpaba de no haberme podido ayudar con la interpretación cuando era joven. Siempre tuvo esa espinita clavada.

¿Llegó a verte en pantalla?

Murió hace tres años, pero antes pudo verme en el cine, en El laberinto del fauno. Era tetrapléjica y la llevé al estreno en su silla de ruedas, miraba mis escenas y decía: “¡Vaya, ahí estás tú!”. Sabía que este oficio lo era todo para mí, aunque a veces sea duro.

¿Nunca pensaste dejarlo?

No, porque me costó mucho llegar aquí. Eso sí, para que no me sobrepase, mantengo mis momentos de desconexión paseando, viajando, y, por supuesto, leyendo, porque me encanta, aunque ahora solo tengo entre las manos guiones (risas).

¿Cuál te gustaría que fuera el siguiente en un futuro?

De momento vivo el presente, porque quiero centrarme en el camino que recorro. Pero me encantará hacer de nuevo algo de cine y, claro, de teatro.

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