Por qué es probable que el ‘impeachment’ contra Trump no consiga destituirlo
El día 4 de enero de 2019, en la toma de posesión de los nuevos congresistas estadounidenses, la demócrata Rashida Talib soltó un "¡vamos a procesar [impeach] al hijo****!", en referencia a Trump. Entonces, a los moderados demócratas no les hizo excesiva gracia la salida de tono –Talib tuvo que disculparse después–. Pero hoy, tras el "los tiempos nos han hallado" con el que la demócrata más poderosa, la presidenta del Congreso Nancy Pelosi, ha anunciado la apertura del juicio político, Talib puede felicitarse: ha llegado la hora de procesar a Donald Trump.
O, al menos de investigarlo. Pelosi parafresaba a Thomas Paine –filósofo incendiario, revolucionario intelectual, ensayista prodigioso, y uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos– en La crisis americana, en un capítulo en el que se hablaba de la prudencia al buscar los tiempos adecuados para las grandes decisiones políticas. "Pero no hace falta", escribía Paine en 1783, "ir lejos, y la investigación cesa de inmediato, porque el tiempo nos ha encontrado". Vamos, que las revelaciones sobre Trump presionando al presidente de Ucrania para que investigase a su rival político Joe Biden han acabado con un debate que se prolongaba un año ya: ya no es tiempo de pensar en si hay que iniciar un proceso peliagudo; sino en cuándo, cómo y con qué apoyos.
Las acusaciones reveladas por el Washington Post son extraordinarias: el presidente Donald Trump ordenó personalmente la congelación de 391 millones de dólares en ayudas militares a Ucrania antes de llamar a su homólogo ucraniano Volodímir Zelenski a finales de julio a modo de chantaje. Para que la potencia extranjera espiase al demócrata Biden y su familia. Algo que, de probarse, situaría al presidente dentro del tercer supuesto -tras sobornos y traición- con los que la Constitución estadounidense alude al proceso de impeachment:los "otros delitos graves y faltas".
En realidad, el Congreso -si tiene los votos- puede iniciar un proceso de impeachment casi por lo que le apetezca. No es un proceso judicial, sino político: es "el acto de realizar una declaración formal de que un cargo público puede ser culpable de una ofensa grave relacionada con el ejercicio del cargo". El Congreso ejerce la "acusación", y el "juicio" recae en el Senado, en forma de votación. También es un acto peligroso: si se lleva a cabo con éxito, supone anular -desde dos organismos políticos- el resultado de unas elecciones, revocando el mandato. Normal que los demócratas moderados vean con máximo recelo la medida.
Aunque las revelaciones del caso ucraniano han facilitado la primera parte de este proceso, la acusación: más de 25 cargos electos demócratas han cambiado de opinión en las últimas dos semanas y ven ahora necesario iniciar el procedimiento contra Trump. El último conteo del NYT ponía en 202 el número de congresistas a favor, 131 indecisos o directamente en contra, y 99 que aún no se habían pronunciado. Las palabras de Pelosi posiblemente tengan un gran efecto sobre los dos últimos grupos.
Pero, sin embargo, el proceso no tiene casi ninguna posibilidad de salir adelante. Si el Congreso habla demócrata desde principios del año -y es fácil, por tanto, que bajo el liderazgo de Pelosi se unan contra Trump-, el Senado es de mayoría republicana: 53 republicanos por 45 demócratas (y dos independientes). Hacen falta 67 senadores para que el impeachment salga adelante.
Es en el Senado donde el proceso , que nunca ha salido adelante, siempre ha fracasado: recordamos a Nixon como el presidente del impeachment, pero éste dimitió en 1974 antes de poder ser procesado por las cámaras, aunque el procedimiento estaba en marcha. Lo que nos deja sólo con dos precedentes: Andrew Johnson, sucesor de Lincoln, y Bill Clinton. En ninguno de los dos casos, en ninguno de los dos siglos (1868 y 1968), la votación salió adelante en el Senado.
Ahora bien, el problema final es otro: la conversación de Trump con el presidente ucraniano está grabada -como la práctica totalidad de las conversaciones con líderes internacionales-, y el presidente estadounidense afirma que está a punto de publicar la transcripción "sin editar". De esa grabación -o de la fidelidad de la misma- depende gran parte del futuro político estadounidense. En caso de que las revelaciones del Washington Post se revelen como ciertas, los senadores republicanos tendrían que decantarse de forma inequívoca como protectores de un presidente corrupto o como responsables de un partido que no quiere, pero necesita a Trump.
Sobre todo porque el tiempo apremia: el 3 de noviembre de 2020 se celebran en Estados Unidos dos elecciones: las presidenciales -con una campaña que quedará salpicada con el impeachment, pero que previsiblemente no afectará a la base dura de Trump- y la renovación de un tercio del Senado. De ese tercio, 22 de los senadores que se juegan el escaño son republicanos.
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