Pollo frito
Hace unos años, poco antes de que muriera a los 96, estuve charlando con Leah Chase en la cocina de Dooky Chase, su restaurante en Nueva Orleans. Allí presumen de hacer el mejor pollo frito de la ciudad. El pollo no era para tanto; la señora, sí. Se quejaba Leah de que tenía unas rodillas que no le respondían por mucho que les chillase y que debía caminar con andador. No como sus empleados, como demostró dándole voces a una que hacía demasiado ruido fregando los cacharros y se quedó congelada. En su restaurante servía en los sesenta pollo frito a los activistas que se reunían clandestinamente para preparar las marchas contra la segregación racial. Allí comió, entre otros, Martin Luther King.
Pienso hoy en ella, que Estados Unidos está agitado por una nueva muerte de un negro a manos de un policía blanco. Apenas hay estadísticas de cuántas suceden porque la policía las oculta. Algunos datos son reveladores: en el mismo barrio negro, un policía blanco dispara cinco veces más que uno negro. Sin embargo, esa realidad es solo la punta de un iceberg. Uno que, curiosamente, ha quedado expuesto, más que nunca, con el coronavirus, que ha convertido a la comunidad negra en la más vulnerable a la pandemia: no tiene recursos económicos, desempeña trabajos más proclives al contagio, no dispone de sanidad y es población de riesgo por los problemas de salud que su estilo de vida, sin acceso a una alimentación sana, les genera. La clave no está en la policía, sino en el pollo frito. Las mujeres negras son las personas más obesas de todo el país.
Hablo con uno de los líderes históricos de la lucha por los derechos civiles. “Avaricia”, me dice. Lo repite varias veces. La avaricia de unos que acumulan demasiado y quieren más y que dejan a otros, muchos, sin nada. Esta no es una cuestión racial. O sí, pero no únicamente. Lo es, sobre todo, de desigualdades. De desproporciones, de choque de clases y de un pasado, también, en el que algunas personas no eran siquiera consideradas personas. El sueño americano, en definitiva, que no son las historias de éxito contadas y las imágenes de quienes lo alcanzan, sino, sobre todo, la de aquellos que se quedan en los márgenes de las páginas y en las cunetas.
David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.
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