Zoom lo carga el diablo

“Pensé que había apagado la cámara”. Durante las últimas semanas hemos escuchado esta excusa en varias ocasiones. También durante meses. Suena como ese “el perro se comió los deberes” de los tebeos o el “nunca vi el Jaguar en el garaje” de la corrupción. Y será, sin duda, una de las frases de la pandemia. O de la nueva normalidad. O de la que empieza a convertirse en vieja anormalidad. Se la hemos escuchado a un diputado argentino que, en plena sesión parlamentaria, besuqueó los pechos de su pareja, sentada en sus rodillas, descubriéndolos previamente del vestido, y que terminó suspendido en el acto, con las manos aún en la masa, y más tarde renunciando a su escaño. También a un periodista de Nueva York que, en una videoconferencia de la redacción, comenzó a masturbarse. Resultado: suspensión y perdón público a su esposa, que para eso los americanos son muy sentidos.

¿En qué momento alguien se aburre tanto de una reunión que decide tomarse un respiro y que la mejor forma de hacerlo es tener un orgasmo? ¿La imagen de qué compañero del trabajo le motivó a hacerlo? ¿O en qué instante piensa uno que los problemas de la nación pueden esperar porque tiran más dos tetas que dos carretas? ¿O que, total, entre muchos y apareciendo en una ventanita pequeña casi como una foto de carné nadie se va a dar cuenta de que lo que agita uno entre las manos no es un bolígrafo?

Seguirá pasando, supongo, porque ciertas pulsiones no desaparecen con el nuevo mundo, afortunadamente. Sucederá hasta que sepamos todos reunirnos con zoom, encender y apagar bien cámaras y micrófonos y seamos conscientes, también, de que estamos en el salón de nuestra casa pero no estamos nunca más, como Dorothy en Kansas, en el salón de nuestra casa. A mí estos casos me preocupan menos que otros. Los peores son quienes tienen la cámara abierta, lo saben, y no la apagan para evitarnos el sonrojo. Por eso me quedo con el caso del diputado argentino antes que con el del nuevo rubio platino que exhibió Aznar hace unos días. Aún prefiero a un hombre que bese los pechos de su pareja a otro que le robe el tinte. El escándalo será más grave, sí, pero menos bochornoso.

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