Noemí L. Trujillo:
Tiene 31 años y ya lidia con una gran carga cada día, emocional y física. Le quema por dentro. A ella y a muchas más. Con El vientre vacío (Capitán Swing), la periodista Noemí López Trujillo no sólo ha destapado lo más profundo de sus preocupaciones, si no que ha dado voz a una parte importante de las mujeres españolas que ronda los 30 años: la precariedad y las injusticias sociales y profesionales que han llevado a que temas tan ‘primarios’ hace décadas como ser madre se posterguen hasta, en ocasiones, verse obligadas a renunciar a ello. ¿Saldremos de esta? ¿Mejorarán las cosas para esta generación que si no puede casi llegar a fin de mes, le resulta impensable tener un hijo?
Lo cierto es que Noemí, que ahora se ocupa de temas sociales y de género en Newtral.es, no intenta aportar soluciones ni dar lecciones a nadie con estas páginas, simplemente mostrar una realidad de la que poco se habla a través de multitud de datos y testimonios. Ella lo describe como «esa claustrofobia en la que estamos».
En el libro hablas sobre todo del componente económico que hace complicado tener hijos, pero ¿y el psicológico?
Claro que está ahí. Concretamente la generación que retrato es esa que cuando éramos pequeñas vivíamos bastante bien con esa idea de vida mejor que la de nuestros padres. La crisis, entonces, fue un golpe que no nos esperamos. Se nos ha inculcado que íbamos a mejorar. Y de repente el miedo, que no está ahí quieto; el miedo lo intoxica todo. Y cuando te das cuenta de que no hay nada duradero, es normal que ese miedo lo extrapoles a otras cuestiones vitales como la maternidad. Es una ‘sobrereaccion’, pero legitima, por la incertidumbre desde hace una década. El propio hecho de que yo me excuse en la precariedad es significativo de que algo pasa. Parece que la maternidad se está convirtiendo en un hecho de salir adelante. Nunca va a ser lo ideal tener un hijo porque el sistema no va a cambiar de repente. El progreso es corregir los errores de otras generaciones. Queremos ser madres, pero queremos serlo de otra manera. El deseo es algo muy potente y tienes que reajustar tu vida, pero no tiene que ser ese pensamiento instaurado de «¿me compensa la maternidad?»
De todos los testimonios, es significativo cuando Silvia explica cómo antes, como feminista, hubiera arrancado esos carteles que se ven en las universidades de donación de óvulos hasta que, ante la imposibilidad de ser madre, se planteó «comprar una camadita»… ¿Llega un punto que la cosa es tan cruda que los ideales y los valores morales se dejan de lado? ¿Tú qué hubieras hecho?
El caso de Silvia muestra claramente cómo la maternidad se convierte en una necesidad cuando tendría que ser una elección. La semántica también ha cambiado en este sentido, ahora hablamos de ello como privilegio o necesidad. Y es muy difícil escapar de esto. Entonces se plantea la siguiente cuestión: ¿Hasta dónde estamos dispuestas a llegar para llevar a cabo ese deseo? Yo creo que en los casos que conozco de primera mano y plasmo en el libro, ellas no renunciarían al feminismo alquilando un vientre de alquiler, por ejemplo. Pero cuando tu deseo te lo está arrebatando el Estado, es muy difícil no renunciar a otros valores. Madre o no madre, ya nos tienen encorsetadas en este tema. La demanda nace de que la maternidad es una elección y se ve imposibilitada, ahí ya está el conflicto, y luego está tu pensamiento feminista. Así que otro conflicto más: con el feminismo.
Después de terminar estas páginas, ¿ha cambiado tu forma de pensar sobre la maternidad?
Sí, a un nivel casi físico: al reflexionar tanto sobre ese proceso inhabilitado, ahora me da miedo el proceso del embarazo y del parto. Estoy tan acostumbrada a hacer cálculos para controlar todo lo que dependa de mí y anticiparme por ese miedo del que hablamos de lo pueda pasar, que el embarazo no lo siento como mío y me aterra. Mi aprendizaje siempre ha sido «ponte en lo peor y luego tienes todo en cuenta». Pero sobre el embarazo da igual que te cuenten porque se puede explicar hasta que lo vives. A raíz del libro, estoy rayada por ese miedo que tendré que superar. Tiene que ver con el hecho de escuchar a tantas mujeres sumidas en la incertidumbre, en ese pesimismo justificado.
Tu libro deja una sensación total de hermandad, como tú misma dices, y también un sabor ‘agridulce’. Si tuvieras que definirlo, ¿cómo lo harías?
Estamos acostumbrados a estos relatos que tienen que ser como épicos, que después del fracaso, llega el éxito. Los fracasos no se cuentan nunca. No es ni pesimista ni optimista, estas mujeres no son exitosas ni fracasadas, sino que muestran la claustrofobia en la que estamos sumidas. Ese medio irracional que te acompaña.
Supongo que, aparte de alabanzas, este libro habrá generado reacciones negativas por parte de determinados sectores antifeministas y ‘cansados de la queja’…
El tema de que es un «lamentito» o «una pataleta», me lo han dicho. Me lo esperaba. Con el 15M nos quejábamos mucho, decían esas personas que nuestra demanda no tenía sentido. Pero, en general, ese público de derechas no se ha leído el libro así que no me han llegado muchas críticas negativas. Las generaciones más mayores sí que actúan más con condescendencia y son las que dicen que es una pataleta. Entonces, te das cuenta de que hay gente que no esta dispuesta a cambiar su mentalidad, muchos tienen el sesgo del superviviente: «A mí me ha ido bien y a todos les va a ir bien». Pero eso no es cierto, es una trampa. Habrá habido otros factores externos que hayan contribuido a ese éxito, pero no es verdad eso de que si te esfuerzas a día de hoy, triunfas.
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