Scarlett Johansson, de niña obsesionada con Hollywood a actriz de carácter

Lo primero que la mayoría del público vio de Scarlett Johansson fue su trasero. Aquel plano inicial de Lost in Translation con sus bragas semitransparentes y de color melocotón era más poético que erótico, sin embargo, Johansson fue más sexualizada que ninguna otra estrella de este siglo. Y, en vez de luchar contra ello, la actriz ha sabido jugarlo a su favor.

A pesar de hacerse famosa con 18 años, Johansson se desmarcó de sus personajes de chicas corrientes apareciendo en eventos con una belleza sobreproducida como la de las starlets del Hollywood clásico: pelo rubio platino con ondas elaboradas, vestidos que acentuaban sus curvas y labios siempre pintados de rojo. Si Megan Fox era expuesta como una criatura sexualmente disponible con una imaginería que rozaba lo pornográfico, la imagen de Johansson era más glamurosa, pero el efecto no era muy distinto. Los medios la describían como “la personificación de las fantasías sexuales masculinas”, regodeándose en su “complexión cremosa”, su “cara con forma de corazón” y su “voz con sabor a whisky”.En la alfombra roja de los Globos de Oro de 2006, el diseñador Isaac Mizrahi le tocó un pecho mientras la entrevistaba. Johansson tenía 21 años.

Sus películas alimentaban esta imagen de mito erótico oficial: objeto de deseo en medio de dos hombres —La dalia negra—, mujer fatal que lleva a un hombre a la perdición —Match Point—, elemento decorativo —The Prestige— o reclamo sexy en blockbusters para hombres —La isla, The Spirit o Vengadores, donde al principio era la única mujer y llegaba a exclamar “¡Siempre tengo que estar recogiendo vuestros juguetes!” mientras agarraba el escudo de Capitán América—.

Woody Allen rodó tres películas con ella y confesó lo difícil que es ser divertido con una mujer “sexualmente abrumadora y más ingeniosa que yo”. David Fincher se negó a darle el papel protagonista de Millennium por considerarla “demasiado guapa”. Katy Perry confesó que su primer éxito, I Kissed a Girl —besé a una chica, en español—, estaba inspirado en Johansson. Ella participó de esta percepción posando en multitud de portadas en ropa interior, en posturas eróticas o tumbada sobre una cama. En 2008, una periodista le preguntó si se consideraba feminista a pesar de que la palabra no fuese “demasiado sexy”.

Johansson fue imagen de Calvin Klein, Dolce & Gabbana, L’Oréal y Louis Vuitton. Los paparazzi retrataron cada día de sus relaciones de alto perfil con Josh Hartnett, Sean Penn y Ryan Reynolds —con quien estuvo casada entre 2008 y 2010—, y su fama ascendía sin parar mientras ninguna de sus películas funcionaba en taquilla.

Cuando le preguntaron por qué aceptó el título de “mujer más sexy del mundo” de la revista Esquire por segunda vez, respondió que para ser la primera mujer en conseguirlo dos veces porque, con 28 años, tenía que aprovechar esas oportunidades. El periodista describía en el reportaje los esfuerzos que tuvo que hacer para no mirarle el culo. Por eso, 2014 cambió su carrera. En Under the Skin interpretaba a un alienígena que, con el objetivo de aparearse con humanos, adquiría, lógicamente, el aspecto de Scarlett Johansson. Su físico aparecía desprovisto de toda identidad, al igual que en Lucy —su primer y único éxito de taquilla como protagonista—, mientras que en Her solo aparecía su voz interpretando a un sistema operativo que enamoraba a Joaquin Phoenix. Johansson consiguió las mejores críticas de su carrera sin necesidad de afearse o alterar su físico, sino experimentando con su emblemática sensualidad. El resultado fue un tríptico que parecía exponer cómo Hollywood consume a sus mujeres por partes, pero no en su totalidad.

Y eso que la totalidad de Scarlett Johansson es un espectáculo. Cada vez que se ha encontrado en el centro de una controversia ha evitado disculparse con un comunicado anodino como hacen los demás y se ha justificado con mayor o menor acierto, pero siempre creando entretenimiento. Cuando Oxfam, la organización benéfica de la que ella era embajadora, lamentó que hiciese un anuncio de SodaStream —una multinacional con fábricas en territorios palestinos invadidos por el ejército israelí—, Johansson argumentó que sería peor cerrar esas fábricas y dejar sin trabajo a sus empleados, y renunció a su colaboración con Oxfam.

Este año la actriz se ha metido en tres líos: se criticó que fuese a interpretar a un hombre transgénero después de hacer de asiática en Ghost in the Shell —ella respondió: “Eso decídselo a Jared Leto, Felicity Huffman o Jeffrey Tambor”, en referencia a otros actores cis que han hecho personajes trans, para después abandonar el proyecto—, luego volvió a la carga opinando que debería permitírsele interpretar “a cualquier persona, árbol o animal” porque el arte no debería tener restricciones y el mes pasado apoyó públicamente a Woody Allen. “Quiero a Woody. Volvería a trabajar con él. Lo veo siempre que puedo y he hablado mucho con él sobre el tema. Ha sido muy directo conmigo, mantiene su inocencia y yo le creo”, explicó. Las críticas recordaron que ella atacó a James Franco cuando varias mujeres lo acusaron de conductas sexuales inapropiadas días después de que él apoyase el #MeToo. “Quiero que me devuelvas el pin”, le espetó desde la cabecera de la marcha del 8 de marzo, a pesar de que él aseguró ser tan inocente como Allen.

En cualquier caso, la popularidad de Scarlett Johansson parece blindada: lleva dos años siendo la actriz mejor pagada del mundo, la película en solitario de la Viuda negra abrirá la próxima temporada veraniega de blockbusters y suena como una de las favoritas al Oscar por la comedia dramática sobre el divorcio Historia de un matrimonio —en la que interpreta, por primera vez en ocho años, a una mujer normal—. Cuando el director Noah Baumbach le ofreció el papel, ella estaba en medio de su segundo divorcio y ahora está prometida con el cómico Colin Jost. Hacer de madre en Historia de un matrimonio —junto a Adam Driver— y en Jojo Rabbit —otro de los filmes principales de esta temporada de premios— es un punto de no retorno en la filmografía de cualquier actriz, pero Johansson no debería preocuparse: los papeles maduros le han llegado en su mejor momento. A los 35 años, su carrera por fin está a la altura de su fama.

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