Muriel Bowser, la alcaldesa de Washington D.C. que ha plantado cara a Trump

Washington D.C. tiene la peor fama, la de ser un laberinto en el que solo burócratas y lobistas conocen el camino a la Casa Blanca. La capital de EE.UU. también es una especie de oasis. Desde que en 1975 se creó la alcaldía, todos los que han ostentado el cargo han tenido en común dos cosas: ser demócratas y afroamericanos. Es el caso de Muriel Bowser (Washington D.C., 1972), que lo desempeña desde hace cinco años. Sin pedigrí político ni padrinos, lleva desde 2004 ganando por abrumadora mayoría las elecciones a las que se ha presentado.

¿Quién es?

  • Nacida y criada en uno de los barrios más duros de Washington D.C., es la menor de los seis hijos de Joe y Joan Bowser.
  • Alcaldesa capital: Involucrada desde hace más de década y media en la política local, en 2018 fue reelegida por segunda vez alcaldesa de la capital norteamericana.
  • ¿Por qué nos inspira? En plena ola de protestas por el asesinato de George Floyd, con el presidente Trump reclamando la presencia del ejército de EE.UU. en las calles, Bowser cambió el nombre de la calle frente a la Casa Blanca: la antigua 16th Street NW ahora se llama Black Lives Matter Plaza.

A diferencia del vecino más ruidoso de Washington, Bowser entiende el poder como una responsabilidad. Cuando el presidente Trump, bunkerizado en la Casa Blanca por las protestas contra la violencia policial y el racismo, desalojó por la fuerza las calles, la alcaldesa las reclamó de nuevo.

Rebautizó una vía anejas a la Casa Blanca como el movimiento que ha despertado al mundo: Black Lives Matter [Las vidas negras importan]. Una placa era poco, hizo que lo escribieran con grandes letras en el asfalto.

Frente a las bravuconadas, Bowser cree en la fuerza de la empatía. Declaró Washington “ciudad santuario” para los inmigrantes cuando Trump ordenaba deportaciones en masa, se presenta como “una alcaldesa que odia las armas” y reconoce el efecto de la maternidad en su forma de ver la política. Al adoptar a su hija Miranda hace dos años, sola y con la complicidad de sus padres, vio que debía reducir a 30 km/h el límite de velocidad en la ciudad. “No se puede ir por la calle con un niño con los coches pasando a 70 km/h”, justificó.

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